El empresario de pinturas serio e innovador que se convirtió en valedor del deporte pontevedrés

Carmen García de Burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

El negocio de Celso Míguez medró por profesionalidad, y su fama en la ciudad, por su generosidad

16 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Un anuncio del martes 7 de septiembre de 1976 publicado en La Voz mostraba una foto a gran tamaño de Celso Míguez Mariño y el propietario de una droguería de Ourense junto a la puerta abierta de un coche. Al lado de la imagen, el comercial explicaba que se trataba de «una atención más de Almacenes Celso Míguez hacia sus clientes». Aunque aquel texto era publicidad, el resto, no.

El nombre del empresario pontevedrés cruzó varias fronteras, y no todas ellas gracias a sus éxitos puramente económicos, aunque todas sus facetas convergieran y contribuyeran a convertirlo en uno de los distribuidores de pintura más conocidos y prósperos de Galicia. Conseguirlo fue obra de los pilares en los que asentó su filosofía empresarial y de vida. Para empezar, creía en la seriedad. Se lo dijo al entonces presidente de la Xunta, Manuel Fraga, en 1993 durante la inauguración de su centro de demostraciones: «Nuestro objetivo es lograr una Galicia más profesional».

Y dio un paso al frente para acercarse a él, un proyecto innovador paralelo a la formación profesional en forma de centro pionero. En colaboración con la marca PPG, de Estados Unidos, fundó las instalaciones, en las que los pintores ya formados o los que se iniciaban en la profesión podían conocer cómo eran en realidad los productos y técnicas de vanguardia de su sector.

En un solo acto reflejó las dos caras ?la búsqueda de resultados empresariales y la oferta de medios y conocimiento para conseguirlos? de un industrial que será recordado también como uno de los principales valedores del deporte en la ciudad. Patrocinó el club de baloncesto varias temporadas y años después, cuando su hijo comenzó a despuntar como piloto de carreras, el de esta disciplina.

Contaba él mismo que comenzó a los 13 años como aprendiz en la droguería de Luis Esteban, donde tuvo su primer contacto con la pintura. Siete años más tarde abrió su «propio negocio con botes de pintura en las estanterías». Creía firmemente en que para capear los temporales hay que «empeñarse en que la crisis se supera con más trabajo». A él le funcionó. Trabajador incansable, recibió reconocimientos del Colegio de Agentes Comerciales de Pontevedra ?al que perteneció más de medio siglo? y el Premio Amigos de Pontevedra, entre otros muchos de carácter oficial. Pero, por encima de ellos, los anónimos, los de un día a día que fue barnizando para que no se borre fácilmente.