«Estiven coa metadona cando era líquida. Agora collina en pastillas, saír do rollo non é fácil»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

CAPOTILLO

José Manuel Álvarez relata su dura relación con las drogas durante décadas

03 dic 2018 . Actualizado a las 10:05 h.

José Manuel Álvarez habló para La Voz este verano. Daba a entender entonces que seguía «no rollo». Que es como le llama él a la heroína que empezó a fumar con catorce años. José Manuel, Sete para sus conocidos por el siete que un día se hizo en la cabeza con un golpe que se dio, es de Cambados. Empezó descargando fardos siendo niño. Dice que lo que llevaban dentro no era asunto suyo. En plena adolescencia probó el caballo y ya nunca se bajó de él. Asegura que nunca se atrevió a pincharse y arremanga el jersey para enseñar los brazos limpios. Lo suyo es fumárselo. O era. Porque echa la mano al bolsillo del pantalón y enseña un blíster naranja. «Estiven coa metadona cando era líquida, en Vilagarcía, e agora collina en Pontevedra en pastillas, saír do rollo non é fácil», asume.

 Durmiendo en un coche

Sete vive desde hace veinte años en Pontevedra. Vive o sobrevive. De día aparca coches en una calle de la ciudad, donde se reparte las aceras con un amigo rumano, Juan, y donde el vecindario le saluda por nombre y apellido. De noche duerme en un coche destartalado aparcado junto a Pasarón. Se lleva a la boca el plato caliente que le ponen en el comedor social de San Francisco. Y así pasa los días. Y los años. Pero el tiempo corre demasiado rápido por él. Vaya si corre.

Tiene 51 primaveras. Pero desde la entrevista del verano a la de ahora parece que le cayeron años encima. Se le hace saber. Y replica: «Iso foi unha gripe que pillei, non é da droga. Eu estou ben, foi a gripallada, que case me mata», insiste. Perdió el contacto con la familia y vive peleado con el mundo. Insiste una y otra vez que «o rollo» es complicado y que si muchos supiesen lo que es el mono le darían la razón. «Súbeste polas paredes», dice.

Cada poco tiempo saca las pastillas del bolsillo. Las mira y susurra «a ver se vai ben, ten que ir». En verano, se emocionaba al hablar de la hija de 18 años que tiene. Ahora, en el frío de una noche de otoño, tiene el corazón más gélido: «Supoño que estará ben, eu que sei», murmura.

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