La «noticia más triste» en el edificio de Pontevedra que pasó de albergar la Falange a abrazar la modernidad

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

En el edificio que hay que desalojar, que hace esquina entre Gutiérrez Mellado y Michelena, está el pionero «coworking» Arrroelo, donde tienen su sede más de veinte emprendedores.
En el edificio que hay que desalojar, que hace esquina entre Gutiérrez Mellado y Michelena, está el pionero «coworking» Arrroelo, donde tienen su sede más de veinte emprendedores. CAPOTILLO

Los inquilinos de un emblemático inmueble de la calle Michelena, a tiro de piedra de la Peregrina, tienen que irse porque la propiedad quiere derribarlo

27 nov 2022 . Actualizado a las 20:38 h.

El número 11 de la calle Michelena, una de las arterias comerciales de Pontevedra, es un edificio singular. Envuelto en una sobria fachada de piedra, sin necesidad de ir al libro queda claro que es de esos inmuebles que resistieron a la fiebre de la España del desarrollismo, donde se solía meter piqueta a todo lo anterior sin contemplación ni miramiento alguno. A simple vista se detecta que tiene unas cuantas décadas encima. Pero lo mejor, al menos emocionalmente, está dentro.

Sobre su baldosa blanca y negra, entre sus puertas elegantes de vieja madera y sus techos altísimos, en ese edificio, a trozos encantadoramente decadente y a cachos pujante, los inquilinos cincelaron una Pontevedra bien moderna. Ahí, más de veinte emprendedores comparten oficinas en el coworking Arroelo —abierto cuando eso del coworking aún sonaba a chino por estos lares—, se dan clases de arte, hay una clínica dental y hasta un centro de paz magnética. Pero toda esta colmena de ideas y proyectos tiene fecha de caducidad. Las luces del edificio deben apagarse para siempre, como máximo, el 31 de enero. ¿Por qué? Por los planes que tiene la propiedad.

Capotillo

La historia lleva ya tiempo masticándose. Los propietarios de este edificio y de otro colindante —en la calle Gutiérrez Mellado, en las Galerías Oliva— pidieron permiso para derribar ambos sin especificar en el Concello qué es lo que quieren hacer. Con el de la Oliva no tuvieron problemas y, con muchísima tristeza, los inquilinos fueron desfilando y ya se iniciaron los trabajos previos al derribo. Pero Patrimonio les puso pegas con el de Michelena, ya que considera que este inmueble está afectado por el BIC de A Peregrina. Dicho de forma más pragmática: que aunque no tenga catalogación, su demolición puede alterar la imagen paisajística del entorno de uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad. Pero, aún con Patrimonio en contra, los propietarios decidieron pelear su derecho al derribo en el juzgado. Y en eso están ahora. 

La comunicación

Los inquilinos de este número 11, en el que hay tanto bajos comerciales como numerosas oficinas, confiaban que el enredo judicial les diese un poco de margen y que no les señalasen la puerta de salida tan pronto. Pero esta semana se llevaron un batacazo. La propiedad les indicó que, como mucho, deben estar fuera el 31 de enero. Así que les toca hacer las maletas a todos. María Pierres y África Rodríguez fueron las promotoras del coworking que hay en el tercer piso de este edificio. Ellas apostaron hace una década por montar ahí un centro para emprendedores de más de 400 metros cuadrados y ellas fueron las que comunicaron que les ha llegado «la más triste de las noticias», refiriéndose a esa obligación de marcharse del local.

Ambas tienen claro que Arroelo, que en diez años vio pasar a unos 200 emprendedores y que ahora mismo es la sede de 25 negocios, va a seguir. De hecho, reconocen que les llueven ofertas de locales y que hasta se sienten a gusto con lo que puede deparar el futuro: «Bienvenida incertidumbre», señalan. Pero lo que de verdad les enfada, al igual que les pasa a otros inquilinos, es que sí o sí se quiera tirar el edificio.

A María Pierres, que fue diputada socialista, que es arquitecta y que además está especializada en rehabilitación, no le coge en la cabeza que se pueda pensar en echar abajo este inmueble: «É un crime. Quedan poucos edificios así na zona. Se me dis Vigo, onde en sitios como García Barbón hai moitos máis... pero en Pontevedra non. É unha fachada moi sinxela, pero é exemplo dunha época. Ten historia detrás». Pierres viaja también a la intrahistoria, a lo bueno y quizás también lo malo que debió cocerse dentro de esas paredes. Ahí estuvo, por ejemplo, la sede de la Falange Española. Pierres tiene una fotografía en la que se ve el rótulo de «Hogar de la Falange». Dice que cuando su compañera África y ella llegaron para montar el coworking, a aquella tercera planta de inmueble en total decadencia en la que pretendían abrazar la innovación, esa fue una de las curiosidades que les contaron los vecinos.

 Un espacio con alma

Pasó una década desde que abrieron Arroelo, donde incluso ayer, sábado, las risas seguían sonando. Es difícil describir con palabras cómo un espacio de negocios puede desprender tanto positivismo. Todo tiene alma en ese coworking, desde las caras sonrientes de los emprendedores a las paredes con murales en los que se leen frases como «cousas que facer antes de morrer», donde cada uno va añadiendo lo que sí o sí quiere llevar a cabo en esta vida. Y qué decir de esa vieja cocina, con el fregadero blanco de mármol, donde a media mañana se toma «café a la fresca» y de donde la sinergia florece entre los distintos emprendedores. «Nos iremos a otro lado, pero seguiremos siendo los mismos», señalaban ayer los que les tocaba trabajar en pleno sábado.

La tristeza que hay en el tercero sube por la escalera y se hace aún más poderosa. Porque en el quinto piso está el pintor Rafa Prieto, quien lamenta que en estos tiempos modernos la noticia de que tiene que dejar el sitio donde vive y donde tiene montado su estudio de pintura y su academia le haya llegado en un frío correo electrónico. Prieto no sabe cómo se apañará para, desde ahora a enero, buscar un sitio para seguir impartiendo clases a sus veinte alumnos. A él también le da pena infinita el edificio. Cree que además el desalojo será en vano, porque le parece que ahí no se va a poder construir otra cosa. Pero quién sabe.