Nadie en Cerponzóns creyó que la casa sería derribada. En la asamblea se dijo claramente que hay que respetar la legalidad urbanística y entender que la vivienda estaba en situación irregular. Pero, también, mostrar humanidad con un vecino «que non se mete con ninguén, que é moi tranquilo e que non está só». Por eso están recaudando fondos para ayudarle a él y a su hija y por eso, en cuanto las excavadoras se retiren, quieren echarle una mano para que recoja los pocos muebles que quedan servibles. Porque la demolición, según dice su hija, fue tan sorpresiva que ni siquiera llegaron a sacar de allí sus enseres. De hecho, acudir hasta la finca donde estaba su vivienda es toparse con un escenario dantesco, donde en el portal sigue funcionando el timbre de una casa que ya no existe y un perro ladra como si aún tuviese una propiedad que defender. Dentro, a plena luz del día, los muebles tirados de la vivienda y los restos de la demolición consumada.
Los vecinos, con prudencia pero sin rodeos, dicen que el caso de Manolo es la gota que colma un vaso a rebosar por «todo o que fai esta muller contra os veciños». La acusan de enturbiar la convivencia y recuerdan muchos casos en los que puso denuncias, por ejemplo una contra una paisana porque supuestamente atentó contra su honor, y que aunque fue perdiendo pleitos y más pleitos, llegó hasta al Supremo con las reclamaciones y «pedindo 20.000 euros de indemnización». Ayer se estudiaba cómo, desde una asamblea vecinal, se podía pararla. ¿Recogida de firmas, acudir al Valedor... qué alternativa coger? Se escuchaban todas las opiniones pero, una y otra vez, se insistía: «Hai que ter moito coidado, e que iso non prexudique aínda máis a Manolo, á súa familia ou a outras da parroquia».