Amelia Palacios, la artista de Pontevedra capaz de pintar tu mundo sin conocerte

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Amelia Palacios, en el estudio que comparte con su padre, Álex Méndez, en Mourente.
Amelia Palacios, en el estudio que comparte con su padre, Álex Méndez, en Mourente. Ramón Leiro

Puede que sea porque sus paisajes abstractos son universales. O quizás porque sus cuadros evocan muchas emociones. Pero es difícil que su arte no te lleve a algún capítulo de tu vida

18 ene 2023 . Actualizado a las 12:39 h.

Sonríe mucho, muchísimo, y ella dice que esa amplia sonrisa es un gesto un tanto nervioso e incluso un escudo defensivo. Sin embargo, la pintora Amelia Palacios (Pontevedra, 1986), es capaz de trasladar una calma bien grande sentada en su estudio de Mourente, con el aguacero bailando sobre el cristal, las paredes y el suelo lleno de arte en mayúsculas y un gatito pintado por su sobrina saludando tímido desde una pared. Bueno, decir que es su estudio es saltarse una parte de la historia. Es el estudio que le ha hurtado a su padre, el también artista Álex Vázquez, con el que ahora comparte espacio, que no tiempo, entre esas cuatro paredes. Porque Amelia reconoce que necesita soledad e intimidad para crear su obra, que la procesión del pintor siempre suele ir por dentro; como en sus cuadros, donde los paisajes sutiles esconden infinitas cosas, tantas como ojos se posan sobre ellas.

Huimos de la bohemia que se le presupone el artista y a la que invita ese estudio donde en cada rincón hay un cuadro en el que perderse, y vamos por orden. Empezamos, claramente, por el principio. Amelia nació entre los pinceles de su padre, así que cree que pintó desde siempre. Sin embargo, desde niña dijo que sería arquitecta y, cuando tocó elegir estudios, optó por esa carrera. Se marchó a Madrid sin despedirse de los pinceles y poco a poco se fue dando cuenta de que estos iban a convertirse en inquilinos de renta vitalicia en su vida. «No es que dejase de golpe la arquitectura, pero poco a poco le iba dedicando más tiempo a pintar y menos al estudio... y acabé dejando la carrera. Volví a ella varias veces y al final la abandoné cuando me quedaba muy poquito», indica. La suya fue una inmersión en el arte a tiempo completo, luchando a diario para vivir de su pintura. Un Erasmus la llevó hasta Oporto y, aunque es de las que opina que las musas te tienen que visitar trabajando, descubrió que en esa ciudad portuguesa su inspiración se redoblaba: «Allí en cada rincón hay algo que pintar, algo de lo que enamorarte. Es una ciudad maravillosa con muchísima vida cultural», indica.

 Sus grandes referentes

Terminó quedándose ocho años en Portugal, en los que fue creciendo y definiéndose, entre otras muchas cosas, como una maestra del abstracto con una amplísima línea temática. Con la referencia del gallego Tino Grandío y de Fernando Zóbel a la hora de crear, fue componiendo una obra con una temática variadísima, donde hay mucho paisajes abstractos. Son cuadros sutiles, que pegan con su forma de caminar de puntillas por la vida, en los que el espectador suele verse reflejado. «Una de las cosas que más me gusta de pintar es que hay personas que se encuentran en esos paisajes. Es decir, que justo creen haber visto esa imagen en tal sitio o que creen haber estado en ese momento... a mí todas esas interpretaciones me parecen válidas, porque un poco es un paisaje universal en el que cada uno encuentra cosas», afirma.

Lo mismo pasa un poco con las sensaciones y emociones. Lo cuenta mirando a uno de sus cuadros, apoyado en el suelo del estudio, en el que se capta ese momento en el que la ola rompe en el mar en plena noche. Puede dar calma porque ese mar que rompe y se queda tranquilo. Puede dar todo lo contrario porque parece que a lo lejos se avecina una ola más grande... todo depende del ojo que lo vea o incluso del estado de ánimo del espectador. De ahí que un Palacios pueda contar tu vida sin que ella te conozca.

Amelia reconoce que muchas veces no se pinta lo que uno es o lo que uno siente, sino lo que uno anhela y desea. Habla así cuando se le dice que algunos de esos paisajes abstractos que pueblan el estudio transmiten calma y hasta paz. Ella, que confiesa que lleva el bicho de la ansiedad dentro y que a veces le cuesta mantenerlo a raya, dice que es probable que a veces busque con el pincel esa quietud difícil de topar con una mente que va por libre.

Habla de cómo fue cambiando de vida; de la pintora que adoraba las noches a la que se impone horarios por el día para facilitar la convivencia. También de cómo fue pasando de la anarquía a ciertas rutinas. Coincidimos en que, como cantaba Modestia Aparte, deben ser «cosas de la edad». Pero concluimos que quizás no tanto. Porque pasa el tiempo sin que algunas cuestiones cambien. Confiesa que, por muchos años que cumpla, sus ojos de niña curiosa siguen ahí. Por eso sería incapaz de salir de casa sin un cuaderno También suele llevar su cajita de acuarelas o sus rotuladores. Hasta cuando ve la televisión también anda con el papel en blanco en mano. Reconoce ella entonces que algo de obsesión tiene su pintura. Pero matiza que es una obsesión sana y «razonablemente feliz». Se le dice que está rompiendo con el cliché de artista atormentado. Y ella ríe. Con esa risa tan suya.