Un retiro solidario en Pontevedra: «Me jubilé y pensé: 'Voy a estar así viendo la tele' Y me hice voluntaria»

Nieves D. Amil
Nieves d. amil PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Ramón Leiro

Chiruca García y su marido hacen la compra y cocinan para Calor y Café

24 mar 2021 . Actualizado a las 14:50 h.

Sentada frente a la televisión y poco después de jubilarse, Chiruca García pensó que si lo que le quedaba a partir de entonces era eso, ella no estaba dispuesta a aceptarlo. «Pensé: ‘¿Esta va a ser mi vida?' Y volviendo de casa de mi hija vi la puerta abierta de Calor y Café y entré para hacerme voluntaria», recuerda esta pontevedresa de 76 años, que cumple ya once cocinando cada día para el albergue social de la ciudad. «Les dije si necesitaban gente y comencé cocinando todas las noches», explica Chiruca, que en esta andadura no está sola. Su marido, Domingo Arranz, tiene la misma conciencia social que ella y en cuanto se jubiló se unió al día a día de su mujer.

Este matrimonio de más de 70 años se encarga de la compra y la cocina para los usuarios de un albergue que, por las restricciones de aforo, solo puede acoger a seis personas cada noche para dormir, pero que da comida a otros que se acercan hasta sus instalaciones. Antes de que la pandemia azotase el planeta, en este bajo de la calle Casimiro Gómez se servían cada noche entre 30 y 40 cenas en varios turnos. Y ahí estaba Chiruca, Domingo y el resto de voluntarios que colaboran. «Pontevedra es una ciudad muy solidaria, pero muchos de los voluntarios somos gente jubilada, a ver si se animan los jóvenes, pero yo entiendo que es difícil con el trabajo y los hijos», explica esta mujer de 76 años, que asegura que «los usuarios del albergue necesitan que los escuches tanto como comer».

Y después de años de solidaridad reconoce que si no hubiese tenido hijos su lugar en el mundo estaría ayudando en países en vías de desarrollo. Ahora piensa en organizar la cocina de Calor y Café y en que pronto se acaben las restricciones para poder ir a ver a su hijo a Málaga. «Los echo de menos, hace año y medio que no veo a mis nietos», lamenta Chiruca, que pronto pasa página para pensar qué le dará hoy a los usuarios del albergue. «Ayer tomaron arroz a la cubana, ahora son pocos, pero cuando eran 40 hacíamos lentejas, empanada y me ayudaba sor Celia, que ahora está en Santiago», explica.

Cada mañana, ella y su marido acuden al albergue para ver qué alimentos necesitan o si sobró algo del día anterior. «Mi marido va a la panadería Tenorio, que como A Devesa, siempre colabora con nosotros, si luego hace falta, vamos a la compra y muchas veces por la tarde también recogemos lo que dan otros negocios, como Coren o Natas D'Ouro», explica esta voluntaria, que ya no se imagina su vida sin atender a Calor y Café. Y eso que se pasó toda la vida trabajando como peluquera.

Tres semanas en el albergue

Calor y café tiene doce plazas para dormir, pero con la pandemia las ha reducido a la mitad. «Se puede estar un máximo de 21 días, pero con las restricciones de movilidad hubo momentos en los que alguno se quedó dos meses», explica Víctor Rey, director del albergue, que reconoce que «por desgracia» siempre está lleno. Se financia con las subvenciones de las Administraciones y la ayuda de cadenas de alimentación, además de las donaciones de particulares.

El perfil del usuario de este centro es el de un hombre de más de 50 años con diferentes adicciones o que ha roto sus relaciones familiares. Pensando en ellos, Chiruca dice: «Lo que tuvieron que haber sufrido cuando estuvimos cerrados durante la pandemia». El albergue de Calor y Café, que abre a las 20.45 horas y da cena y desayuno, no es el único de la ciudad. El de Cáritas, en Monte Porreiro, mientras se arreglan las instalaciones de Joaquín Costa, también está al 50 % y solo dispone de diez plazas.

Antes de seguir con la faena del día a día, Chiruca advierte de que por muy negra que se vea la vida, «en Pontevedra no creo que haya gente que pase hambre, el que quiera puede venir aquí o al Comedor de San Francisco. Nosotros no dejamos a nadie sin cenar». Ella seguirá cocinando cada noche.

Calle Casimiro Gómez, 21, bajo. Se puede colaborar entregando alimentos y ropa.