La Galicia que no quiere ver

PONTEVEDRA CIUDAD

XOAN CARLOS GIL

07 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El problema de España es el desgobierno, porque, más allá de sus propios efectos, enquista y enturbia todos los males del país. Pero la causa de este problema no está en la falta de voluntad para llegar a acuerdos, ni en la mediocridad de los políticos, sino en que, tras haber culpado al bipartidismo de todos nuestros males, y haber logrado esnaquizar el sistema de partidos, estamos comprobando que hacer barullo en el área no mejora los resultados, y que, desde el mismo día en que proclamamos eufóricos el triunfo del multipartidismo, no hemos cosechado más que confusión y fracasos. Si tuviésemos una cultura política elevada, e hiciésemos balance de nuestras actuaciones, tendríamos claro de que el diagnóstico que nos trajo hasta aquí estaba equivocado, y que ya ha llegado el momento de demostrar, rectificando, nuestra madurez. Pero todo indica que la reacción obcecada se está imponiendo a la inteligencia, y que nuestra voluntaria ceguera -que es la del que no quiere ver- ya no responde siquiera a las más contundentes evidencias.

 El presidente Feijoo, que ve con preocupación la deriva política del Estado, está poniendo el foco de la actual campaña en dos objetivos esenciales: convertir en programa de mínimos las veinticinco medidas que podrían impulsar la riqueza y el bienestar de Galicia en un deseable marco de gobernabilidad del Estado; y vincular dichas medidas a lo que, en los tiempos que corren, podríamos calificar como el privilegio de una autonomía capaz de gobernarse. La advertencia de Feijoo no es novedosa ni compleja, ya que desde hace un lustro viene diseccionando y comparando los magros resultados de las políticas populistas y asamblearias -tripartitos, mareas, mayorías atrabiliarias y acuerdos de base contradictoria-, frente a la creativa estabilidad de los gobiernos potentes y cohesionados, sin que en esa comparación tenga cuenta que sean de izquierda, como las alcaldías de Vigo y Pontevedra, o de derechas, como el actual Gobierno de Galicia.

En un marco tan endiablado como el que determina hoy la política española, la disyuntiva que plantea Alberto Núñez -mayoría popular conservadora, o un enrevesado pentapartito de izquierdas- debería ser el debate medular de este tiempo que vivimos, ya que, además de contener un conjuro contra la debilidad estructural de nuestro país, también podría presentarse como un paradigma del camino que toda España volverá a recorrer. Por eso creo que la mayoría de los gallegos entienden a la perfección las claves de la gobernabilidad que Feijoo proclama y encarna, y que ya ha llegado la hora de que, al mismo Sánchez que tantas veces acusó a Rajoy de ser «un fabricante de independentistas», le reprochemos ahora que sea el mayor promotor de taifas y derechas extremas que dificultan la acción de gobernar. Pero la política de hoy no la determinan la racionalidad y el realismo, sino de las masas, las redes sociales, los shows televisivos y las fake news. Y por eso me temo que Feijoo esté predicando en el desierto.