Pinturas Alborada, la ilusión como motor para repintar Galicia

Nieves D. Amil
nieves d. amil PONTEVEDRA/ LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

CAPOTILLO

Miro Durán dirige junto a su hermano Pinturas Alborada, un referente en el sector. Asegura que la clave de seguir cumpliendo años es tener claro que «a una empresa la hacen grande sus empleados»

01 abr 2022 . Actualizado a las 17:47 h.

Basta pasar una mañana con Miro Durán para saber que Pinturas Alborada es un negocio con historia, pero sobre todo con futuro. Su fundación, su crecimiento y su despegue van de la mano de los hermanos Durán. Ni haber cumplido hace una década la edad de jubilación ha apartado a Miro de una empresa a la que sigue yendo a diario, pese a ser de la cosecha del 1946. «El día que no me divierta, dejaré de venir», apunta el alma de Alborada. Y viendo sus entusiasmo por los nuevos proyectos en los que está involucrada la firma, eso no pasará nunca. Es una jubilación activa, como él mismo dice sobre su día a día. Además de Pinturas Alborada, tienen Pinturas Lugo y un proyecto para abrir seis nuevas tiendas en Galicia.

Miro Durán nunca dice que no a las oportunidades empresariales que se le presentan. Pide tiempo para analizar junto a la dirección comercial las propuestas, aunque «en el 90 % de los casos mis previsiones salen bien», explica el empresario pontevedrés. En ese tiempo de reflexión y análisis está la propuesta de un exclusivista para poner en Madrid un servicio de pinturas de coches. La actual coyuntura socioeconómica hace que todas estas decisiones necesiten un estudio en profundidad.

Pinturas Alborada nació en la España de los Juegos Olímpicos y de la Expo de Sevilla. En ese 1992, Miro y Doro Durán se embarcaron en una aventura que treinta años después es un grupo empresarial con un bagaje de 30 años. Y los que le quedan. «El 50 % de las marcas que tenemos las trabajamos en exclusiva», explica su director, que provee de pinturas a Galicia, Asturias, Castilla y León y el norte de Portugal y dispone de logística propia en Pontevedra, A Coruña y Lugo. A pesar del crecimiento fulgurante en estas tres décadas y una previsión de facturación de 20 millones de euros para el próximo año, Miro Durán destaca por encima de las cifras el valor humano de su equipo.

Frente a un café, este empresario pontevedrés reconoce que el rigor y la seriedad son marcas de la casa. Son tan importantes como la calidad de sus productos. «El equipo humano es lo que hace grande a una empresa», recalca Durán en distintos momentos de la conversación. En estos años ha formado un equipo de 35 personas «que nos respetamos y nos tratamos de tú». Asegura con rotundidad que es el único camino para que una empresa funcione. Y la suya lo hace. Su filosofía es la de dar y recibir. «Hay que motivar a los empleados, estar a su lado. Los días 30 de cada mes se cobra, no hemos fallado nunca, como no nos han devuelto ningún recibo hasta ahora y hay incentivos por objetivos», apunta para mostrar esa empatía clave para que una empresa funcione y quiera más. «Vivo permanentemente ilusionado», explica Miro Durán, que hace una diferencia: «Abundan amos y no empresarios». Él, sin duda, está a medio camino entre un emprendedor y un empresario porque pone ilusión en cada proyecto que dirige. Habla de cada uno de ellos con la ilusión de quien empieza. La jubilación es para él una etapa en la que el trabajo sigue presente.

Antes era comercial

Antes de pensar en repintar Galicia con su empresa era comercial. Le iba tan bien que cuando le propusieron la posibilidad de abrir su propio negocio, no lo dudó. Tenía en ese momento 45 años. Treinta después el balance es muy positivo. Más que eso. Le gustaría ser eterno para ver cómo sigue creciendo una compañía en la que depositó su vida junto a Doro. En este momento recuerda al recientemente fallecido Magín Froiz. «Él sí que era un buen jefe», apunta.

Esa ilusión que le viene de serie a Miro Durán se le multiplica al pensar que el día que él no esté su hija María y sus sobrinos (hijos de Doro Durán), Pablo y Rubén Durán asumirán el mando. «Como decía Arturo Fernández, moriré en el escenario», bromea este empresario que se fue curtiendo a sí mismo: «No estudié una carrera mayor porque mis padres no tenían dinero».

Con su vida laboral ya recorrida se siente en la potestad de reconocer que «no envidio a nadie, soy feliz con lo que hago y disfruto». Cuando no se le ve en su despacho de la segunda planta de Pinturas Alborada, se le puede encontrar casi con total seguridad en su casa de A Lanzada. Adora ese rincón de la costa pontevedresa al que acude en verano y cada fin de semana. Le queda cuerda para rato, pero al igual que tiene las cosas claras en los negocios, también en las tiene en su vida personal: «El día que me muera, mis cenizas quedarán para siempre en A Lanzada».

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