Alfonso García Limeses, un devoto empeñado en hacer un mundo mejor

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Ramón Leiro

Además de presidir la cofradía de la Veracruz, es voluntario en el albergue y en el banco de alimentos

28 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La entrevista con el pontevedrés Alfonso García Limeses tiene lugar horas después de lo que para él fue una noche bien importante y agradable. Lo cuenta nada más empezar: «Pues claro que fue importante, no se cena todos los días con un cardenal», dice en alusión a la velada que compartió con Rouco Varela, de visita en Pontevedra para leer el pregón de la Semana Santa. Añade que Rouco dijo que la ciudad está muy bonita y que preguntó por numerosas personas de la urbe. «Tiene una memoria prodigiosa», señala Alfonso. Él participó en la cena con Rouco en calidad de presidente de la cofradía de la Veracruz. Y si acepta la entrevista es con la condición de que se cuente que la citada entidad religiosa es una piña, que busca que la Semana Santa siga teniendo porte y que necesita sí o sí cofrades. Pide devotos, por supuesto. Pero tampoco le cierra la puerta a los no creyentes. «Si ayudan, bienvenidos sean», señala Alfonso con una nueva sonrisa. Luego, se deja preguntar.

Alfonso, hijo de Augusto García Sánchez, que fue alcalde de Pontevedra durante el Franquismo, es el alevín de una familia de ocho hermanos cuya matriarca todavía vive. A Alfonso le tiraban los números. Y en plena juventud se marchó a Santiago a estudiar Económicas. No pudo acabar la carrera. La enfermedad y muerte de su padre cambió el rumbo de las cosas y Alfonso acabó regresando a la ciudad pontevedresa para presentarse a unas oposiciones a la Caja de Pontevedra. Con 21 años pasó a formar parte de la plantilla de la entidad, a la que ya no abandonaría a lo largo de su vida laboral. Y si la relación con el banco fue larga y duradera, mucho más lo fue otra que contrajo también en esa época de juventud; la del amor eterno con Vega, su entonces novia y luego mujer, a la que él llama «campeona» por la dedicación a la familia que ambos formaron. Alfonso se sonroja algo al preguntarle, pero confiesa: «La verdad es que llevábamos cinco años de novios y yo les dije a mis padres que quería casarme y punto, que ya trabajaba y que la quería muchísimo... y nos casamos jóvenes», explica.

El trato humano

Luego llegaron los hijos. Uno, dos, tres... hasta seis. Ahí es cuando Alfonso insiste en llamarle campeona a su mujer, dice que fue ella la que se encargó de que la prole saliese adelante mientras él buscaba cómo alimentarlos. Conjugó el banco con algún que otro negocio. Y tampoco dejó de lado la formación. Cuenta que se apuntó a Derecho por la UNED y que le tiraba lo de las leyes. Pero en cuanto fueron apareciendo los hijos hubo que cambiar las noches de estudio por las de biberones y pañales. Habla de la crianza, de cómo los niños se hicieron mayores, de la llegada de los nietos... y no deja de sonreír. Llegó a ser jefe de zona en el banco y tener bajo su responsabilidad 17 oficinas. Dice que siempre tuvo clara una cosa: que los jefes no pueden perder de vista el trato humano, el preocuparse por la gente que les acompaña.

En realidad, esto último es un poco su meta vital. Quedó claro desde el día en el que se jubiló. ¿Por qué? Porque al fin tuvo tiempo para dedicarse a algo que le apasiona: ayudar a quienes menos tienen. Se embarcó primero en la puesta en marcha en la ciudad del banco de alimentos, y logró su objetivo, pasándole luego el testigo a José Luis Doval. Ahora es su amigo Doval quien lo lleva, pero Alfonso colabora en lo que puede. Igualmente, es habitual verlo trabajando como voluntario en el albergue que tiene Cáritas en Monte Porreiro. ¿Qué hace allí? Un poco de todo. A veces, simplemente, escuchar a quienes llegan. Dice que el albergue le enseña cada día, que descubre historias durísimas y que con cada una aprende a valorar lo que tiene. «Hablo con todos los que llegan, considero que algunos son ya amigos míos. Hay personas que sufren muchísimo, vidas realmente complicadas», cuenta. Le hacen ilusión las pequeñas cosas. Por eso se emocionó el otro día cuando uno de los transeúntes habituales del albergue le regaló un payaso hecho por él mismo con un imán para colgar en la nevera. Y por eso se emociona al hablar de que la cofradía que preside puso en marcha la procesión del lunes porque ese día no había nada.

A Alfonso, que cree que debe el positivismo con el que enfrenta la vida a la fe y a su madre, «porque ella es la persona más positiva del mundo», no es difícil hacerle reír. Se ríe cuando se le pregunta si, más allá de su labor como voluntario, tiene alguna afición. Y dice: «Pues la verdad es que nunca tuve y ahora tengo. Estoy a mil haciendo maquetas de barcos con madera. Ando reproduciendo los veleros de la Copa América... aprovechando que mi hijo pequeño está en Madrid viviendo ocupé su habitación... he montado un astillero en casa». Vuelve a reírse. Uno le pregunta qué hará con la producción naval. Y lanza un aviso a sus hijos: tendrán un barco de regalo por cabeza.

Ya jubilado, combina su labor solidaria con una afición: hace

barcos de madera