En la residencia de mayores de Pontevedra donde habita la soledad: «Aquí no me falta de nada, pero me falta todo»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA/ LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

María, de A Guarda y antigua redera, echa mucho de menos a su marido, del que enviudó.
María, de A Guarda y antigua redera, echa mucho de menos a su marido, del que enviudó. CAPOTILLO

Alfonso nunca recibió una visita. María dice que su familia «anda a su vida, como es normal» y Juan acaba de despedirse de su hija, que vive en Argentina

06 dic 2022 . Actualizado a las 19:01 h.

Ni siquiera hace falta cruzar la puerta de la residencia pública de Campolongo (Pontevedra), ese centro cuyo director escribió una durísima carta hablando de la soledad a la que condenamos a los mayores, para darse cuenta de que este hombre no miente. En el porche de entrada, una mujer menuda que a media mañana se dispone a salir de paseo, saluda con alegría cantarina y saca conversación al forastero. Lleva una chamarra negra y una bufanda de cuadros perfectamente anudada. Le da igual estar preparada para salir. Prefiere la charla con un desconocido a ir a lo suyo. Exprime cada segundo de cháchara espontánea para hablar de su vida antes de llegar a la residencia; de la muerte de su marido, de los nietos «listísimos» y de las pollos que ella mataba, congelaba y repartía para que hubiese comida en tres casas, la de ella y las de los hijos. A cada dos frases, murmulla: «Como na tua casiña non estás en ningún sitio». Se le enfría la mirada al preguntarle por la familia. No la visitan mucho, como poco a poco reconoce. Pero no lo quiere contar. El amor que siente por los que no vienen gana por goleada al enfado. Así que calla, baja la cabeza y, entonces sí, aprieta la chaqueta contra el pecho y desfila: «Éche o que hai», se despide. 

La de esa mujer no es una excepción. Resulta casi imposible encontrar en las cuatro paredes de la residencia, donde a media mañana de un día festivo como el de la Constitución no se ven familiares haciendo visitas, un mayor que se queje abiertamente de que no van a verle. Que confiese a las claras que sus hijos no llaman (en el confinamiento compraron tabletas para hacer videoconferencias pensando que habría cola de las familias para usarlas y no fue así). La soledad solo se lee entre líneas. La procesión que va por dentro suele guardarse en la escasa intimidad de las habituaciones compartidas, en el tú a tú entre el mayor y su cuidadora de confianza, que a veces le seca las lágrimas. Juanjo López, el director de la residencia, es muy consciente de ello, por eso ha querido hacer de altavoz de esa soledad y ha pedido que en Navidad se escriba felicitaciones a los mayores de este centro. Él, que en una entrevista en La Voz ya decía hace tiempo que se llevó una enorme bofetada de realidad cuando llegó a ese cargo, porque «pensaba que esto los domingos se llenaba de familiares, y no vienen»,  sigue sin morderse la lengua. En medio de un salón enorme de la planta baja, a tiro de piedra de la entrada, va señalando con el dedo: «A él no lo visitan nunca», «a ella casi nunca», «a él muy, muy poquito», «a él algo más, pero no suficiente», «ella sí tiene suerte, porque vienen de vez en cuando a verla»... Él y ella son buena parte de los residentes y son personas con rostro, nombres y apellidos

Josefa, natural de Moaña, lleva cuatro años en la residencia.
Josefa, natural de Moaña, lleva cuatro años en la residencia. CAPOTILLO

Josefa, de Moaña, hace que mira la tele, donde en el Congreso de los Diputados se celebra el Día de la Constitución. Pero Josefa hace nulo caso a la pantalla. Ella está a lo suyo, observando quién entra y quién sale del salón. Acepta de buen grado la conversación. Y dice que le importa poco que la Navidad se acerque: «A min gustábame antes... pero agora non me gusta nada. Pasaron moitas cousas...». Se le humedecen los ojos al hablar de su hija, que falleció joven, o al recordar a su marido, del que enviudó. Dice que echa de menos su casa. Y la sonrisa se le asoma a la boca cuando recuerda a su hijo, «que é un bendito, pero ten que atender á súa vida e á súa familia». Con esa frase colgando en el aire se levanta a dar un pequeño paseo por el salón. Luego vuelve al asiento. Y sigue contando. Habla de su tierra, Moaña, «qué é moito» y narra con orgullo que su hijo y su nuera hicieron una casa casi pegada a la de ella. Luego, concluye: «O meu fillo dime que aquí fago moitas cousas, que canto, bailo, pinto... iso é verdade. Se cadra na casa non facía nada. Aí ten razón»

