El esfuerzo de dos familias de Pontevedra para que no le falte comida a nadie en su barrio

Nieves D. Amil
nieves d. amil PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

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El Banco de Alimentos de Monte Porreiro atiende a cerca de 180 viviendas

16 nov 2021 . Actualizado a las 18:36 h.

El Banco de Alimentos de Monte Porreiro repartió ayer comida a 188 familias. Es uno de los días que más ayudan han prestado. Es la herencia que ha dejado el covid en un barrio muy castigado. Carlos Dieguez y su mujer Susi Rey son junto a Pepe Río, su mujer Laura Lago y el hijo de ambos Félix Ríos quienes tiran de la ayuda social en esta miniciudad que hay dentro de Pontevedra. «Intentamos que tengan las necesidades básicas cubiertas, pero hemos vivido momentos muy duros durante la pandemia». Quien habla es Carlos, el presidente del Banco de Alimentos y una de las personas que mejor conoce Monte Porreiro.

Hace ocho años empezó a ayudar a dos familias que no tenían para comer y poco a poco el gigante del hambre fue creciendo hasta llegar la pasada Navidad a 214 casas. «Antes eran más o menos los mismos, pero ahora tenemos domicilios en los que trabajaban dos personas y el covid los ha dejado sin nada», apunta Carlos Dieguez, que más de una vez ha ido a timbrarles a la puerta. La vergüenza hace que muchos guarden silencio. «Cuando sé de algún caso, me acerco a su casa y les digo que voy a buscar a un vecino para ayudarlo y ellos se van soltando. Suelen contar su situación y reconocen que también necesitan apoyo», explica el presidente de este Banco.

Mientras Carlos cuenta la dureza del día a día, Susi, Pepe y Laura preparan los paquetes que reparten para 15 días. Llevan pasta, aceite, cereales, arroz, lentejas, tomate, ensaladilla, garbanzos, leche, fruta, pescado y yogures. Consiguen llenar las estanterías gracias a la insistencia de María Rey y Marga Soliño. Pero sobre todo, gracias a solidarios anónimos.

Además, de grandes empresas de Pontevedra, como Froiz, Capri o Frutas Moncho, tienen héroes anónimos. «Cuando estamos en una situación crítica pedimos ayuda a algunas personas. Una de ellas nos compró el otro día 250 paquetes de lentejas y en otras ocasiones hasta 600 paquetes de pasta», explica Rey. En el Banco de Alimentos no saben quién es, solo que es su ángel de la guarda. Muchos niños de las familias necesitadas dejan dibujos en el almacén para ella agradeciéndole el apoyo. Las pescantinas de la plaza ceden todo el pescado que no venden el sábado y los trabajadores de Ence donaron el año pasado el valor de todas las cestas de Navidad. Fueron en total cerca de nueve mil euros que dieron un empujón más a estas dos familias.

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Este es un banco que se construye por los pequeños gestos. Las neveras que almacenan la comida son también donaciones que van haciendo crecer este rincón de la solidaridad. «Muchos de los que donan son familias a las que ayudamos durante la pandemia y ahora han vuelto a trabajar», explica Marga Soliño.

Café y detalles para los niños

En estas semanas ya empiezan a pensar en la Navidad. Ese reparto tiene que ser especial, debe incluir productos típicos de las fiestas. Pero si hay algo que reclaman estas familias es café y algún capricho para los niños. «Por supuesto que hay que cubrir las necesidades básicas, pero cuando el niño baja al parque a jugar no lo va a hacer con un plato de garbanzos», explica una de ellas, que recalca: «Son niños y como tal, también quieren llevar algo de chocolate o de dulce». Y es que aquí tienen grabado a fuego como una niña de 16 años envió una carta a los Reyes Magos para pedirle un vale para comprar en el súper lo que más le gustase.

Pepe, Susi, Laura y Carlos ponen rostro al sufrimiento de su barrio. Son un equipo. «Aquí unos sin otros no funcionamos», apunta Carlos, que ejerce de portavoz mientras el resto atienden a los vecinos que se van acercando. En algunos casos también acuden a los domicilios a hacer la entrega. Están donde se les necesita desde hace ocho años. «Si un día te llaman dos para decirte que encontraron trabajo, te alegras, pero por desgracia a la vuelta de la esquina, aparecen dos más», lamentan los voluntarios.

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Sola, sin trabajo y con un hijo dependiente

Así ayuda el Banco de Alimentos a sus usuarios

 

Rosa María Gavián llega sonriente pese a la dura situación que atraviesa. Han tenido que llevarle la comida a casa porque no se podía desplazar hasta el Banco de Alimentos de Monte Porreiro. Está sola y cuida de su hijo con un autismo severo que no puede estar solo en ningún momento.

Mientras su hijo estaba en un centro de día, ella trabajaba, pero «cuando lo echaron, tuve que quedarme con él y ya no pude seguir en mi puesto». Así que se vio en casa con su hijo y sin poder salir. La ayuda social era su única vía. «Ellos son mis ángeles, deberían darle todas las medallas del mundo», apunta María, que vive con el 50 % del Risga (unos 200 euros), otra ayuda del mismo importe de su hijo y del salario que cobra por limpiar un día a la semana un gimnasio. «Este mes tuve que pagar 160 euros de luz y agua, así que haz cuentas», dice con resignación. Su hijo está en Príncipe Felipe por las mañanas, pero desde las tres de la tarde y en vacaciones, tiene que ser su sombra. Se conforma y recibe los golpes de la vida con alegría: «Qué le voy a hacer». Al final, su hijo es su única familia.