El hombre que pone flores a la vida

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PORTAS

maría hermida

Outón ha ajardinado media Galicia, desde pazos a calles; hasta trató con un ministro

27 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Ramón Outón es de esas personas a las que no le cuesta abrir las puertas de su casa. O del negocio que fundó hace casi sesenta años. En él, en un vivero ubicado en Romai (Portas) se le puede encontrar una mañana cualquiera. Da igual a lo que uno vaya; que tenga prisa o no. Acabará parándose a hablar con él aunque no le conozca de nada. Porque Ramón tiene mucho que contar. Y además lo cuenta bien. Aunque está jubilado, pasea a diario por el jardín gigantesco que da de comer a su familia y, mientras enseña plantas, habla como un libro.

Ramón, que peina los ochenta, era un chaval «sen oficio ningún» al que se le ocurrió que podía ganarse la vida con un vivero. Montó el negocio mano a mano con su mujer. Dice que se le ocurrió la idea porque un cuñado, que tenía un camión, suyo podía traerle mercancía de distintos puntos sin apenas coste. «E así foi como empezamos». No se acuerda de la primera planta que vendió, pero sí de que pronto empezó a tener clientela «de moitos, moitos sitios».

Le crecieron los clientes, recuerda mientras se para a cada paso para mostrar la belleza de una camelia o un rosal, de todos los rincones de Galicia y de todos los ámbitos. Llegó a ajardinar pazos y a trabajar para gente conocida. «Acórdome cando Pío Cabanillas era ministro, que traballei para el. Eu era amigo dunha persoa que lles coidaba a casa, e puxemos alí plantas. Teñen un pazo precioso. Sempre tiven moi bos clientes. Non é o único famoso que coñecín», cuenta el hombre. Luego, se le viene a la cabeza el general Armada -«¿non sabes, o do Golpe de Estado?», dice- y explica: «Con el falei moitísimo por todas as camelias que ten no seu pazo de Santa Cruz de Ribadulla. Pero a el non lle vendín, a el compreille moitas porque ten alí cousas preciosas. Moito temos falado eu máis el».

La historia de cada planta

Mientras habla, como si de un impulso automático se tratase, no deja de tocar las plantas. Quita una hoja aquí, se agacha a coger otra allí. Y se emociona al hablar de cada ejemplar. Y es que conoce su historia. Es capaz de contar cómo nació, cómo la crio y a qué lugar fue o va a ir a parar... «

Hai sitios polos que vou e vexo as plantas que vendemos. En Vilanova temos no mesmo centro, en Cangas tamén, en Pontevedra... Gústame ir polas rúas e ver como medran as plantas e as flores»

, dice. Pura energía, a sus ochenta años, camina más que ligero por el vivero. Enseña una planta allí, una flor aquí, aunque advierte: «E

u xa non levo nada, agora é a miña filla Carmen e o meu xenro os que se encargan de todo. E temos outro fillo con outro viveiro tamén en Ribadumia»

. A su lado, su hija Carmen y su mujer lo dejan hablar. «El é o que sabe de todo», manifiestan.

Ramón es alegre hasta cuando habla de la lluvia. Y eso que el agua lleva unos días cayendo a chorro sobre sus plantas: «A chuvia sempre é boa en Galicia. Hai que velo así, non pasa nada porque chova. Home, se ven moita auga xunta igual nos fai dano... Pero non ha ser para tanto», dice.

El querido magnolio

Solo hay un momento en el que se pone algo serio. «

Tes que ver o que teño aquí, isto si que é algo impresionante»

. Echa a la carrera vivero abajo. Y no duda en subirse al cepo de tierra de un árbol bien grande.

«Este magnolio leva trinta anos con nós e acabámolo de vender. Paréceme incrible que vaia marchar. Vai para Pontearnelas. ¡É un señor magnolio!»,

enfatiza subido a la planta.

Luego, sin parar de hablar un momento, cuenta batallas por doquier. Habla de un hombre que se empeñó en llevar una especie poco adecuada para un pueblo frío y se le secaron los árboles; de plantaciones enteras que vio crecer; de que pronto expondrá algunas de sus camelias en Pontevedra... Y, palabra a palabra, derrocha vitalidad. Tanta o más que las plantas que enseña.

«Sempre nos deu de comer»

Antes de que termine la conversación, cuenta lo orgulloso que está del negocio que puso en marcha. Dice que se olvida de las cosas, que ojalá tuviese fresca la memoria Pero, pese a lo que pueda creer, su baúl de los recuerdos es gigantesco. Mira a su mujer y le dice: «

Isto sempre nos deu de comer. Así que estamos contentos, como non imos estar. E agora aquí ando. Estou xubilado pero o oficio ségueme gustando».

Tanto le gusta que, aunque no conozca al forastero que cruza la puerta de su vivero, es raro que se marche sin que le ofrezca una planta de regalo. Lo hace con su sonrisa perenne. Con su alegría vital. Acostumbrado a cortar raíces, ha debido cortar de raíz con los sinsabores que puede tener cualquier vida. Y sonríe. Se le ve feliz. Que no es poco.

Su historia. Fundó el negocio cuando era un chaval. No tenía experiencia con las plantas. Pero le sobraban ganas de trabajar.

Su pasión. Le encanta conocer los sitios donde están sus plantas.

Su tesoro. Varios magnolios con más de treinta años.

Outón, con más de medio siglo de oficio, conoce la historia de cada planta que tiene

A sus ochenta años, está jubilado, pero acude cada día al vivero, donde mima sus criaturas