Creció en el restaurante francés de su familia en Manhattan y hoy da vida a las galerías de Pontevedra que se reinventan para sobrevivir

Nieves D. Amil
Nieves D. Amil PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Ramón Leiro

Luis Santos y Samantha Otero abrieron antes de la pandemia un local especializado en platos dulces

29 sep 2022 . Actualizado a las 07:36 h.

Encontrar una mesa para poder tomar un café o desayunar en Delicious Bakery es en hora punta una tarea difícil. Luis Santos y Samantha Otero están detrás de la barra, en sala y también en cocina. Han convertido la antigua farmacia de las Galerías Oliva en el punto de encuentro de muchos pontevedreses que buscan «algo distinto», dice Santos, que creció en el restaurante francés que sus padres tenían en Manhattan. De esa niñez y juventud en Nueva York le quedó esa pasión por la hostelería, que a pesar de ser diseñador gráfico, quiso explotar en Pontevedra, donde reside. «Hace unos años tenía la idea de hacer tartas y distribuirlas a restaurantes, llegamos a comprar un montón de moldes. Tiene una mano increíble para lo dulce, pero también para lo salado», dice Samantha Otero, la otra mitad de un negocio que ha dado vida a unas galerías que estaban agonizantes. Porque lo que está claro es que esta pareja quería abrir su negocio en las Galerías Oliva. «No teníamos dudas de que queríamos abrir aquí para darle un aire fresco a esta zona comercial». Y lo hicieron.

A su alrededor se mantienen negocios que llevan años trabajando y otros de nuevo cuño que desafían la licencia de derribo que tiene el edificio que da acceso a las galerías desde Gutiérrez Mellado. Delicious Bakery está en la entrada desde la calle Oliva. «Estamos donde había una farmacia. Todavía llega gente preguntando por ella y nosotros conservamos en el almacén el robot que dispensaba medicamentos. Ahora utilizamos esos armarios para guardar nuestras cosas», explica Otero, mientras Luis vuelve a la máquina de café para continuar con el trajín de la mañana. No le preocupa que algún día se ejecute el derribo y no haya salida por el otro lado de la galería. «Algunas personas se meten por aquí porque es una zona de paso, pero igual que cuando quieres ir a Zara te da igual donde esté, aquí lo mismo», confiesa Samantha.

No cabe duda de que en estos tres años se han hecho una clientela. Y eso que todavía hay gente que los descubre ahora. «Creo que sabemos cuidar el detalle, ponemos un bizcocho de zanahoria casero con el café, aunque te hayas pedido un desayuno. Lo hacemos nosotros, como las tartas o lo salado», explican estos dos emprendedores, que pese a la insistencia de sus clientes para que pongan más mesas, prefieren seguir igual. Le dan importancia a poder dar ese trato familiar que los hace distintos.

«A Luis se le nota que ha crecido en la cocina, hace unas tartas que gustan mucho, pero también las galletas y los jueves y viernes saca unos rollos de canela que tienen mucho éxito», subraya. Pero no solo han cuidado el gusto por la cocina, sino que también han trabajado el gusto estético. Quizás le venga de formación profesional. Él es diseñador gráfica y ella estudió diseño de moda. «Fuimos montándolo poco a poco, son muchas cosas de Ikea a las que le damos otro aire. Mimamos el detalle, Luis siempre le quiere dar una vuelta más para que no te copien, no haya lo mismo que en otros sitios», comenta Samantha. Luis interviene cuando el ajetreo de la mañana se lo permite. «Queríamos ser diferentes, no la típica cafetería, tener algo distinto, que fuese acorde a nuestros gustos», dice con tanta timidez como humildad. Trabajó en hostelería en Nueva York y esas ideas que fue viendo unidas a su gusto y el de Otero convirtieron la antigua farmacia de las Galerías Oliva en una prolongación de la sala de estar de su casa. Ellos atienden su negocio a tiempo completo y despiden a sus clientes por el nombre.