El sufrido adiós de Miguel, el pediatra de Pontevedra que adoraba a los niños, a los Simpson y a su perrito Roque
PONTEVEDRA CIUDAD
Su consulta en el centro de salud de Cambados, llena de dibujos de sus pequeños pacientes, eran una buena metáfora del mundo bonito que le gustaba pintar. Murió a los 66 años
07 jun 2023 . Actualizado a las 19:49 h.Ser el mayor de ocho hermanos, de la gran tribu de los Santos Solla de Pontevedra, tiene que imprimir un carácter especial. Y, posiblemente, esa fue una de las cosas que determinó que Miguel Santos Solla, el mayor de toda esa prole pontevedresa que ya le dio el último adiós a sus padres hace algunos años, fuese un hombre afable a más no poder, de esas personas a las que el blanco les está bien, el negro mejor y con el gris no se quejan. Hacía honor al adjetivo de sufrido. Y, quizás por eso, a él, que era médico de profesión y sobre todo de vocación, la salud se empeñó en ponerle continuas zancadillas hasta que este martes, después de sufrir lo suyo, su luz se apagó en Pontevedra, donde nació y vivió, cuando solo tenía 66 años de edad.
Desde el tanatorio, con la voz haciendo saltos por las lágrimas, su familia le describe como un hombre «bueno como un cacho de pan» y le recuerdan como a él seguramente le gustaría: orgulloso de su mujer Isabel, de sus hijos, Miguel y Paula, y de sus nietos Noelia y Airam. Y, por supuesto, loco por su inseparable perro Roque.
Miguel, que se llamaba Miguel Ángel pero que no solía usar su segundo nombre, se enamoró de la medicina muy pronto. Sus padres se apañaron para mandarle tanto a él como al segundo de la familia, Jorge, a estudiar esa carrera a Santiago. Compartieron allí muchos días y noches. Y Jorge, desbordado ahora por la marcha de su hermano mayor y referente profesional, recuerda que entonces nunca imaginó que, dentro de la medicina, Miguel iba a acabar trabajando como pediatra sin serlo, para cubrir la necesidad de estos especialistas que sufre desde hace años el Sergas. «Decía entonces que odiaba a los niños y yo no lo imaginaba pasando consulta con ellos... pero la realidad es que los adoraba», señala su hermano Jorge.
Trabajó durante tiempo en el desaparecido hospital Santa Rita de Pontevedra y se integró también en la sanidad pública. Fue médico en Sanxenxo y su último destino estuvo en el centro de salud de Cambados, donde se ganó el cariño de decenas de familias tras convertirse en el médico de referencia de sus niños. Porque, aunque no era exactamente pediatra, ejercía como tal en el turno de tarde, que le mantenía cada día al pie del cañón hasta entrada la noche. Se marchó de baja hace un tiempo y su ausencia se hizo notoria para muchos pequeños. A Miguel, al médico al que le gustaba que los pequeños le llenasen la consulta de dibujos, le tocaba entonces pintar la parte más difícil de su existencia, en la que le tocó sufrir varias enfermedades, entre ellas el cáncer.
Dice su familia que tenía un espíritu tan generoso que hasta se alegraba de que todas las patologías recayesen sobre él si eso hacía que el resto de la familia no las tuviese. Sufrió mucho, pero vivió más. Y hasta el último suspiro mantuvo sus pasiones, jugando en el móvil con sus Simpson o preocupándose por su guardián Roque. Puede que el can también le acabe llorando, como ya lo hacen todos los suyos en el tanatorio de San Mauro. Ahí se le vela y ahí se celebrará un acto el miércoles para recordarle y, luego, a las 13.00 horas, la comitiva fúnebre partirá para incinerarle en la intimidad.