El humorista presenta su nuevo espectáculo, «50+1», esta tarde en Vigo y mañana en Pontevedra
14 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.50+1, el nuevo espectáculo de Moncho Borrajo (Baños de Molgas, Ourense, 1949) que este sábado recala en el Teatro Afundación de Vigo y mañana en el Auditorio Afundación de Pontevedra, recupera «un monólogo, el de los adosados, que está vigente. Los adosados se siguen comprando y la gente se lo pasa muy bien y dice: ‘‘¡Mira, mi cuñada!’’. Siempre son los otros».
—Y siempre los cuñados.
—Sí, sí. Antes eran las suegras y ahora son los cuñados. Pero, además, luego habrá canciones en las que seguramente colabora el público. Se subirán al escenario para bailar conmigo, pero la gente ya sabe muy bien que cuando subo a alguien al escenario no es para que nos riamos de él, sino para colaborar y pasarlo bien. Como viví en Valencia tantos años, tengo la traca valenciana y la retranca gallega. Ese mundo medio cabaretero, que también tiene La Cubana, es muy mío. Ahora mismo, y esto no es una crítica a los monologuistas, ese concepto del monólogo de un señor solo en el escenario no va conmigo, yo soy más teatral. Creo que el que paga un dinero tiene derecho a sorprenderse.
—¿El título de dónde sale?
—A partir del espectáculo anterior que se llamaba 50 años, porque oficialmente se cumplían cincuenta años encima de los escenarios, pensamos que ya no podía buscar más nombres. Ya había hecho Moncho gusto, Borrajo perdido, Diablemos, Loco... Xa non sabía que carallo por de título. Además, con los años y cuando uno tiene un estilo determinado de hacer humor la gente espera que hagas ese tipo de humor. Yo no puedo dejar de improvisar, yo no puedo dejar de meterme con la política actual, yo no puedo dejar de cantar canciones, más o menos, jocosas, yo no puedo dejar de tener un momento tierno con nariz de payaso o sin ella...
—¿Pregunta?
—Después de 51 años sobre el escenario estoy al nivel de Raphael o de Serrat. El otro día un chico, uno de estos que te atacan en Twitter y por redes, un troll de estos que les llaman, me dijo que yo soy un «dinosaurio del humor». Le contesté: «Pues tienes que venir a verme porque seguro que no has visto un dinosaurio en tu puta vida». Conmigo, pobriños, no lo entienden. Como me río de mí mismo y les contesto con mucha ironía, no lo cogen.
—Al hilo de este episodio, ¿estamos en un tiempo complicado para hacer humor?
—Sí, la gente tiene la piel muy fina, muy fina. Es cierto que antes había cosas de tipo machista o que podían ofender a alguna persona con algún problema físico, es verdad, pero también es cierto que en mis 51 años nunca he contado chistes de cojos, tartamudos, nunca me he metido con personas con síndrome de Down... A mí me viene a ver mucha gente en silla de ruedas y en mi espectáculo anterior había un chico que siempre viene a verme que voy a su ciudad. Lo vi y le dije antes de cantar mi primer canción, «Hola, motorizado, ¿cómo andas?». «Corriendo», me contestó, a lo que le dije «qué sea la última vez que te quitan puntos por pasar de 120, me oyes». Y el otro muerto de risa, pero una señora desde el patio de butacas me suelta: «Está usted ofendiendo al minusválido». El chico le contestó: «Señora, está usted enferma, usted sí que es minusválida». Ahora ya no puedes decir gorda, tienes que decir curvi. Si las gordas son curvis, los gordos qué son, ¿curvos? Es lo mismo con el vocabulario este que se han inventado y que produce unos cachondeos que te partes de risa. El castellano tiene sus normas y cuando hablas en masculino la mayoría de las veces abarca a todos los sexos. Una vez conté un chiste de maricones, fíjate yo, y una señora me llamó homófobo. Pues si no puedo reírme de mí mismo ya, mal vamos.
—¿Hay censura o autocensura?
—Lo peor que le puede pasar a un cómico, a un escritor o a quien sea es la autocensura. Es cierto que no hay una censura oficial, no hay nadie que te prohíba decir nada encima de un escenario, pero existe una censura de contratación. Si los teatros están en manos de los partidos políticos, son los que contratan o no. Si no les gustas ideológicamente, no te contratan. Eso es una censura. Y, de hecho, en la televisión hay muy poco humor político, casi nada, por no decir nada. Hace poco dije una frase que me llamaron de todo, pero es verdad: Tengo más censura ahora que con Franco. Con Franco sabía cómo tenía que decir las cosas dándoles la vuelta y la gente las entendía. Ahora no te metas con Pedro Sánchez o con Podemos porque te cae encima una sacudida en Facebook o Twitter y, además, con insultos. Es tremendo. Este país siempre fue un país de o conmigo o contra mí. Eres del Barça o del Madrid, y si eres del Celtiña o del Coruña, bueno... Salvo del Pontevedra, que había que roelo naquel tempo. Hay que ser de la Jurado o de la Pantoja. Y no se dan cuenta de que todos tenemos derecho a opinar con tal de que no ofendamos. En cuanto dices algo que no le gusta a ciertos sectores, el insulto es la respuesta. Y el humor no lo toleran. A lo políticos no les gusta la ironía y la retranca, y conmigo sufren mucho. En este espectáculo gasto dos bromas fijas, una a Pedro Sánchez y otra a Feijoo. Siempre me he metido con todos, pero no le encuentran gracia. El sentido del humor es un regalo de tu cerebro, si no tienes sentido del humor, echa la culpa a tu cerebro.
—Volviendo, en todo caso, a sus actuaciones de este fin de semana. ¿Qué le evocan las ciudades de Pontevedra y Vigo?
—Vigo me pone muy nervioso porque viví en ella tanto tiempo. Nací en Baños de Molgas, pero me fui a Vigo recién nacido. De todas maneras, en Galicia tengo la sensación de que me examinan. Es horrible después de 51 años tener que examinarte. Aquí los mitos no existen. Triunfas en Francia y ya eres un ídolo, pero aquí no, aquí hay que demostrarlo todos los días. Creo que hay gente que va a verme para ver si fallo en la improvisación. Es como a los toreros, que hay gente que va para ver si los cogen. Y de Pontevedra recuerdo que trabaje en un teatro que estaba en unas galerías que ya no existen y que era como entrar en una cueva, pero también actué en el auditorio grande y en el de Afundación. Me es más cómodo trabajar en este último porque está en el centro de la ciudad y no es tan grandote donde pareces unha formiga correndo polo escenario.
—¿Son públicos distintos?
—En Pontevedra, al ser una capital pequeña, hay una cierta seriedad. Cuando entran en el espectáculo no pasa nada, pero los primeros quince minutos les cuestan. Les cuesta por su concepto del teatro. Ahora ya están acostumbrados, pero cuando decía tacos, ¡qué mal lo pasaban los de Pontevedra! Hay una pregunta que me hace mucha gente: «¿Por qué tiene que decir tacos con lo inteligente que es?». Y siempre les contesto que lo digo por molestar. En Pontevedra quedan apenas unas butacas y en Vigo está todo vendido. Cuando voy a mi tierra soy muy feliz, me siento muy querido. La calle me quiere y eso es un lujo. El gallego el respeto y el aplauso no te lo regalan. Custan moito.