«Volví a trabajar y tuve que traerme a mi madre con alzhéimer conmigo»

Nieves D. Amil
Nieves D. Amil PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Capotillo

Carmen Adela regresó al centro de día esta semana con terapias individuales

09 jul 2020 . Actualizado a las 12:30 h.

Carmen Adela Filgueira volvió ayer al centro de día. La pandemia la obligó a quedarse en casa 114 días después de que alzhéimer la encerrase en sí misma hace casi una década. Llegó de la mano de su hija María del Pilar y la rutina de los últimos cinco años ya no la recordaba. «No reconoció el centro», explica su hija, que asegura que estos meses han sido demasiado duros, especialmente los últimos cuando tuvo que reincorporarse al trabajo. «Tengo un negocio de hostelería y en junio empecé a trabajar y tuve que traerme a mi madre conmigo, en casa no se puede quedar sola, no está en condiciones para eso», explica María del Pilar Filgueira, que este miércoles estaba tranquila al ver que su madre puede poco a poco recuperar la rutina. Y ella también.

Por las tardes cuenta con la ayuda de una cuidadora que atiende a su madre mientras ella trabaja, «pero no puedo permitirme tener a una persona en casa todo el día». Así que cuando tocó volver a su negocio, la acompañaba su madre con lo que eso suponía para ambas. «Es una tensión, no solo por los tiempos difíciles que estamos viviendo, ella está allí ausente, no sabes si se va a orinar o necesita que la suenes», comenta la hija, que reconoce que durante estos meses ha vivido una yincana de emociones: «Había días de bajón y otros que estás mejor».

El confinamiento y el parón en la actividad de los centros de día cayeron como una losa en los pacientes de alzhéimer, que esta semana regresan a las terapias individuales y cognitivas en Pontevedra. «Estos 114 días supusieron como dos o tres años de avance de la enfermedad», reconoce José Manuel Fontenla, director del centro de día Alzhéimer Pontevedra y de la Asociación de familiares enfermos de alzhéimer (Afapo), que reconoce un «deterioro brutal» en la vuelta a la actividad. María del Pilar suscribe al pie de la letra todo lo que describe Fontenla. «Pierden las facultades, a mi madre aún la podías sacar a pasear, pero después de tantos días en casa, le cuesta caminar. Por mucho que yo haga actividades con ella en casa, que las hice, no es lo mismo que en el centro. Antes estaba más entretenida, pero ahora se queda como ausente y eso no es bueno ni para ella ni para mí, explica María del Pilar.

Su madre irá ahora los lunes y los miércoles y a medida que avance el verano irán incrementando el horario. Tiene 88 años y es completamente dependiente. No es capaz de asearse sola, tampoco de vestirse, pero sí que reconoce las caras de sus hijas y de sus nietos. «Aunque a veces no recuerde los nombres, reconoce las caras, se le ve en la mirada que se pone contenta», explica Filgueira, que desde hace siete años convive con su madre. Las dos salen adelante solas en Pontevedra porque el resto de la familia vive fuera.

Apoyo a familiares

Al recordar como fue ese primer año de convivencia se le quiebra la voz por la dificultad de acoplarse a una enfermedad que golpeaba ya con fuerza. Eso ya es pasado. Han logrado un entendimiento casi perfecto en el que María Pilar asumió el rol de madre. «Mi rutina es la misma de lunes a lunes. Me levanto, la preparo, luego me toca a mí y nos vamos», apunta. El apoyo del centro de día desde hace cinco años le dio la vida y ayudó a su madre.

José Manuel Fontenla sabe lo duro que es cuidar de un familiar y durante los meses de confinamiento han llevado las terapias a los domicilios que las pacientes, pero notaron que la demanda ya no era solo para ellos, sino que las familias empezaban a necesitar apoyo psicológico para sobrellevar la atención de sus familiares. «Este deterioro lo hemos podido comprobar los técnicos de Afapo que recibieron a los primeros usuarios en nuestro centro para realizar terapias individuales y con cita previa», explica Fontenla, que reconoce que el avance de la enfermedad es imparable, pero puede ralentizarse con las actividades que han retomado.

A Carmen Adela le llegó hace una década. «Empezó por olvidarse de las cosas, dejó de arreglarse y luego había una descoordinación grande con los horarios habituales. Cuando se murió mi padre se vino a vivir conmigo», explica Filgueira, que se ha convertido en la madre de su madre: «Lo primero siempre es atender a mi bebé».