RAMON LEIRO

El alumbrado navideño es necesario para sacarnos de la depresión con la hostelería cerrada. La ocurrencia de Mosquera en Reina Victoria, un disparate que hasta le puede salir bien

29 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El cerrojazo de la hostelería en más de la mitad del territorio gallego es una herida por la que sigue desangrándose, desde hace 23 días, la economía de más de sesenta concellos. El daño económico y laboral que causa cada día que se prolonga es el peaje a pagar por la enorme influencia de este sector en el PIB provincial y autonómico.

La desesperación de miles de personas que viven de la hostelería en Galicia, ya sea por empleos directos o indirectos, es patente y apremiante. Se comprobó esta semana con las manifestaciones que por doquier se han celebrado. Como la realizada el lunes en Pontevedra, coincidiendo con la presencia del presidente de la Xunta en la ciudad y con el pleno de la corporación municipal en el Teatro Principal. Tanto Feijoo como Lores escucharon las protestas de un sector herido de muerte. Aunque hicieran oídos sordos, uno y otro saben en su fuero interno, que un importante sector de la economía pontevedresa no les perdona la insensibilidad que ambos están evidenciando.

Luces, por favor

Así las cosas, finalmente, la intención de varios gobiernos municipales de la provincia de maridar el día del encendido del alumbrado navideño con la fecha de la posible reapertura, siquiera parcial, de la hostelería, se diluye al menos en Pontevedra y Vigo. La evolución de esta segunda ola no va a permitirlo.

Habría estado bien, pero la prioridad es inyectar algo de dinamismo urbano. Después de ciertas dudas, los concellos ya están iluminando. Algunos como Meaño o Vilagarcía desde hace unos cuántos días. Vigo y Pontevedra arrancarán esta semana entrante. Lo necesitamos. Quiero expresar mi más firme apoyo a la instalación de alumbrado navideño. No es un dispendio, es un gasto necesario. Necesitamos revivir nuestras calles. Hacen falta estímulos. Venimos de comprobarlo. Con el tirón de las ofertas del Black Friday en el comercio local, las calles de Pontevedra revivieron. Daba gusto reencontrar ambiente tanto en la vía pública como en los establecimientos, aunque constreñidos por las restricciones de aforo.

Algo falla

Vuelve a hablarse de «desescalada». Una reapertura escalonada por áreas, zonas, ciudades y poblaciones del rural. Para nosotros se retrasará. La ciudad de Pontevedra como otros concellos de su ámbito y unos cuantos del Salnés que tienen peores números, vamos en el furgón de cola. Lejos de revertirse las restricciones -salvo la excepción de Campo Lameiro-, se observa que han decidido expandir, casos de Meis, Meaño y Ribadumia.

Hoy cumplimos 23 días del cerrojazo a la hostelería, de confinamiento perimetral y de limitación de la movilidad. Algo falla clamorosamente en las estimaciones de la Xunta y el comité científico cuando se tarda tanto en aplanar la curva. Claramente la culpa no era de los bares, cafeterías y restaurantes. Como este periódico ha publicado, se ha comprobado que las reuniones familiares y de pandillas que transgredieron la restricción de personas, siguen siendo centrifugadoras de contagios. Lo dijo ayer el doctor Paz, jefe de Preventiva del CHOP, en estas páginas: «Hay que limitar la interacción social hasta que no haya vacuna».

Me pasma que el presidente de la Xunta quiera descontar a los niños de hasta 10 años del total de posibles comensales en las comidas navideñas y, en cambio, haya desoído las peticiones de la hostelería de las cuatro provincias que demanda una desescalada por etapas para no morir. Al menos, mañana lunes, el conselleiro de Sanidad ha aceptado reunirse con representantes del sector. Pero se intuye que Alberto Núñez Feijoo no está por dar marcha atrás de la decisión penalizante que tomó. Siente que tiene que mantener ese criterio, aunque sea a costa de haber mandado a la muerte económica y laboral a veremos cuantas decenas o centenas de negocios.

Los caprichos del «César»

Qué César Mosquera contestase al concejal Goyo Revenga que se negaba a recuperar el tráfico rodado en la avenida Reina Victoria por Navidades porque piensa meter una tirolina de 150 metros cuando empiecen las vacaciones escolares de Nadal, es la evidencia suprema de la permanente improvisación con la que el concejal de Infraestructuras lleva actuando desde hace más de 20 años. Con la eterna permisividad cómplice del alcalde Miguel Fernández Lores y la intermitente complicidad del PSOE, como ahora vuelve a ocurrir con el gobierno de coalición en el que los concejales socialistas ni miran, ni oyen y solo callan.

El tráfico sigue hecho un desastre en las calles que tienen que absorber los efectos de ese otro cerrojazo. A Mosquera poco le importa. Todo le vale. En aras a su nombre de pila, se comporta como un emperador romano caprichoso qué desde su litera, decide pulgar arriba, pulgar abajo, qué calle cierra y a que comerciantes y empresarios termina matando.

Sin embargo, la astracanada de la tirolina, aparte de un capricho que insulta a la inteligencia, resulta que hasta le podría salir bien, si es que logra que se convierta en un elemento de dinamización de la zona, pues el cierre al tráfico ha sido un asesinato al ambiente que tenía una vía sistémica de entrada y salida de la ciudad.

Pero, por cierto, señor concejal: ¿el previsible arremolinamiento de personas, en este caso, no importa a efectos de garantías sanitarias?