En el tren de las 7.56: el ferrocaril donde ya solo viajan los «precavidos» y los que esquivan al revisor

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Usuarios del segundo tren de la mañana del Eje Atlántico, que parte de A Coruña a las 7.00 horas, accediendo a la estación de Pontevedra.
Usuarios del segundo tren de la mañana del Eje Atlántico, que parte de A Coruña a las 7.00 horas, accediendo a la estación de Pontevedra. Ramón Leiro

«Antes podías coger los billetes semana a semana, ahora es imposible», se queja Paula, médica en Pontevedra, desde un andén lleno en el que ya no hay controles de los tiques antes de subir

22 sep 2023 . Actualizado a las 10:12 h.

Hay ciertas horas y determinadas circunstancias (como llegar tarde a trabajar) en las que cuesta perdonar un retraso de un par de minutos. Las 7.56 horas de la mañana es uno de esos momentos. Cada día, cuando el reloj apunta a esos dígitos y empujados por la gratuidad del tren, decenas de usuarios de Renfe esperan en el andén de la estación de Vilagarcía para ir hacia Pontevedra o Vigo. También lo hacían este viernes. Desperezándose todavía del madrugón, la pantalla les indicaba nada más llegar que su tren de las 7.56 horas tenía hora estimada de llegada a las 8.03; todo un clásico. Caras largas. Gente que mira una y otra vez el móvil y comienza a mandar audios diciendo que igual se retrasa para llegar al trabajo. Aunque la realidad es que, como pasa muchas veces, al final el ferrocarril llegó un pelín ante de lo anunciado, con apenas tres minutos de retraso con respecto a esas 7.56 que marcaba el billete. Si se pregunta a pie de andén, la sensación es de que los retrasos son llevaderos para los que viajan hasta Pontevedra, pero insufribles si uno tiene destino como final Vigo: «Jamás llegamos a las 8.33, que es lo que debería ser», opina un funcionario interino. Con todo, la principal queja con Renfe ya no va por ahí. Lo que critica el personal es la falta de plazas. Porque los trenes de primera hora van a rebosar y hay que sacar billete con mucha antelación (por ejemplo, algunos trenes ya están completos ahora para octubre). Lo decía bien un obrero de la construcción a pie del andén vilagarciano: «Aquí ya solo pueden viajar los precavidos. Si quieres viajar de un día para otro nunca hay sitio, ¿qué pasa si te cambian de lugar de trabajo?»

Antes de subir al tren, Paula, que vive en Vilagarcía y trabaja como médica en Pontevedra, cuenta su experiencia: «Antes iba cogiendo los billetes semana a semana y la verdad es que me venía genial, porque a veces mis horarios de trabajo cambian y así adaptaba el tren a mis necesidades. Pero ahora ya no puedo, ahora cojo lo que hay. Ya reservé para todo el mes de octubre porque ya vi que apenas quedaban plazas. Tendré que hacer el horario que marca el tren», señala. Una funcionaria que viaja desde la capital arousana hacia Vigo habla en términos parecidos. En su caso, hace unos días, un cambio laboral la obligó a empezar a trabajar antes y quería coger el primer tren de la mañana en vez del que tomaba habitualmente. Ya no pudo: «No encontré billetes para ningún día de esta semana. Yo creo que a las primeras horas de la mañana debería haber más frecuencias, porque hay un espacio grande de tiempo sin trenes y porque siempre están completos. En cambio, luego viajas en el de las 10.00 o los de más tardes y van casi vacíos. No se entiende».

El reloj acaricia las 8.00 cuando el tren de las 7.56 parte de Vilagarcía rumbo a Pontevedra. Subimos en el vagón número 1. Aunque en teoría el tren va completo, en este compartimento hay dos sitios libres. Puede que se trate de dos personas que reservaron y no vinieron. Y puede que tengan suerte y no les amonesten (con tres infracciones, en teoría, se pierde el abono gratuito) porque, al menos hasta Pontevedra, no pasó el revisor. Tampoco hay ya controles previos a la subida. Han desaparecido los operarios que, antes del verano, ataviados con chaleco de Renfe, controlaban que todo el mundo accediese al ferrocarril con su pertinente billete. Ahora, la vigilancia depende de si pasa o no el revisor por el vagón en el que uno vaya. 

En el asiento 71 viaja Antía. Es de Vilagarcía y estudia un ciclo de Educación Infantil en Vigo, así que toma asiento a diario en el tren de las 7.56. El año pasado se fue a vivir a la ciudad viguesa pero, animada por la gratuidad de los billetes de Renfe, este año permanece en casa de sus padres y va y viene. ¿Se lo pone fácil el transporte público? «Lo bueno es la gratuidad, de lo contrario no podría permitírmelo. Pero la realidad es que llego tarde casi siempre a clase y a veces me ponen falta. Yo tengo que estar a las nueve en el instituto, ubicado en el barrio de Teis, y en teoría el tren llega a las 8.33 a Vigo, cojo el autobús diez minutos y debería sobrarme tiempo. Pero eso nunca ocurre. Llego a las y 50, el bus también suele retrasarse... a veces no entro en clase hasta la segunda hora, en ese sentido no funciona bien». En su caso, como siempre hace los mismos horarios, tiene billetes reservados ya casi hasta final de año para evitar sustos: «No puedes despistarte, porque luego no hay plazas», señala. Su única opción para ir en tren y no llegar tarde a clase sería coger el que sale a las 6.51 horas de Vilagarcía y llega a Vigo a las 7.41. Es decir, tendría que salir de su ciudad de origen con más de dos horas de antelación con respecto a su horario lectivo. 

El viaje discurre entre lecturas, viajeros con la mirada hundida en el móvil a pesar de la escasa cobertura durante el trayecto y otros que aprovechan para estudiar oposiciones mientras el ferrocarril avanza (este último grupo es grande y notorio). De repente, las risas de tres chavales desperezan a todo el personal. Es viernes. Y da la sensación, confirmada por su animada cháchara, de que vienen de una madrugada de jueves de marcha universitario. Se ríen y dicen que lograron esquivar al revisor. Puede que vayan sin billetes. O no. En todo caso, no serán los únicos. La falta de plazas y el cada vez menos rígido control hace que no sean uno ni dos sino bastantes más los viajeros que se suben sin tique intentando sortear al revisor. Algunos lo consiguen, otros acaban intentando dar mil excusas. La madre de todas las disculpas (que muchas veces es cierta) es, sin duda, que la aplicación de Renfe no funciona bien y se sacó el billete pero no aparece. 

Marta, fisioterapeuta, que viene en tren todos los días desde Vilagarcía a Pontevedra y que es precavida y ya no cita a pacientes a primera hora por los posibles retrasos del tren.
Marta, fisioterapeuta, que viene en tren todos los días desde Vilagarcía a Pontevedra y que es precavida y ya no cita a pacientes a primera hora por los posibles retrasos del tren. Ramón Leiro

La llegada a Pontevedra es casi en estampida. En el tren de las 7.56 no se suele ir de turismo, sino con los minutos contados para entrar a clases o a trabajar. Así que las prisas mandan. Este viernes el ferrocarril llegó más o menos puntual (falló por unos raquíticos minutos). Otra cosa será lo que enrede hasta Vigo. En el andén, Marta, una joven fisioterapeuta que acaba de abrir clínica en Pontevedra y que se va hasta el barrio de O Burgo en patinete, dice: «Yo ya no cito a los pacientes antes de las nueve, porque sé que muchas veces el tren viene con retraso. Lo hago así para tener cierto margen y no tenerlos esperando. Hay que ser precavidos, no queda otra». El que puede, claro.