Los chándales que la Jurado se pondría con tacones triunfan en Pontevedra

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

María Jácome, con uno de los chándales típicos de los ochenta y los noventa que vende en su tienda «vintage».
María Jácome, con uno de los chándales típicos de los ochenta y los noventa que vende en su tienda «vintage». ADRIÁN BAÚLDE

Vintage Village es un canto al ayer; vende desde conjuntos deportivos de los ochenta a vestidos dignos de Grace Kelly o camisetas de fútbol con solera que causan furor. El secreto es de dónde saca el género

25 oct 2024 . Actualizado a las 18:41 h.

María Jácome (Pontevedra, 1983) iba para abogada. Estudió y terminó Derecho, pero para entonces su vocación ya se había torcido. Cuenta que en los últimos años de la carrera, donde su paso por la universidad se trufó con una enfermedad que le dio bastante la lata, vio claramente que aquello no era lo suyo: «Yo, en realidad, quería ser reportera de guerra, no me había dado la nota para hacer Periodismo y acabé en Derecho... no me arrepiento, que el saber no ocupa lugar, pero no quería seguir por ahí», dice. Terminó de estudiar y se marchó pitando a Londres, donde sus ojos se quedaron como platos. Allí, un día, tratando de mirar al futuro, se encontró con el pasado. ¡Y de qué manera! Acabó abriendo una tienda vintage en Pontevedra que, ojo, como ella misma explica, no es lo mismo que retro: «Vintage son cosas de más de veinte años, que pueden ser nuevas, pero que generalmente son usadas. Y retro son cosas nuevas, actuales, hechas como si fuesen de antes. No es lo mismo».

Para ser justos hay que decir que la historia de su tienda, que se llama Vintage Village y está en la calle Santa Clara, tiene mucho de los padres de María; con ellos empezó todo. Porque sus progenitores tenían negocios de telas en Pontevedra y montaban también puestos con su género en los mercadillos. Y no solo eso: siempre fueron unos apasionados de los tejidos de calidad y de los patrones antiguos. Así que ella desde pequeña aprendió a diferenciar una buena lana, un poliéster, una seda... Recuerda bien el momento en el que su progenitor dijo que el negocio de las telas empezaba a languidecer y que había que darle una vuelta para que sobreviviese la economía familiar. «Él había estado en Nueva York en los setenta y allí ya se vendía ropa vintage, de segunda mano. Viajó hasta allí y se trajo un montón de pantalones Levis, Wrangler y Lee y los llevó a los mercadillos... fue un fiasco total. Imagínate, hace treinta años empezar a vender ropa usada, la gente lo miraba como si estuviese loco», cuenta María entre risas. 

«Eso no te lo puedo contar»

El plan de su padre fracasó a corto plazo. Pero dejó ahí una semilla que poco a poco fue germinando. Y sus progenitores acabaron vendiendo en los mercadillos ropa vintage. Con esa experiencia y con lo que María estaba viviendo en Londres, donde trabajó cuidando a un niño, su progenitor le propuso que volviese a Pontevedra e intentase abrir un negocio que mirase al ayer; que permitiese comprar vestidos de los años 50, 60 o 70, de esos con los que Grace Kelly podría ir a un baile de gala, abrigos con paños de ensueño o faldas puramente escocesas, de esas cuya tela no deja lugar a dudas de su calidad. Eso hizo María y así nació Vintage Village, que desde el minuto cero tuvo que dejar claro lo que era y lo que no: «Hay muchísima gente particular que me llama para ofrecer ropa vieja. Y no, no compro a particulares. Hay otras tiendas, como las solidarias, que sí lo hacen. Esta ropa viene de mis proveedores». ¿Y quién la provee de toda esa ropa o complementos, porque tiene pañoletas dignas de película de Almodóvar? Ese es el gran secreto: «Eso no te lo puedo contar, no puedo decir a qué sitios viajo a ver la ropa. Solamente puedo señalar que se trata del norte de Europa, de países como Noruega, donde lo vintage está muy en auge. Lo que yo le puedo garantizar a la gente es que no va a salir a al calle y se va a encontrar con una persona que le diga que lleva la ropa de un familiar suyo que murió... no compro nada a particulares», indica.

María, que camina por la tienda enseñando preciosas chaquetas de lana irlandesas, noruegas o austríacas y hablando de lo mucho que triunfan las cazadoras Navajo o del abrigo del Loro Piana —una marca italiana de súper lujo— que se llevó una clienta, llega entre risas a la parte de su local más colorida. Muestra las perchas de los impermeables icónicos de los años ochenta y noventa o de esos chándales de tactel que tanto salieron por la tele cuando estaba en boga Aída y el Luisma no dejaba de ponérselos: «El Luisma le ha hecho mucho daño al vintage», dice. En realidad, son prendas versátiles. Solo hay que acordarse de que eran los mismos chándales que se ponía Rocío Jurado con tacones y daba una lección de irreverente estilo, aunque para eso, claro está, hay que ser la más grande.

La gran mayoría de las piezas tienen un precio basado tanto en la demanda como en lo que costó conseguirlas. Pero algunas van al peso, que fue una idea que se trajo María de un viaje. Reconoce ella que las camisetas de fútbol añejas son un furor y este año también hay locura con las gabardinas tipo Colombo. Todo vuelve. Y a veces, como dice la canción, también vintage, cualquier tiempo pasado nos parece mejor.