Las dos amigas que le dieron a Juan su última «mousse» de chocolate

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Janeece, de 49 años, y Rosi, de 71, amigas y voluntarias de la asociación contra el cáncer.
Janeece, de 49 años, y Rosi, de 71, amigas y voluntarias de la asociación contra el cáncer. Ramón Leiro

Rosi y Janeece forjaron una relación ayudando a enfermos de cáncer y a sus familias en Pontevedra. Hablan y obran, pero sobre todo escuchan y no se olvidan de nadie: «Una mamá le grabó a su hija mensajes preciosos para cuando no estuviese»

10 feb 2025 . Actualizado a las 12:29 h.

Fue Humphrey Bogart el que dijo esa frase que se convirtió en historia del cine: «Siempre nos quedará París», pronunció con su garganta única. La vida rara vez no es como una película. A menudo nos queda un París, incluso cuando vienen mal dadas; un sitio feliz al que volver aunque sea solo con la imaginación o con alguno de nuestros sentidos cuando una enfermedad nos enseña la puerta de salida de este mundo, muchas veces de forma terriblemente temprana y dolorosa. Rosi y Janeece, que son dos amigas y mujeres valientes de Pontevedra, saben que esto es así, que aún en el último suspiro hay margen para ayudar a que esa persona se marche en paz, como en un viaje a ese París único de cada uno. A veces se ayuda pronunciando una palabra amable, otras veces ofreciendo ánimo y la mayoría de las ocasiones simplemente escuchando a la persona que se está muriendo, a la que le toca someterse a un tratamiento duro o a sus familiares.

Ellas son voluntarias de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) y su labor, que realizan porque creen en la importancia de hacer cosas por la justicia social y por los demás, es ir a los hospitales y ofrecer ayuda a los enfermos oncológicos y sus familias. A veces no les piden nada, solo un minuto desahogo. Otras aceptan un café. Y algunos, como un hombre llamado Juan al que jamás serán capaces de olvidar, les expresan su último deseo. Él les pidió las últimas mousses de chocolate que comió en su vida, que ellas le llevaron buscando un instante de sonrisa. Porque de eso va esto.

Rosi tiene 71 años y es la que habla primero. Ella trabajó toda la vida en el ámbito sanitario. Tras emigrar muy joven a Alemania, donde estaba encantada de la vida, tuvo que volver a España para cuidar a su madre. Empezó trabajando como limpiadora en el desaparecido sanatorio de La Merced y luego, mientras criaba a sus hijos, fue estudiando para convertirse en auxiliar de la unidad del sueño y también en instrumentalista de quirófano en el Hospital Quirónsalud Miguel Domínguez. Se prejubiló a los 61 con ganas de hacer muchas cosas. Y un día, hace ya doce años, se vistió una bata blanca para ser voluntaria de la AECC en los hospitales. Recuerda con nombres y caras a muchos enfermos; a los que aún abraza en la calle y a los que se marcharon. No se le olvida aquella chica joven, con una hija pequeña que, como la protagonista de la película Mi vida sin mí, grabó mensajes de cumpleaños para que su pequeña tuviese de regalo su voz cuando ella ya no pudiese estar a su lado. 

«Quieren dejar un testimonio»

A Rosi un día se sumó como pareja de voluntaria Janeece, que tiene 49 años y que en su día llegó desde Estados Unidos a Pontevedra con ganas de ayudar a su comunidad y de hacer amigos. Ella, con un doctorado en investigación educativa, había visto fallecer a su abuela de cáncer. Y su suegro también acababa de ser diagnosticado de la misma enfermedad. Así que entendió que tenía «el imperativo moral de contribuir algo en esto».

Se atrevió con las visitas hospitalarias; a esos momentos tan duros con pacientes y familias en oncología o en paliativos en los que tanto ella como Rosi van a ofrecer apoyo, café o un hombro sobre que llorar. A Janeece le sorprendió la necesidad que tienen muchos pacientes de dejar un legado de su vida: «Algunas personas necesitan dejar un testimonio de lo que hicieron, contarte sus recuerdos. Es como si estuvieran en la película Coco y quisiesen que siempre hubiese alguien aquí que los recordase», explica Janeece. Rosi añade que ella ve también que algunos enfermos lo que buscan es desahogarse; alguien a quien contarle «la putada» por la que están pasando que no sea su mujer, sus padres o sus hijos para poder protegerlos de tanto dolor. Por eso van a los hospitales. Son muchas veces las que les preguntan si no es duro, si es necesario ir por la vida siendo testigos de tanto sufrimiento. Y siempre dicen lo mismo: no se tratan de pensar en ellas, sino en los demás.