Patricia Estévez: «Mientras tenga salud, seguiré acogiendo niños»

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Emilio Moldes

Es la tercera vez que le da hogar a un pequeño. Lo hace dentro del programa que tiene Cruz Roja

25 nov 2017 . Actualizado a las 10:58 h.

Patricia Estévez es el claro ejemplo de que querer es poder. Hubo un día que ella quiso ser generosa y solidaria. Quiso poner su grano de arena para luchar contra algo que le desgarraba por dentro: que hubiese niños sin familias, residiendo en centros donde están perfectamente cuidados pero les falta el calor y el apego de un hogar. Así que se acercó a Cruz Roja y, tras la formación y las explicaciones pertinentes, se convirtió en una de esas familias acogedoras que esperan una llamada para llevarse a un crío a casa. Esa decisión puso patas arriba toda su vida. Le sentó fatal a su familia -«me decían que qué necesitad tenía yo de meterme en semejante historia», recuerda-, con el tiempo la llevó incluso a cambiar de profesión y, como ella reconoce, aquel proyecto solidario se convirtió en un proyecto vital. Va por el tercer niño al que acoge temporalmente -el programa explicita que no son adopciones-. Y tiene claro cómo se ve cuando sea viejecita: «Mientras tenga salud, seguiré acogiendo niños».

La historia de Patricia arranca en Ourense. Fue allí donde nació y se crio, hasta que se marchó a estudiar a Santiago. Siempre quiso hace Periodismo. Pero finalmente cursó Filosofía, y no se arrepintió, porque le acabó enganchando. Pero la cabra tiraba al monte periodístico, y acabó haciendo la licenciatura y luego trabajando en distintos medios de comunicación. La vida la trajo hasta Pontevedra y Sanxenxo. La suya, hace unos siete años, cuando tenía 38 años, era una vida de ajetreo, de trabajo y prisas. Sin embargo, decidió que había sitio para un proyecto solidario. Y se acercó a Cruz Roja. Todavía hoy le brillan los ojos cuando recuerda la primera vez que le entregaron a una niña. La pequeña tenía quince meses. «Fue algo espectacular, fue verle una evolución maravillosa, ver el apego que iba teniendo», recuerda. A estas alturas, todo el mundo se hace la misma pregunta. Y Patricia, cansada de que se la formulen, la contesta rápidamente: «Sí, ya sé. Todo el mundo te pregunta que qué pasa cuando se marcha el niño, porque los acogimientos son temporales. No pasa nada, pasa que a veces sufres, claro que sí, pero pasa también que las cosas van bien y que tu gesto solidario le cambió la vida a esa niña». Cuenta que el caso de esta pequeña fue un tanto especial, porque su madre biológica había pedido ayuda a Menores pero luego se pudo hacer cargo de la cría. Dice que no hubo sufrimiento alguno porque fue un cambio de hogar rodeado de amor, y ella tejió lazos con esa madre. Reconoce que no es lo que recomienda el programa, pero indica que defendió a capa y espada esa relación porque «estábamos de acuerdo ambas partes». Es la feliz madrina de la cría.

«No recordaba mi nombre»

Luego llegó un niño. Tenía dos meses. Y se quedó con ella hasta casi los tres años. Patricia dice que cuando se marchó con su familia de adopción ella sí se quedó afectada y se planteó no volver a abrir la puerta de su hogar a más pequeños. Pero a los tres meses le vio y descubrió algo maravilloso: «Fue increíble, el pequeño ni siquiera lograba recordar ya mi nombre. Eso me hizo darme cuenta de que era feliz y de que tenía una familia de diez con la que estaba totalmente integrado. Decidí entonces que seguiría acogiendo niños, claro que sí».

 

Sola y sin familia cerca de la que poder tirar para ayudarle con la crianza, se embarcó por tercera vez en la aventura del acogimiento. Por el camino decidió cambiar de profesión, aparcar el ajetreo del periodismo y buscar algo «con lo que pudiese ir a otro ritmo». Entonces, los niños volvieron a venir a su cabeza. Abrió una tienda de juguetes bonitos, sostenibles y llegados de todo el mundo en la zona vieja pontevedresa. Y ahí, en medio de entretenimientos creativos, juguetes de esos en los que hay que tirar de imaginación porque no llevan pilas ni convierten al niño en mero espectador, recibió de nuevo la llamada de Cruz Roja. Era para que acogiese a un menor de edad de solo cuatro días de vida... un recién nacido. Fue un reto. Y lo sigue siendo. No tiene ni idea de en qué momento esa personita a la que ahora dedica su tiempo se marchará. Pero tampoco le agobia el futuro. Conjuga a diario el presente. Y lo hace con fuerza. «Disfrutamos muchísimo, somos felices», dice con palabras pausadas esta mujer de estilismo muy suyo, que calza todo el año sandalias con calcetines, y cuenta la intrahistoria de cada artículo que vende; el cómo, dónde y de qué están hechos todos esos juguetes.

A Patricia, de natural optimista, no le cuesta responder a preguntas que incluso son impertinentes. Se le dice si hace esto porque no puede tener hijos biológicos, como si el acogimiento fuese un premio de consolación, algo que muchos creen. Ella remacha: «Pensé alguna vez en ser madre, pero luego ya no. Tampoco quiero adoptar. Esto es un acto de solidaridad, es amor, y el amor no se explica». Cuánta razón.