La última mañana de Rafa Vidal

C. Pereiro

PONTEVEDRA CIUDAD

Ramón Leiro

El trabajador del Pontevedra cumplió ayer 65 años. Fue su despedida de los pasillos granates

18 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No todos los héroes llevan capa. Es una frase típica que define a esos hombres y mujeres anónimos capaces de cambiar el mundo. Tampoco los mitos la llevan. Mitos como Rafa Vidal, trabajador incansable del club pontevedrés que ayer vivió su última jornada laboral dentro de Pasarón. Volverá, este domingo, seguro, pero ocupará algún asiento en la grada para ver al Pontevedra con los ojos del aficionado que nunca ha dejado de ser.

Han sido cuarenta años en los que Vidal ha ejercido su labor como ningún otro. No hay nadie dentro de Pasarón que no lo reconozca y vaya a echar en falta su presencia. Es el común denominador de treinta y tres entrenadores y catorce presidentes, de cientos de jugadores por descontado.

¿Es el mejor equipo del mundo el Pontevedra? «Para mi sí, más que el Madrid o que el Barcelona», responde rápidamente Rafa. No hay atisbo de duda en su afirmación, ni la más mínima. Se enamoró del equipo gracias a su padre, que lo llevaba a ver los partidos en la época del Hai que roelo. El destino quiso que diera al club cuatro décadas de su vida.

Ha ejercido diferentes oficios, alguno incluso al margen del Pontevedra. Dentro de este fue delegado de conjuntos de base, responsable del material, cuidador del césped, pintor, limpiador. Un cancerbero de Pasarón. El guardián de sus llaves. Discreto, ya no en un segundo plano, sino en el tercero o el cuarto. Tranquilo, cuidando del equipo con una lealtad inquebrantable hacia el escudo.

«Para mí es un orgullo ver a aquellos jugadores de la base, treinta años después, y comprobar que ahora son directores de banco, de empresas grandes, médicos... Me hace pensar que al margen de cómo los educaran sus padres, nosotros también pusimos nuestro granito de arena para que se convirtieran en buenas personas», comenta Rafa, en referencia a esos primeros años como delegado de la base.

Dice tenerle cariño a todos los entrenadores, que todos fueron buenos, aunque destaca a Héctor Rial debido al amor que le cogió al Pontevedra, «siendo argentino como era», y al que define como un hombre educado y afable, «muy difícil describirlo con palabras». El propio Rial volvió a Pasarón poco antes de morir, para despedirse del equipo con el que había trabajo, entre ellos Rafa. Un gesto impagable, demostración obvia de lo que finalmente el equipo fue para él.

La mañana de Rafa ha transcurrido como siempre. Aunque ayer vistiera de americana y en el aire se notara ese ambiente de despedida extraño. Más de hasta luego que de adiós. «Debería estar feliz, por jubilarme, por estar bien; pero no puedo evitar sentirme muy triste».

Su colección de recuerdos es demasiado grande. Cubriría un libro, una idea que quizás alguien debiera proponerle ahora que tendrá más tiempo para charlar. De los ascensos que vivió se queda con el de Tercera a Segunda B, en Eibar. Cree también que si hubiéramos aguantado el tirón de la Segunda A, el del primer año tras el ascenso, «nos hubiéramos quedado hasta hoy, pero pagamos la novatada. La verdad es que solo nos hubieran hecho falta tres puntos. Mala suerte».

Primero en llegar, último en irse

Vio cambiar el fútbol. No solo el del Pontevedra. Comprobó como aquella familiaridad de los equipos se fue convirtiendo en otra cosa, quizás más cercana a lo laboral o a lo profesional que a los sentimientos como tal. No lo critica, pero en cierto sentido parece echar un poco de menos aquellos viajes con el club a ciudades, trazar amistades con otros equipos y volver al año siguiente comprobando que allí seguían.

«Me ha gustado ser el primero en llegar y el último en salir durante tantos años», sentencia el pontevedrés. El domingo entrará por la puerta principal de Pasarón en calidad de aficionado granate. Y así lo hará siempre que se pueda. Tiene las llaves de la casa.