«Este año vendimos más de 200 ukeleles»

Nieves D. Amil
nieves d. amil PONTEVEDRA / LA

PONTEVEDRA CIUDAD

CAPOTILLO

Aladino Barros hace casi medio siglo que tiene la tienda de instrumentos Alba Solomúsica en Pontevedra, y reconoce que durante la pandemia se han disparado las ganas de aprender a tocar

03 abr 2021 . Actualizado a las 14:41 h.

A Aladino Barros lo encuentras todos los días en Alba Solomúsica su tienda de música de Pontevedra, pero su cabeza estará en las ciento y una ocupaciones que le hacen estar activo prácticamente las 24 horas. En su mesa se amontonan los papeles, el ordenador tiene abierto un mapa con media docena de parcelas de la Ribeira Sacra y a su alrededor, cientos de instrumentos a la venta y un puñado de recortes de prensa recuerdan su etapa como músico, pero también la de ganadero. Con una memoria que desafiaría a cualquiera, reconoce que apenas descansa y habla con la misma pasión de la carne de Kobe, como de la miel que se produce en una de sus cinco mil hectáreas de terreno que tiene en Galicia. Pero sobre todo se desvive por la música.

Lleva tocando desde niño, primero el acordeón, y después el piano. Y tras recorrer muchos escenarios, vio que el negocio estaba en venderlos. «Fui el primero en meter un teclado en una orquesta», señala esta especie de hombre del Renacimiento, que se acerca a todas las disciplinas. Tras 46 años abriendo la puerta de Alba Solomúsica, este año, el de la pandemia, se ha sorprendido por el aumento de la demanda que ha habido de instrumentos, especialmente de ukeleles, algo hasta ahora casi anecdótico. «Es algo increíble, en el último año vendimos más de 200 ukeleles y tengo otros tantos en stock», explica Aladino, mientras enseña buena parte de ellos. Los tiene de todos los colores, con dibujos de frutas y otras ilustraciones porque todos tienen salida. «Los tenemos desde 25 euros hasta los 535 que cuesta este ukelele eléctrico», explica mientras da una clase magistral sobre todos los distintos tipos que tienen en su tienda: «Los hay soprano, tenor, concierto o contrabajo, por ejemplo», señala.

La pandemia ha ayudado a que su tienda venda más por distintas razones, la primera es que en los colegios han aparcado la flauta en las clases de música y han optado por instrumentos de cuerda y la segunda es que «el tiempo libre ha animado a la gente a aprender a tocar un instrumento, que además es muy bueno para la cabeza». Aunque recomienda que lo mejor es empezar con cinco o seis años, anima también a los adultos a meterse en esta aventura y para demostrar que no hay ningún impedimento, saca de una estantería un aparato de apenas seis euros para ejercitar los dedos de la mano y que sea más fácil tocar las teclas del piano. Porque Aladino sabe de música, pero sobre todo sabe de pianos. Lleva muchos años tocándolos y aprovecha cualquier momento para sentarse en uno y demostrar que sigue disfrutando de hablar sobre ellos. «El más caro que tenemos en la tienda es este piano de gran cola fabricado entre 1910 y 1915, de la marca Feurich, que luego se unió a otras dos casas muy importantes tras la Segunda Guerra Mundil», explica Aladino Barros. Ese piano, del que cuenta parte de su historia, alcanza los 68.000 euros, pero llegó a tener uno igual de la marca Steinway & Sons que superaba los 200.000. Y tienen demanda. «Desde que abrimos, vendimos más de cinco mil pianos», apunta este apasionado de la música, que reconoce que tiene más de medio centenar de ellos en su local.

Aladino echa la vista atrás y reconoce que no ha habido crisis que silenciase las ganas de aprender a tocar. Uno de sus empleados, Felipe Rea, explica cómo la pandemia ha pasado de largo en este local, mientras el propietario vende una guitarra española. Ni siquiera han notado el aumento de la venta por Internet que sufre el pequeño comercio. «Quien se va a gastar 300 euros en un instrumento quiere manipularlo, necesita tocarlo y que lo asesoremos. Solo los profesionales podrían hacerlo cuando saben muy bien lo que quieren», comenta Rea, que también es músico, en su caso de viento.

Orquestas a los particulares

«Vendemos más y contamos con dos mecánicos formados en Alemania y Austria para arreglar los instrumentos cuando alguien lo necesita», señala Barros, que recuerda que cuando empezó, en la década de los setenta, vendía mucho a las orquestas, pero pronto dejó de hacerlo. «Si había 24 letras para pagar, te devolvían 25, solo las más grandes respondían bien, así que en los años ochenta, después de quedarme sin cobrar cuarenta millones de pesetas, lo corté. Desde ahí ya no fiamos a casi nadie, solo a particulares», explica este empresario. Asegura que fue santo remedio. Desde esos años hasta ahora asegura que solo tuvo dos problemas con la venta de dos pianos.

Este músico no tiene en sus planes jubilarse porque, como él dice, «tengo que estar muy ocupado, si casi no duermo», asegura. Y vaya si lo está.

Cuando no vende instrumentos está pendiente de las tierras que puede comprar. «Eso es siempre dinero bien invertido y no en un inmueble, sin el mar podremos vivir, pero sin la tierra no podemos hacerlo», apunta Aladino, que bromea con el nombre: «No soy el de la lámpara, yo soy el otro».