Alfonso, soltero y sin hijos, se quedó «solo en el mundo» cuando murió su madre.
Alfonso, soltero y sin hijos, se quedó «solo en el mundo» cuando murió su madre. CAPOTILLO

Muy cerca de Josefa está Alfonso, que lee el periódico. Él es uno de los jóvenes de la residencia. Tiene solo 67 años. Pero una enfermedad pulmonar, que le obliga a usar oxígeno continuamente, le obligó a irse a vivir a un centro hace ya tres años. Natural de Vigo, pasó por una residencia de Santiago y hace un mes desembarcó en la de Pontevedra. Nunca recibió visitas. Ni allí ni aquí. Él cree que es lógico porque está «solo no mundo». Explica que es soltero e hijo único y, que desde que le faltó «a defunta de mamá» se quedó sin nadie más. Como mucho, podrían venir a verle algunas amistades de Vigo, de las que hizo en los tiempos que trabajaba en el mar. Pero cree que sería un desplazamiento muy grande, así que se conforma con hacer amigos nuevos. Va a pasar la Nochebuena en la residencia. Lo siente como algo «un pouco triste», pero cree que al menos así tendrá compañía: «Na casa estaría máis solo». Luego, hunde la mirada de nuevo en el periódico y, a lo sumo, se queja de que hace demasiado calor por tanta calefacción. 

María, de A Guarda, protesta un poco más. Ha perdido la cuenta del tiempo que lleva en la residencia, cree que entre tres y cuatro años. Lo que no se le olvida es de cómo se siente: «Aquí no me falta de nada, pero me falta todo... falta la compañía». Cuenta que echa muchísimo de menos a su marido, con el que compartió una vida «dura, pero bonita». Vivían junto al puerto, él tenía un barco y andaba al mar, y ella era redera: «Tuve a varias mujeres a mi cargo, porque las redes daban mucho trabajo», señala. Se encoge de hombros al preguntarle por las visitas. «Alguna hay», afirma. Dice luego que sus hijas «andan a su vida, como es normal» y que los nietos son los que se acuden cuando le toca ir al médico. Al escuchar la palabra Navidad, salta como un resorte: «Ahí tienes que poner buena cara y listo... por dentro es otra historia», espeta. Y cambiando el castellano con el que estaba expresándose por una frase en gallego, remacha: «Ten que ser». 

Juan Antonio, de 93 años, tiene una hija en Argentina a la que acaba de ver tras varios años sin poder abrazarla a cuenta de la pandemia.
Juan Antonio, de 93 años, tiene una hija en Argentina a la que acaba de ver tras varios años sin poder abrazarla a cuenta de la pandemia. CAPOTILLO

Ese «ten que ser» de María podría presidir el salón. Lo comparte también Juan Antonio, natural de Celanova, pero emigrado a Argentina durante buena parte de su vida. Cuenta que un día retornó en solitario de la tierra de la Plata, donde se quedaron su mujer y su hija. Cuando la vejez se coló por la ventana de su casa, se fue a una residencia pública. Estuvo varios años en A Estrada, hasta que recaló en Pontevedra. Lo normal es que tuviese visita una vez al año, cuando su hija viaja desde Argentina a Galicia. Pero la pandemia le hizo estar varios años sin verla, hasta hace unas semanas, que regresó. Se marchó ayer: «Me llamó desde el aeropuerto de Madrid para que supiera que llegó bien allí y que ya cogía el otro vuelo», informa. Él, con 93 años cumplidos, ya tiene callo en eso de pasar la Navidad sin la familia. Quizás por eso ya no echa de menos a nadie. O no desea imposibles. El suyo es un anhelo realizable: «Me gustaría que aquí nos pusieran en Nochebuena la copa de licor café o de aguardiente que nos daban en la residencia de A Estrada. Aquí la Navidad es muy pobre», desea en voz alta, mientras su risotada franca y abierta se entremezcla con el sonido de la tele a la que nadie parece atender.