El murciélago del museo de Pontevedra

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

PONTEVEDRA CIUDAD

17 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado viernes, con los últimos rayos de luz que le quedaban a la tarde caliente de final del verano -que parece querer morir matando-, nos fuimos reuniendo en el edificio Siete del museo de Pontevedra, como las hormigas que acuden a una oruga muerta, para hablar del libro de memorias de Xosé Fortes, que esta vez sentaba en la mesa con él y conmigo, que lo edito, a dos de sus hijos, la escritora y el de la tele.

No voy a hablar del acto de presentación, de lo que allí se dijo, porque no es este el lugar apropiado. Solo quiero contar cómo cuando el coronel Fortes comenzó a contarnos las historias de su infancia, rescatándolas de los confines de la geografía y del pasado, en el lucernario interior, una gran urna de cristal a cielo abierto que forma pared con la sala, apareció un murciélago. Lo captó mi mirada cuando estaba buscando entre las palabras del autor mi propia infancia, y en ella la buhardilla de una casa de Carballo donde pasé un verano hace medio siglo. El murciélago, como los renacuajos y las libélulas, es para mí un guiño de la infancia.

Yo, que procuro no ser nostálgico, que no creo lo de Jorge Manrique y el tiempo pasado, que admiro los avances de la ciencia, de la medicina, de la alfabetización, veo en cambio un pequeño murciélago y pierdo pie. Volaba desmadejado, como al tuntún, y su vuelo se convertía en un juego peligroso donde el choque era inevitable. Y mientras Fortes hablaba yo tenía el corazón en un puño. Al final, para ambos, llegaron los aplausos.