El maestro que lo dejó por no fallar a sus alumnos

Cristina Barral Diéguez
cristina barral PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

RAMON LEIRO

Juan Ruibal renunció a su vocación y a su plaza fija de funcionario harto de desencuentros con el sistema

10 feb 2018 . Actualizado a las 05:05 h.

Juan Ruibal Ordóñez es tan honesto como quizá incomprendido en estos tiempos. Este profesor de secundaria de Francés con plaza fija decidió este curso dejar las aulas. Renunció a su vocación y a la que fue su profesión desde hace 21 años porque no le quería fallar a sus alumnos. Recibe en su piso de Pontevedra tras hacer rodillo. Amable, dice con el acento que no ha perdido -nació y vivió en Francia hasta los 11 años porque sus padres emigraron- que quiere contar su verdad, pero no desde el enfado ni el rencor, hoy ya superados, sino en positivo.

Este curso tenía que estar dando clase en un instituto de Tomiño, su destino definitivo. Pero la mochila que llevaba a su espalda tras pasar por muchos centros de Galicia le pesaba demasiado. Le asaltaron las dudas y los recuerdos y decidió dejarlo. ¿Abandonar un trabajo que le gustaba y un sueldo de funcionario de algo más de dos mil euros a los 49 años? Así de rotundo. «Antes de empezar el curso, fui en verano a Tomiño para hablar con la jefa de departamento y para decirle que yo daba clases sin libro de texto. De repente me vi allí, iba a ser jefe de departamento y tutor, me iban a imponer el libro como me pasó en Cambados y quise salir corriendo... A lo mejor me hubiera ido bien, pero no tenía ganas de nada, ni de vacaciones».

Quizá cueste entender a Juan si no se conoce su trayectoria anterior, llena de desencuentros con la inspección, directores y compañeros. Nunca con alumnos. Ese día se dijo a sí mismo, «Nitiño, déjalo» y así fue. Tenía miedo a dar clase y por amor a sus estudiantes prefirió renunciar. «Tengo claro que de haberme incorporado hubiera cogido una baja. No lo hice en 19 años y tenía que ser coherente», subraya. Cuando comunicó su decisión a su entorno la mayoría le llamaron loco. Él lo entiende. «Me decían que me iba a arrepentir. Yo estaba muy asustado, pero estaba en juego mi felicidad, mi salud y mis alumnos». Sabe que su caso es atípico. Primero pensó en renunciar sin más. En la Xunta en Pontevedra le dijeron que no fuera tonto y que se cogiera una baja. «No quería chupar del Estado porque también hay funcionarios honrados». En Santiago le plantearon la posibilidad de una excedencia indefinida, en la que hasta entonces no había pensado. Y se acogió a esa opción. «Debo ser un número más porque hasta hoy nadie se puso en contacto conmigo para saber qué me pasaba».

El vértigo que sintió al principio ya no lo nota. «Creo que fue una buena decisión y tengo muchos proyectos por delante». Juan ha hecho números. Aunque está en la recta final de su hipoteca, asegura que tiene ahorros de los que tirar durante un tiempo tras aparcar el sueño de comprarse una caravana. Necesita 566 euros para vivir, ajustando mucho sus gastos. Quiere sentirse útil. ¿Cómo? En mente tiene la publicación de un libro con una selección de las cartas que cada curso le escribían sus alumnos y ha puesto anuncios para dar clases particulares de francés y para cuidar de personas mayores. «No cuidados médicos, pero sí echar una mano sacándolos a pasear o leyéndoles libros», adelanta. En la primavera del 2019 prevé hacer el Camino de Santiago a pie.

Ahora Juan está en lo que él llama la fase de prealerta. «Puedo estar así un máximo de dos años, controlando mucho los gastos». Después vendrá la fase de alerta amarilla, en la que buscará trabajo. A esa seguirá la naranja, en la que se planteará vender su piso. Y llegada la roja, no le quedaría otra que incorporarse a la enseñanza y malvender el piso si no lo ha hecho ya a esas alturas.

Juan estudió Filología Francesa y tras un año de lector de español en Francia tuvo claro que era su vocación. «Profesor o psicólogo, aunque mi padre quería que hiciera Derecho», recuerda. Antes de sacar la oposición en el 2008, cubrió una baja en el SEK y estuvo en Muxía, Cee, O Grove, Vilalonga, Marín, Cambados y Bueu. Después recaló de nuevo en Cambados, Ponteareas, la EPA de Pontevedra, Viveiro, Ribeira, otra vez Muxía y Ponte Caldelas, el último sitio donde dio clase. «Hubiera sido un buen profesor en el siglo XIX», ironiza.