Diez kilómetros para reconciliarse con Galicia

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

emilio moldes

A orillas del vial de Carballedo está la esencia de esta tierra: desde ganado salvaje a mucha piedra

01 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Somos la tierra de las chapuzas, de los somieres reutilizados como cierres. Llevamos el recebo de cemento en el ADN y eso, desafortunadamente, ha hecho horrendos estragos en el paisaje. También somos ese lugar donde el eucalipto se ha hecho fuerte. Nada de todo ello se puede negar. Pero hay parajes que, aún estando marcados por esa idiosincrasia del galpón, todavía son bonitos y permiten reconciliarse con lo que un día fue la Galicia bonita. Se puede ir lejos, a O Courel por ejemplo, y toparlos. Pero también se pueden encontrar a tiro de piedra de Pontevedra -a unos doce kilómetros o, lo que es lo mismo, un cuarto de hora al volante desde la ciudad- y sin perderse por pistas rurales. Ahí va un plan para una deliciosa excursión: descubrir los diez kilómetros que hay entre el mirador de A Soldada hasta Pazos, ambos situados en la carretera PO-233, que une la N-541 con Carballedo, la capital de Cotobade.

Empezamos en el propio mirador, situado a pie de carretera. El lugar, aunque padece el ruido de los automóviles, es un buen sitio para estirar las piernas o hacer un pícnic si está buen tiempo, ya que cuenta con mesas y bancos de madera y una fuente. Como nota característica, las dos filas de plátanos de sombra que ahora mismo están desnudos, sin hojas que les amparen, pero que componen una bonita figura. La panorámica que ofrece este mirador es espectacular, solo ensombrecida por la cantidad de eucaliptos que se ven frente al escaso bosque autóctono. Se divisa y escucha rugir al río a lo lejos.

Seguimos el viaje. Y en cuestión de minutos aparece un indicador que ha de seguirse. Pone: puente de Almofrei. En cuestión de un par de kilómetros uno cree haber retrocedido unos cuantos años en el tiempo. Porque el entorno del puente de Almofrei, del siglo XVI y recién reformado, es como un lugar de cuento donde piedra y agua parecen haberse puesto de acuerdo para multiplicar por infinito su belleza. Pasa por ahí una ruta de senderismo. Así que el que guste puede cambiar el coche por los pies y conocer a fondo un paisaje lleno de pequeñas cascadas, calzada de piedra, carballos y castiñeiros.

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A modiño por Borela

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Pero si uno prefiere ahondar un poco más en el turismo de ventanilla y volver a la carretera PO-233, un par de kilómetros más adelante toca hacer otra parada. Porque Borela bien merece una visita. Y la merece por varias razones. Porque allí, nuevamente, uno encuentra motivos para reconciliarse con Galicia. Y no solo por el puente medieval que uno encuentra nada más llegar. Lo mejor de Borela es darse un paseo por la aldea y descubrir que el rural gallego tiene futuro. ¿Por qué? Porque en él viven niños como Nora y Asier, que salen de casa y se divierten corriendo por un lugar lleno de casas y hórreos de piedra en el que se puede jugar a tirar piedras al río si uno tiene fuerza suficiente, porque el río, pese a las crecidas, está bien bajo con respecto al puente. Su madre, Lourdes, cuenta que en la aldea en verano se juntan hasta veinte rapaces,

«que non son moitos, pero polo menos dan a vida»

. Y que este mismo estío, animadas por la cantidad de críos, las familias incluso formaron una asociación para hacer actividades con ellos. Una de las iniciativas que los chavales y sus progenitores llevaron a cabo fue el proyecto

A modiño por Borela

. ¿En qué consiste? Los críos pintaron carteles pidiéndole a los conductores que pasen despacio por la aldea. Lo cuenta Lourdes y parece que está narrando esa famosa viñeta del pedagogo Tonucci en la que unos niños dicen: «Perdonen las molestias, estamos jugando». Pues eso, que en Borela, afortunadamente, los niños aún juegan en la calle y hay que levantar el pie del acelerador, que lo piden ellos mismos.

Regresamos al viaje, a esa carretera PO-233 que, si se sigue, desemboca en Carballedo. Después de Borela, viene Pazos. Y es un buen lugar, sobre todo si se viaja con niños, para que estos se den cuenta que muy cerca de la ciudad hay vacas de cuernos grandes que todavía pastan con relativa libertad. Esta misma semana, sin andar muchos metros, podían verse desde unas rubias del país de esas que dan leche hasta unos caballos pasando por ovejas y cabras. Vamos, un zoo al aire libre.

Y no hace falta conducir mucho más. Si se sigue hacia Carballedo, uno comprueba que en la Galicia próxima a las ciudades -al fin y al cabo, esta zona está pegada a Pontevedra- aún hay monte y monte sin casas ni galpones. Pena que en alguna parte esté negro el paisaje. Pero eso ya es otra historia.