«La vida siempre merece la pena, aunque sea ten mala como la mía»

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

EMILIO MOLDES

Teresa está de vuelta. De vuelta de casi todo. Dice que encontró la paz tras dejar el alcohol y salir de la exclusión

23 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Teresa Patiño recibe con sonrisa Profidén, un colorido vestido de flores, un collar plateado, unos pendientes con forma de limón y los párpados maquillados con sombra brillante. Es ella, sentada en un banco de la residencia de ancianos en la que ahora vive, el vivo retrato de la primavera. Parece feliz. Debe de serlo, porque no pierde la sonrisa ni siquiera cuando empieza a contar el largo invierno gris que fue toda su vida, ora por culpa de otros ora por las adiciones y decisiones que fue tomando. Tan grave fue todo lo que pasó hasta hace solo unos meses que incluso lo cuenta en un cortometraje sobre pobreza y la exclusión social. Pero no nos adelantemos. Mejor que sea ella quien, sin rehuir preguntas y con esa franqueza que da el estar de vuelta de casi todo, vaya narrando cómo la vida se le presentó, desde niña, como una imposible carrera de obstáculos.

Todo empieza en Pontevedra. Teresa, pese a su sonrisa y su buen humor, no es capaz de encontrar un recuerdo bueno rastreando en su infancia. Habla de un padre alcohólico, de palizas y de cosas, si cabe, más graves aún. Cuenta también que su madre se marchó huyendo de aquella pesadilla doméstica. Según dice, ella era una adolescente cuando acabó en un prostíbulo, «y no por decisión propia». Allí estuvo algún tiempo: «No practicaba sexo pero me manosearon, me dijeron muchas babosadas... y también escuché a muchos hombres contar penas», explica.

Sus dos hijos

Acabó yéndose con su madre. Vivieron en distintos sitios de España. Pero para entonces el alcohol ya se empezaba a cruzar en su vida. «Empecé a beber pronto, ni siquiera sé por qué, a veces me quitaba pero luego volvía», cuenta. De vuelta en Pontevedra, conoció al que luego sería padre de sus hijos y tuvieron dos criaturas. Él falleció pronto, cuando los niños eran todavía muy pequeños, y Menores se acabó llevando a los críos. Cuando sus recuerdos llegan a ese punto, Teresa suspira y los ojos se le humedecen: «Aunque seguí teniendo contacto, eso fue terrible, estaba desbordada. Crecieron en un centro, no se fueron con familias ni nada, y yo los pude ir a ver».

Con su problema de alcoholismo yendo y viniendo y en la pobreza total, durmiendo muchas veces en la calle y alimentándose en comedores sociales, nunca logró recuperar a esos niños. Estuvo, eso sí, con su madre: «La acompañé hasta el último suspiro, ella me ayudó muchísimo», dice. En los últimos años, como si no llegase con todo lo vivido, sufrió violencia machista. «Pero ahí sí que dije basta ya. Tenía claro que un hombre no me iba a poner más la mano encima», cuenta. Habla maravillas de la policía pontevedresa: «¡Cómo me protegieron! Y cómo insistieron para que él no se acercase», dice.

Tratando de dejar atrás la exclusión, fue cofundadora de la asociación Boa Vida. Sus miembros estuvieron ahí en sus sucesivas caídas. Y en esas siguen. Tras un ingreso hospitalario, le dieron plaza en una residencia de ancianos pública. Tiene 53 años y está orgullosa de los dos años sin alcohol, de haberse agarrado al presente, «de haber encontrado la paz». Lo tiene claro: «La vida siempre merece la pena, aunque sea tan mala como la mía».