Quién no se tomó un café en el Blanco y Negro, el emblemático local de Pontevedra

Nieves D. Amil
nieves d. amil PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

CAPOTILLO

Pilar y Pepe Amoedo relevaron a su padre en el negocio en 1986 pero el local se remonta a 1944, cuando dejó de ser Las Navas y se convirtió en uno de los lugares más míticos de la ciudad

12 mar 2021 . Actualizado a las 20:06 h.

Tomar un café en el Blanco y Negro es algo que casi cualquier pontevedrés ha hecho, al menos, una vez en su vida. Llevan desde 1944 en el misma esquina de los jardines de Vicenti y a los pies de Casa Pilar, pero su origen no está en la hostelería ni siempre estuvo en las mismas manos. Ahora lo cuidan Pilar y Pepe Amoedo, que lo heredaron de su padre, Clarimundo Amoedo Barral, hace 35 años, quien cogió el traspaso en 1965. Antes de ser el Blanco y Negro fue a principios del siglo XX un almacén de vinos y tras la Guerra Civil se convirtió en el bar Las Navas, hasta que un emigrante que vino de África le puso el nuevo nombre. «Llegó a Pontevedra con un amigo negro que trabajaba con él y por eso empezó a llamarse Blanco y Negro», recuerda Pilar Amoedo, que creció tras la barra de una cafetería, que con los años se ha convertido en un emblema de la ciudad.

Su terraza y sus amplios ventanales son la seña de identidad de un local que apenas ha tenido reformas. La más grande la que se acometió a finales de los noventa de la mano de la arquitecta y exconselleira Teresa Táboas. Pero hay que echar la vista muy atrás para saber cómo ha sobrevivido hasta ahora. «Mi padre estuvo fuera y cuando llegó de Brasil entró a trabajar en la cafetería porque pertenecía a un conocido de Mondariz, de donde somos nosotros. Fue él quien le traspasó el negocio a mi padre y después compramos la casa entera», recuerda Pilar Amoedo.

La historia de su familia es una más de las de la Galicia de los setenta, en la que grano a grano se fueron tejiendo el futuro. Su padre empezó de camarero y con el tiempo se fueron abriendo más oportunidades, la más grande, quizás, hacerse con el local en propiedad. Esa compra, que entonces supuso un paso más hacia la prosperidad ha sido importante en el siglo XXI para su supervivencia. «Si estuviéramos en alquiler sería casi impensable poder estar ahora trabajando, eso nos ha ayudado mucho durante la pandemia», explica Pepe Amoedo, que espera poder abrir pronto, pero tiene dudas de si la Semana Santa pueda suponer un paso atrás en la desescalada.

Él y su hermana se han hecho cargo del negocio desde 1986, cada uno está en un turno y cuentan con un equipo de trabajo que lleva «toda la vida con nosotros». Sobre si habrá una tercera generación, los dos tienen dudas, pero Juan espera que su hijo, que le echa una mano en los veranos, no siga sus pasos. «Esto es muy sacrificado, con horarios muy duros», apunta, mientras su hermana asegura que el día que no esté tras la barra, echará de menos el contacto con el cliente. Treinta y seis años son demasiados y han hecho que muchos clientes se convirtiesen en amigos. 

Gran reforma

Una foto en el interior del local recuerda cómo era hace unos años. «El alcalde Pedrosa nos regaló esa imagen en la que se ve como era la casa antigua, en la que también se observa como estaban construyendo el instituto Valle-Inclán», explica Pilar Amoedo. Ese cuadro preside el Blanco y Negro del siglo XXI, pero son muy pocos los que recuerdan el de la instantánea. Los actuales propietarios le quisieron dar un nuevo aire en el 1998. «Hicimos una gran reforma en la que optamos, guiados por Teresa Táboas, por mantener la esencia de un café antiguo y empleamos materiales nobles, quisimos aprovechar esos grandes ventanales a los jardines», explica Pilar, que recuerda que durante su gerencia también aprovecharon para remodelar el sótano y convertirlo en una especie de taberna irlandesa: «Ahora, que nos hemos hecho un poco mayores, la tenemos para celebraciones que nos encargan o algún acto».

Esa gran reforma fue la última, salvo algunos retoques de mantenimiento o de conservación, como el que tuvieron que hacer el pasado mes de junio cuando se quemó la cocina. Juan Cannas, uno de los camareros más veteranos del local, recuerda esa mañana: «Acabábamos de abrir después del confinamiento, habían pasado solo tres días y hubo un incendio por un fallo eléctrico que nos obligó a cerrar otra vez durante dos semanas». Este es el recuerdo más reciente, pero Juan atesora en su memoria otros tantos. Quizás el más impactante es cuando la rama de uno de los cedros que hay junto a la terraza se cayó sobre las mesas. El desastre pudo haber sido mayúsculo, pero uno de sus compañeros fue muy rápido en los avisos: «Al salir a atender la terraza oyó un ruido y vio que la rama se desprendía, gritó para que la gente saliese corriendo y cuando cayó, no había nadie, solo un señor mayor que se salvó porque le quedó la cabeza entre dos vallas».

Pilar y Pepe esperan poder recuperar la rutina en los próximos días y volver a ver la famosa tertulia deportiva que desde hace años da un repaso del día a día del Pontevedra. Y este año tienen mucho que recuperar.