Los «porrobocatas» de Fontecarmoa

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre VILAGARCÍA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

MONICA IRAGO

Nadie sensato generaliza con el narcotráfico ni cree que esta sea la ría de todos los males

10 feb 2019 . Actualizado a las 13:13 h.

En los tiempos en que la calle Conde Vallellano era la Fleet Street arousana, es decir la Calle de la Prensa de Vilagarcía, en la delegación de El Correo Gallego trabajaba Lito, un corresponsal de los de antes, aquellos maestros, administrativos o funcionarios que en los ratos libres llevaban la corresponsalía de El Correo, de La Voz de Galicia (Monedero) o del Diario de Pontevedra (Malófer).

Una mañana, El Correo Gallego llegó a los quioscos de Vilagarcía con una noticia en portada que levantó mucha polvareda: en las puertas del instituto de Fontecarmoa, popularmente conocido como Liang Shan Po, se despachaban bocadillos rellenos de hachís. Recuerdo el revuelo que se montó en el instituto. Su director, el añorado Elías Lamelas, que formaba conmigo el departamento de Lengua Española, llamó a José Manuel Rey Novoa, director de El Correo Gallego, para protestar, asegurarle que jamás habíamos visto a nadie vendiendo hachís, suelto ni en bocatas, a las puertas del instituto, y lamentar la mala imagen que aquella noticia daba no solo de nuestro centro educativo, sino también de Vilagarcía y de la comarca de O Salnés.

Esa misma mañana, el pobre Lito tuvo que venir al instituto a disculparse y a realizar un reportaje de desagravio en el que alabó las gracias, encantos y maravillas del instituto de Fontecarmoa. Así quedamos todos contentos y la imagen de la enseñanza, de la ciudad y de la comarca fue convenientemente ensalzada. Por un lado, la droga seguía moviéndose, pero por otro, nos poníamos una venda y mirábamos para otro lado.

Imagínense mi sorpresa cuando, nada más publicarse la primera edición del libro Fariña, de Nacho Carretero, compré un ejemplar digital, lo devoré en un par de tardes y descubrí algo que me dejó estupefacto. Efectivamente, el bueno de Lito tenía razón: a las puertas del instituto se vendían bocadillos de hachís como demostraba Carretero en su libro.

A finales de los 80, cuando sucedió el episodio de los porrobocatas, ni la prensa nacional ni mucho menos la literatura y las series de televisión se preocupaban del narcotráfico en la ría. Es más, no nos preocupábamos ni quienes aquí vivíamos, ni las autoridades ni la justicia. Tuvieron que pasar diez años para que la sociedad reaccionara. Y así llegamos al cambio de milenio.

Los tres del Proxecto Home

Una mañana de septiembre del 2000 me llamaron desde el suplemento dominical El Semanal para encargarme reportajes sobre Galicia, preferentemente relacionados con el narcotráfico. Escribí uno sobre jóvenes que dejaban de estudiar y montaban narcopisos, otro sobre la muerte sospechosa de Esther Lago y un tercero muy significativo: la historia de tres treintañeros que, tras recorrer el itinerario hachís-cocaína-heroína, habían superado la adicción y habían formado una familia con la ayuda de Proxecto Home.

La entrevista fue en Santiago y por allí aparecieron los tres protagonistas de la historia, que, nada más verme, me saludaron con cariño: «Hola, profe». Efectivamente, habían sido alumnos míos a principios de los años 80 en Fontecarmoa y me confesaron que en las excursiones que yo organizaba en autobús para visitar castros y ciudades históricas de Galicia, ellos iban en los asientos traseros esnifando cocaína, con la que traficaban en los baños del instituto. Me quedé de piedra y ellos me consolaron: «No te preocupes, si es que los profesores, entonces, ni sabíais qué era la cocaína».

Tenían razón: ni los profes ni la sociedad en general sabíamos casi nada de drogas, y todo aquello nos desbordó. Ahora, mi antiguo instituto, convertido en el IES Fermín Bouza Brey, es uno de los más prestigiosos de Galicia y allí solo se trafica con el conocimiento y con el ajedrez. Y en cuanto al narcotráfico, los profesores dominamos el tema, que llena páginas de periódicos y protagoniza tramas de novelas y de series de televisión. Aunque lo más importante es que la ciudadanía ha reaccionado y ha sido gracias al levantamiento popular de la sociedad civil arousana que la maquinaria del Estado ha despertado y se ha enfrentado a la lacra con agallas y con medios.

Sin embargo, a veces parece como si nos preocupara más la imagen que la realidad. Resultaba curioso leer días atrás La Voz de Galicia, donde en unas páginas se anunciaban actos y mociones en contra de la mala imagen de la comarca por culpa del narcotráfico o se criticaba a los diarios que asocian fútbol y Fariña, y en portada aparecían noticias informando de que se incautaban los bienes de Sito Miñanco, mientras este intentaba expandir su negocio en México, o se analizaba la utilización por los narcos de las redes sociales para comunicarse.

Si le hubiésemos hecho caso

La imagen de Arousa y de O Salnés en el resto de Galicia y de España no es mala, en ningún caso se generaliza y, salvo alguna broma, si se habla de narcotráfico es para tratar el tema con interés. El problema de la droga se extiende por todo el país y en cualquier comunidad o región hay redadas. Nadie sensato generaliza ni cree que Arousa sea la ría de todos los males. La lacra es internacional. Es más importante aprobar mociones para no bajar la guardia que para lavar una mala imagen que no es tal. Si hubiéramos hecho caso a Lito en vez de obligarlo a endulzar la realidad, quizás hubiéramos reaccionado mucho antes.

En los 80 se publicó que en la puerta del instituto se vendían bocadillos de hachís

Los alumnos me confesaron que en las excursiones para visitar castros traficaban con coca