Los «gamberros» de la residencia Saraiva de Pontevedra que se ven en los bares

M.Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

RAMON LEIRO

Los tiempos de encierro por el covid han terminado y Pilar, Juani y «los chicos» han recuperado sus rutinas de bares. Les gustaría tomar vermú, pero a veces los achaques obligan a quedarse en un Bitter Kas

18 oct 2021 . Actualizado a las 10:13 h.

En febrero de este mismo año, con el covid atizando duro y las residencias de mayores todavía con duras restricciones para evitar la entrada del virus, Pilar García, Picuca, confesaba desde el centro en el que vive en Pontevedra que ella, a sus 89 años (ahora tiene ya 90), lo que realmente echaba de menos era irse a tomar un vermú con las amigas. Así se tituló su entrevista, que dio pie a que una empresa de vermú le hiciese llegar un obsequio hasta la residencia. Han pasado unos meses, la pandemia va cediendo y Picuca ha vuelto a las andadas. A sus rutinas. Dice ella que ya no se puede tomar el vermú alegremente, que la edad no perdona y que ahora se decanta más por una Coca-Cola o un cafelito. Pero, quedar, queda igual con sus compañeros de residencia para irse de bares. Lo hacía ayer, acompañada de Juani (83 años), Joaquín (73) y Eugenio (que peina los 97). Y a ellos se unía luego Florentina, Tinita, de 90 años, que tomaba asiento en la terraza tras regresar de su paseo matinal por el casco histórico.

Todos ellos son compañeros en la planta más alta de la residencia Saraiva de Pontevedra. Viven «en sitios independientes», pero han hecho buenas migas. Dice Joaquín que son los «gamberros» de la residencia, aunque Juani, Pilar y Tinita no acaban de verse en ese papel. El caso es que, diariamente o cuando los achaques lo permiten, alternan en los bares. Tienen uno frente a la puerta de su hogar en el que nada más verles la cara, ya saben si van a decantarse por un café, un Bitter Kas o si incluso se atreverán con un vermú. «Ahora ponme un café que aún no fue la hora del ángelus», bromea Joaquín.

A las chicas mayores que son Pilar y Juani les gusta, más allá de tomarse un aperitivo, perderse algunos días las rutinas de la residencia e irse de «comida de amigas para pedir lo que queramos». Pilar es de Lugo y fue una mujer pionera, ya que sacó una plaza de funcionaria de Tráfico en un momento en el que, en su departamento, casi todos eran hombres. Juani, natural de Madrid, por su parte, cuenta que trabajó en un laboratorio farmacéutico, envasando penicilina. Y que dejó el trabajo cuando se casó y tuvo hijos. «Entonces era así», señala.

Entra en la conversación Tinita. Porque ella, que nació en Valladolid, también trabajó en un laboratorio antes de casarse. Cuenta que, en cuanto pasabas por el altar «ya te estaban dando el finiquito. No a mí, a todas».

Están ellas, café en mano, recordando sus tiempos laborales cuando la cantarina voz de Eugenio irrumpe desde el otro lado de la mesa. Entona una canción de Julio Iglesias. Dice que el artista se la dedicó a la Preysler «cuando le dejó». Eugenio, antiguo ferroviario y poeta, enseguida cambia la copla por el verso y le dedica una poesía a las mujeres de la mesa. Joaquín, sin embargo, las chincha sobremanera. Se mete con ellas y les dice que nunca le invitan al café. Ellas lo niegan y le replican con ímpetu.

 «Vamos a bailar a Daniel»

La mañana pasa entre sorbo y sorbo. Sube por la callejuela del casco histórico en la que están sentados en una terraza una mujer con un ramo de flores. Joaquín la conoce y le advierte: «El sábado [por hoy] Eugenio y yo vamos a bailar a Daniel, ¿nos vemos allí?». La mujer se parte de risa. Y su carcajada acaba contagiando a toda la mesa. Pronto será hora de ir a comer. O quizás no. Porque, como bien dice Joaquín, «cumplimos las normas pero a nuestra manera, ¿o qué?».