El Lérez devolvió a los cinco días el cuerpo de Keny, un currante al que la vida no se lo puso fácil

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Momento en que los servicios de emergencias trasladan el cadáver aparecido en la desembocadura del Lérez, en Pontevedra
Momento en que los servicios de emergencias trasladan el cadáver aparecido en la desembocadura del Lérez, en Pontevedra Ramón Leiro

El cadáver estaba casi en la orilla del río, a algo más de dos kilómetros de donde se había sumergido y fue visto por un peatón

02 nov 2022 . Actualizado a las 12:55 h.

El sol brillaba en el festivo de ayer, martes, en Pontevedra y el río Lérez se llenaba de vida. El Lérez es mucho que un cauce en la ciudad; es el sitio donde reman cada día decenas de piragüistas, de niños a mayores; es el lugar de paseo, de pesca con caña y de recreo. Es, en pocas palabras, el cinturón amable de la ciudad por su flanco norte. Por eso duelen tanto las desgracias en este río amigo. Y por eso, desde el viernes por la mañana, cuando el palista José Manuel Penas Balchada, conocido como Keny, de 49 años, desapareció en sus aguas tras volcar con su piragua y sumergirse entre el puente de O Burgo y el de As Correntes, toda la ciudad miraba hacia el cauce buscando respuestas. Llegaron ayer, festivo de Todos los Santos, cuando un peatón divisó su cuerpo flotando cerca de la orilla. 

El reloj acariciaba las 9.30 horas cuando Carlos Núñez, vecino de Pontevedra, caminaba por el paseo marítimo que discurre desde la ciudad hacia Marín. Iba a paso ligero, pero con los ojos puestos en el río, consciente del operativo de búsqueda que estaba en marcha. Pasada la rotonda de Malvar, a unos dos kilómetros río abajo de donde desapareció José Manuel Penas, vio un bulto en la orilla del Lérez: «Me pareció ver un bulto negro, como una cabeza. Me fui fijando más y luego vi ya el cuerpo, con una camiseta azul. Entonces pensé que quizás podía ser el del piragüista. Estaba bastante cerquita de la orilla», explicaba este hombre. Avisó a la policía con el temor de que la corriente, que aparentaba rápida en aquel momento, acabase llevándoselo.

Pero, antes de que le diese tiempo a los agentes a desembarcar en esa zona, el peatón vio ya que una zódiac, con un familiar del piragüista a bordo, se acercó hasta el punto del hallazgo, tratando de custodiar el cuerpo ante la corriente e identificándolo como el de José Manuel Penas. Se desplegó entonces un amplio dispositivo, con la Policía Local, Nacional o los Bombeiros de Pontevedra. Se llevó el cuerpo hasta una zona segura y se esperó la llegada del forense. Luego, se desplazó el cadáver al hospital para la pertinente autopsia. 

Las miradas apuntaban entonces al club naval. Ahí esperaba la familia de Keny, que mostró una entereza sobrecogedora. A su lado estaban personas como Carlos Paz, presidente del club naval, al que pertenecía el fallecido, o Vicente Ferrería, jefe de los bomberos. Este último, con el agotamiento evidenciándose en su rostro, destacaba la enorme implicación de los servicios de emergencias y de la ciudadanía con el operativo de búsqueda. Igualmente, hablaba de esa fortaleza demostrada por la familia, que se marchó de última del club naval, dando la gracias por el apoyo recibido. Ferrería indicaba también que, tras los primeros días de búsqueda, era previsible que el cuerpo acabase flotando por los procesos fisiológicos habituales. Finalmente así ha sido. 

Carlos Paz, el presidente del club naval, seguía ayer masticando el suceso. Se le quedó grabada la última imagen de Keny yéndose hacia el río el viernes, con la marea baja y el agua revuelta por el temporal. Dice que lo vio y, al poco tiempo, le avisaron de que algo le había sucedido. Paz salió con la lancha del club en un intento desesperado por ayudar a un hombre que conoce «desde que era un niño de doce años». Luego vino todo lo demás. Dice que se peinó el cauce para intentar encontrarlo, que llegaron a buscar incluso río arriba porque «aunque parecía del todo improbable que fuese hacia allí, no había que descartar nada». Reconoce que se emocionó viendo cómo los chiquillos del club se sumaron a esas labores. Pasó con la familia muchas de las horas de espera y esta mañana siguió a su lado: «Están profundamente tristes, pero con una sensación de alivio porque al menos ha aparecido su cuerpo», decía. Luego, volvía al viernes. Pero, en lugar de seguir haciéndose preguntas, se respondía a sí mismo: «Parece que allí estaba el destino de Keny. Supongo que todos tenemos uno». 

Keny, un currante y amigo generoso al que «la vida no se lo puso nada fácil»

José Manuel Penas Balchada, el piragüista que falleció en aguas del Lérez, fue un niño tan flaco y espigado que alguien decidió ponerle el mote de Keniata. La cosa derivó en Keny, y por ese sobrenombre se le conoció siempre. Ayer, al tiempo que el mar devolvía su cuerpo, sus amigos trataban de tapar con los mejores recuerdos que guardan de él esa tristeza que desde el viernes lo ocupa todo. Dice Alfonso López, amigo suyo desde la adolescencia, que es muy fácil sonreír pensando en Keny, porque era de esas personas «con las que siempre tienes buenos momentos».

Keny se enganchó al piragüismo que marcó la vida de su familia —su hermana es la laureada palista Ana Penas— en la adolescencia. Su padre se lo inculcó y era bueno en esta disciplina. Unió pronto el deporte con el trabajo. Porque quienes le conocían dicen que José Manuel era «un currante descomunal». Empezó a trabajar cuando era un chiquillo en la mítica juguetería pontevedresa Chacón, que luego fue Juguettos. Y ahí dio el callo durante numerosos años. Pero, como recuerda su amigo Alfonso, la vida no se lo puso nada fácil «por sus achaques de salud». De hecho, la enfermedad que padecía le obligó a dejar de trabajar hace unos dos años. Fue un momento duro, que él afrontó con el espíritu optimista que sus amigos aseguran que atesoraba desde niño.

Se desvivía por su hijo

Con una vida más relajada que antes, cuando el trabajo marcaba su día a día, Keny se agarró entonces a las cosas más importantes de su existencia. Y a la cabeza de todas ellas estaba su hijo Aarón, de 15 años, a quien le contagió la pasión por el piragüismo y por quien se desvelaba sobremanera. También se apoyó en su pareja, con quien había logrado recuperar su sonrisa tras unos años difíciles. Y, por supuesto, contó con sus amigos, con los que derrochaba generosidad: «No fallaba, era el amigo permanente», dicen quienes ahora están rotos.

Su enfermedad le había limitado en algunas cosas. Pero intentaba que no se las robase todas. Así que, de cuando en vez, salía a dar paseos en la piragua por el río Lérez que tanta vida le dio siempre. Lo conocía como la palma de la mano porque en él se había bregado desde niño y le gustaba navegar por él tanto como las motos, su otra gran pasión en la vida. El viernes, en esa jornada que resultó aciaga, tenía que haber dado uno más de esos sanadores paseos. No el último. En esta tarde de miércoles está previsto que se celebre su funeral en Pontevedra.