La memoria de Isma, senegalés en Pontevedra: «Una funcionaria me pagó una deuda de 430 euros, hay gente muy buena»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Isma Ngom, portavoz de la asociación de senegaleses Dahira Touba de Pontevedra.
Isma Ngom, portavoz de la asociación de senegaleses Dahira Touba de Pontevedra. RAMON LEIRO

Pide por quienes están en España sin papeles. Él pasó así tres años y sabe lo duro que resulta

17 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Isma Ngom (Dakar, Senegal, 1981) se hace notar allí a donde llega en Pontevedra con su altura del jugador de baloncesto que un día fue. Su piel de ébano tampoco pasa desapercibida, como él bien dice. Y tampoco lo hace su sonora risa, sus ojos alegres y la forma en la que saluda a todo el mundo, como si tuviese necesidad de transmitir alegría y buen rollo a aquel con el que se cruza. Toma asiento en una cafetería mientras hace bromas con una joven que se marcha y se queja de que le toca volver al tajo: «No trabajes como una negra», le espeta Isma, negro de África, entre carcajadas. Isma es un referente para los senegaleses que llegan a Pontevedra. Directivo de la asociación Dahira Touba, cree que quienes como él conocen bien lo que es dejar su país y tratar de buscarte el pan en otro se merecen una mano amiga. Y él la tiene tendida. Antes de empezar, pide que quede claro un mensaje: «A los políticos les suplico que piensen en las personas que están años y años ilegales en un país. Son humanos y no tiene sentido que vivan aquí sin poder trabajar legalmente. Si lo hiciesen podrían cotizar y aportar al país», defiende.

Isma sabe de lo que habla. Nació en Dakar y tuvo una fortuna poco habitual en África: la de poder llegar a cursar estudios superiores. Hizo dos años de Derecho Penal pero, en medio de la formación, le surgió una oportunidad laboral. Hacía falta el dinero y la cogió. Comenzó a trabajar en el sector de la informática, un mundo que siempre le entusiasmó y que se le daba bien. Le dedicó muchas horas al oficio, a intentar mejorar, y un día logró montar su propia empresa en este gremio con un socio. Las cosas no fueron del todo bien con él y pronto empezó a ver que el mercado laboral no era nada fácil: «Es que en África pasa una cosa... cuando un pobre intenta subir, cuando le empiezan a ir bien las cosas... entonces siempre aparece un rico que te vuelve a poner en tu lugar. Es así», dice. 

Entró como turista

Se casó y su mujer se vino a España, siguiendo la estela de otros familiares y tratando de buscar un futuro mejor. Él al principio dudó. Pero un día también decidió coger la maleta. Su primer viaje fue con visado de turista. Pero no volvió. Llegó a Barcelona en el 2008 y un mes después desembarcaba ya en Pontevedra, donde se asentó con su esposa y donde nacieron sus tres hijos.

No le quita crudeza a los primeros tiempos. «Sin papeles, la única opción era la venta ambulante. Iba a las ferias y era duro... aunque tengo que decir que me ayudaron mucho. La gente, cuando que te estás buscando la vida, te apoya. Te deja que puedas seguir adelante», dice.

Un día, logró esa documentación tan ansiada. Y siguió topándose gente buena por el camino. Hay un capítulo que no se le borra de la memoria: «Tenía una deuda de 430 euros y no la podía pagar toda junta. Fui a la Administración correspondiente para tratar de abonarla a plazos y me dijeron que no se podía, que eso solo estaba permitido si eran más de mil euros. En la oficina hablaron con sus jefes y no había forma. Entonces, una funcionaria me dijo que fuese con ella. Pensé que íbamos a otra oficina. Pero, no. Paró en el cajero y me dio los 430 euros. Así, por humanidad y sin conocerme. Es algo que no se me olvida», explica.

También vivió la otra cara de la moneda, el racismo. Se acuerda de cuando trabajó en una tienda de ropa y había quien pensaba que «si había un negro tras el mostrador era porque había entrado a robar». Pero Isma se empeña en quedarse con lo bueno, en escudriñar cada pasaje vital para buscar algo positivo. Es lo que le aconseja a sus hijos cuando se quejan porque alguien les insinúa lindezas como que no son de este país —aunque los tres nacieron aquí, en Galicia—.

Isma se gana la vida ahora en Galventus, una firma del sector eólico. Está contento. Como feliz está con que sus hijos mariden la cultura gallega con la africana y se animen ya a hacer, con alguna que otra trampa de por medio, el Ramadán. Echa de menos África. O, mejor dicho, a su familia en África. Pero él y los suyos tienen ahora aquí su calor de hogar.