«Mi hermano no podía más, le faltaba su vida, su familia»

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Ramón Leiro

Ellos volvieron a sus centros de día. No es lo de antes. Pero es algo

18 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay escenas capaces de contar historias enteras. La que se vivió el martes en el centro de día de Amencer, en Campolongo, es una de ellas. Sobre las diez de la mañana, a este lugar llegaba Cane Clemente, una mujer de 44 años con parálisis cerebral que, como muchas otras personas, con el confinamiento se quedó sin terapias y, sobre todo, sin poder ir al centro que es como su casa. Aún no puede regresar a diario y rodeada de sus compañeros, como antes. Pero al menos tendrá terapias individualizadas algunos días de la semana. El momento de su recibimiento fue único. Todo el mundo se alegró y le dio abrazos en la distancia. Pero lo que ocurrió con Rosa, una de las terapeutas, fue algo más que eso. Rosa le preguntó: «¿Cane, quién soy yo?». «Eres mi hermana», respondió Cane y, pese a lo que le molestaba la mascarilla, esbozó una sonrisa inmensa.

Efectivamente y, aunque como contaba su madre, Mari Carmen García, los meses sin terapias hicieron mella, Cane sabía perfectamente que Rosa es su hermana oficiosa. Así se tratan ellas, de hermanas desde hace tiempo porque su complicidad es total y absoluta. Cane pasó luego a las terapias de fisioterapia y logopedia. Su madre, mientras tanto, contaba cómo llevó estos meses: «La verdad es que estuvo tranquila en casa, lo entendió bien y durante el confinamiento no me pidió salir en ningún momento, Y eso que ella está acostumbrada a estar mucho tiempo en la calle. Pero es cierto que le faltaba su vida, sus rutinas, venir aquí y estar con sus compañeros. Y, sobre todo, sus cuidados», explica. Luego, con ojos de emoción, hablaba de la vida de Cane, que pese a sus necesidades especiales, porque no puede andar y tiene otras limitaciones, en casa «no se le trató como la pobriña». Su madre, maestra durante 40 años, señala que Cane fue una más de sus cuatro hermanos «y cuando tocaba pelearse se peleaba y cuando tocaba jugar, jugaba».

José Luis y su escapismo

También en Juan XXIII, otra de las entidades de atención a la discapacidad de Pontevedra, hay reencuentros estos días. Se está llamando a todos los usuarios para que puedan recuperar sus terapias. Uno de los que volvió fue José Luis del Río, que tiene una discapacidad intelectual del 81 % y llegó acompañado por su hermana María Jesús. Fue visto y no visto. En cuanto puso un pie en las instalaciones, José Luis intentó estirar el protocolo al máximo y perderse en los pasillos para saludar, aunque fuese solo con el codo, a todo el mundo. Casi no podía hablar de la emoción, que también embargaba a María Jesús. Ella explicaba su historia: «José Luis tiene 57 años y lleva desde los diez viniendo a Juan XXIII. Mi hermano estaba ya desesperado, no podía más, le faltaba su vida, su familia. Yo siempre digo que esta, en realidad, es su primera casa y su primera familia, porque aquí es totalmente feliz. Le ves y es una persona distinta», señalaba.

María Jesús contaba que su hermano convive con la madre de ambos, que es mayor. Ella les visita a diario para ayudarles y suele pasear junto a José Luis. Señala que fue mágico el momento en el que le dijo que le habían llamado de la asociación Juan XXIII para decirle que, si bien el centro de día sigue cerrado como tal, sí se hacen ya terapias individualizadas y, por tanto, él podría volver: «Le cambió la cara. ¿Tú sabes la ilusión que le hizo?», indica María Jesús.

Pendientes de comenzar

Otros centros de la ciudad a los que acuden personas con discapacidad comenzaron también sus terapias individualizadas, como el caso de Down Xuntos. Todavía no lo hicieron en Afapo, ni en el centro terapéutico de la propia asociación para personas con alzhéimer ni en el público.