Cariño de abuela en una escuela pública

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

CAPOTILLO

En la Galiña Azul de A Parda, un día a la semana, mayores de un centro de día acompañan a los niños en sus aulas

05 feb 2017 . Actualizado a las 08:38 h.

Lula, que en realidad se llama Obdulia, tiene el pelo blanco y una forma de hablar tan suave como su delicada tez. Viste casi todo ropa negra y cuenta que ella es de Moraña, pero vive en Pontevedra. No sabe explicar muy bien si tiene nietos o no, aunque luego recuerda que sí debe tenerlos y que ya son mayores. Le cuesta un poco empezar a hablar, hilvanar su historia. Cuando empieza a narrar sus vivencias, enseguida tiene que parar. La para Damián. Él es un crío guapísimo con una cara medio de bonachón medio de pícaro. No le habla mucho a Lula. Es más, no le habla casi nada. Pero le tira de la falda reclamándole abrazos. Y ella se los da. Esa estampa, la de Lula y Damián callados pero profesándose cariño, era la que uno se encontraba la mañana del jueves en la escuela infantil de A Parda. ¿Qué hacía Lula con Damián y el resto de sus compañeros? En teoría, lo que hacía allí Lula era participar en un proyecto intergeneracional mediante el que mayores del centro de día de Saraiva, una vez a la semana, van a compartir aulas con los críos de la escuela. Pero, en la práctica, hacía algo mucho fácil de explicar: daba calor y cariño de abuela a las dependencias de la Galiña Azul.

Lula no acudió sola hasta A Parda. Fueron con ella, además de una monitora, un dúo de Pilares, una apellidada Cid y la otra Cimadevila. La primera Pilar, que estuvo en el aula de los niños de 1 a 2 años, se quedó de piedra cuando les vio pintar con canicas. «¡Estache ben esta cousa!», decía ella. Pero lo que más le llamó la atención era ver cómo le explican las cosas ahora a los niños. «Eu pensei que a rapaces tan pequenos non lle podiamos explicar nada... e mira ti, que listos son», contaba sentada a la misma mesa que los pequeños. Pilar ya había sido informada de que en la escuela de A Parda hay un huerto, en el que los pequeños trabajan de lo lindo en cuanto el invierno se va quedando atrás. Así que ella ya pensaba en la primavera: «A min o da horta gústame, claro que si... pero a ver como facemos con estes rapaciños tan pequenos, non sei como lle imos explicar as cousas», se preguntaba la mujer, que en ese momento tenía a un niño sonriente ya sentado en su regazo.

 La superabuela Pilar y Álex

La otra Pilar, Pilar Cimadevila, que es de Mourente, tiene 64 años y comenzó a ir al centro de día porque se sentía sola «y triste» tras enviudar, estaba contenta a un nivel superlativo. Ayer cambió ese centro por la Galiña Azul de A Parda. A ella le tocó el aula de los más bebés, los de 0 a 1 año. «Lo mío sería estar aquí todos los días, no puedo querer más a los niños... me encantan. Mi nietecita me dice siempre: ‘‘Pipi, no te vayas a tu casita, quédate en la mía’’». Pilar pudo dar rienda suelta ayer a su condición de superabuela. Uno de los pequeños, Álex, se acomodó tan bien en su colo que no lo abandonó en toda la mañana. A otros, como a la pequeña Xiana, les costó algo más acostumbrarse a la cara nueva. Pero no hay problema. Tiene tiempo. Lupe Pérez, la directora de la escuela, explicaba que hasta final de curso seguirán viniendo los mayores. ¿Por qué? Porque por mucho que se trate de la Galiña Azul más grande de Galicia, con 120 niños, Lupe es de las que cree que todos se merecen estar como en casa. Con mimos y amor de abuela incluidos.