La garganta de Pucho, el torbellino de Vetusta Morla, se estrellaba contra el micro este jueves en Portas contando lo que nadie quiere escuchar: que nos piden un tiempo
05 jul 2024 . Actualizado a las 19:21 h.Aunque Galicia calidade siempre, Galicia es cantidad habitualmente. Nos gusta contarlo todo en números contantes y sonantes. Veinte mil raciones. Ocho mil comensales. Cien mil festeiros. Por eso, seguro que dando una minúscula e insignificante cifra del Portamérica, el festival que este jueves arrancó en el municipio de Portas, todo el mundo comprenderá perfectamente el meneo que le da esta cita al verano de las Rías Baixas en particular y al gallego en general, que por algo se arrancó con festivaleros llegados de todo cuanto sitio existe más aquí del telón de grelos. El leirapárking, que a primera hora de la tarde era gratuito (algunos conductores aún están con la boca abierta ahora porque no les cobraron por aparcar en un prado), minutos antes de que Xoel López saltase a la palestra se cotizaba a diez euros por vehículo y barba, igualando así el precio que tenía un cacharro de calimocho en el recinto festivalero. Nada más que decir, señoría, sobre la huella de esta cita pegada a la chimenea de la vieja Azucreira de Portas que este jueves (o mejor dicho este viernes de resaca) está haciendo sufrir a unos cuantos. Que al Portamérica, festivaleros, también se va a sufrir.
El Portamérica, efectivamente, empezó en jueves. Y arrancó con un público tan heterogéneo que es imposible resumirlo en una crónica. Quizás porque el cartel también mezcla churras con merinas, desde el brasileño Toquinho a la locura de las adolescentes que es Aitana, el respetable también es un armario misceláneo; con padres de bebés que se duermen en carritos, familias con hijos e hijas en edad de instituto y una legión de esa gente que peine los treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta años tiene contrato de joven, aunque sea en condición de fijo discontinuo y con jornada reducida. Todos estaban este jueves en el arranque del festival. Y casi todos sufrieron lo suyo. Porque julio será un mes de vacaciones, nadie dice que no, pero conforme el reloj avanzaba hacia la madrugada en los corrillos del festival se hablaba de quien más y quien menos tenía que dar el callo este viernes. Daba dolor ver a una mujer mil filas atrás del escenario, entre el público, poniendo el despertador para las siete de la mañana mientras, sobre la palestra, Vetusta Morla se despedía a altas horas después de que Pucho, el cantante, hablaba de eso que nadie quiere que hable. De que nos piden un tiempo; de que van a descansar. Pero no vayamos tan rápido, que eso pasó veinte mil leguas adentro de un festival que arrancó con el sol alto en el cielo.
Hacía un calor de mil demonios (y horas más tarde una brisa igualmente endemoniada, capaz de ponerle derechos los pelos a Xoel López) cuando el brasileño Toquinho comenzó a cantar. Lo hacía precedido de Los Acebos, Mondra y Guadi Galego, a los que hay que sacarles el sombrero por mantener al público en pie mientras el sol derretía el ambiente. Salió Toquinho y quienes saben de qué va el cotarro de la música asentían con la cabeza viéndole desprender oficio y arte a partes iguales. Otros no le conocían y se llevaban las manos a la cabeza por ello porque, como dijo Xoel más tarde, a este hombre hay que amarlo y punto.
Pasaron con nota su examen Babasónicos y con puntualidad británica y los pelos cual Espinete salió Xoel López al escenario. Eran las 22.30 horas y él era el hombre del traje gris, que no se quitó en todo el concierto, ni cuando aporreó la guitarra dándole caña a Tigre de Bengala. Xoel fue de falsete, haciendo creer al personal que la cosa iba de intimismo y reflexión. Pero, cuando el respetable se dio cuenta, el artista enorme que él es estaba metidísimo en la faena festeira y convenciendo a todo el mundo de que «si estás atrapado en las sombras, avanza, avanza». Se sacó Xoel un cocinero de la chistera y subió a Pepe Solla al escenario, que pasó de dirigir la alta cocina que se ofrece en el festival a hacer dúo con el cantante en la mítica Tierra.
Se fue la peña con ellos a alcanzar la playa y ahí se quedó mientras Standsstill hizo mucho más que entretener al público que esperaba la llegada de Vetusta Morla. Ellos también salieron con puntualidad exquisita y siguieron la línea del rapaz al que ellos dan en llamar Xoeliño. De menos a más, tocaron temas del último disco para luego romper el micrófono con sus incombustibles canciones. Finisterre cayó redonda a un público que se resignaba a marcharse pese a quedarle medio telediario para ir al tajo. Luego vinieron más. Y sonó la retranca de Pucho, que fue más fino que poco echando en cara la cosa a un batería que andaba suelto por otro palco metiendo ruido.
Iba todo tan bien todo que parecía imposible que Pucho hablase de eso que nadie quiere que hable, de ese descanso anunciado del grupo. Pero lo hizo. Quizás consciente de que una ruptura en caliente es dura, avisó de que la despedida será en diferido y que antes al grupo le quedan dos citas veraniegas en Galicia: A Coruña y Vigo. Pero habló de tomar tiempo para respirar, para coger oxígeno y que reine la calma. Y su sinceridad supo a gloria en unos tiempos en los que parece que hay que estar siempre en la rueda. Ya lo había cantado Xoel antes: «Podría pasar, perderlo todo y volver a empezar. Y no estaría mal». Pues eso, festivaleros. Sufrir y esperar. E ibuprofeno para la resaca, que este viernes hay más madera.