El atropello que hizo que Aarón creyese en sí mismo

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

RAMON LEIRO

Un coche lo arrolló cuando tenía diez años y lo dejó en silla de ruedas. Ahora es un deportista de élite

25 ene 2017 . Actualizado a las 16:19 h.

Decir que un boxeador aprende a golpes parece una frase hecha. Pero en el caso del marinense Aarón González, campeón de España de boxeo olímpico, no lo es. Fue un «gran golpe», como él lo define, el que le enseñó que en la vida no queda otra que luchar, que creer en uno mismo y mirar siempre hacia adelante. Ocurrió mucho antes de que se subiese al ring por primera vez y fue una historia dura, que no lo parece tanto porque Aarón la cuenta sin dramatizar, con un aplomo más acorde con una persona entrada en años que con el muchacho de 28 años que él es. La explica en el pabellón de A Raña, justo antes de comenzar un entrenamiento con sus compañeros del boxeo. Le llama a las cosas por su nombre. No usa anestesia para recordar el momento más triste de su vida. Y uno ni se atreve a preguntar. Solo acierta a dejarle hablar.

Todo ocurrió un mediodía del mes de mayo, en 1999. Varios niños de Marín, entre ellos Aarón González, esperaban sentados en Mogor, como hacían cada día, el autobús que debía llevarlos al colegio de Seixo para las clases de la tarde. Pero no llegaron a subirse al autocar. Ni a ir a clases. Al menos no pudo ir Aarón. Ese mediodía, la charla de aquellos niños a pie de la carretera, sus bromas y chistes, se apagaron con un golpe seco. Un vehículo los arrolló y cuatro de los pequeños resultaron heridos. Aarón fue el que salió peor parado. El golpe que recibió fue de tal magnitud que le rompió las piernas y le ocasionó numerosas lesiones más. Tenía entonces diez años. Y sus piernas de deportista -jugaba al fútbol- quedaron confinadas a una silla de ruedas.

Mientras comenzaba un largo periplo por los quirófanos -le operaron en treinta ocasiones-, Aarón, todavía un niño, descubrió las paradojas de eso que se llama humanidad. Por una parte, se enfrentó a un hecho: «El conductor no llegó a auxiliarnos. Dejó el coche allí, se marchó y mandó a un familiar. Tampoco nunca se preocupó por mí, no vino a verme ni me pidió disculpas», indica. Pero, por la otra, cuando abandonó el hospital, con su silla de ruedas, descubrió que no estaba solo: «Todos mis compañeros me arroparon, me ayudaron muchísimo, no me sentía solo. Y eso que fue duro porque, aunque iba mejorando, estuve más de dos años en silla de ruedas y luego me prohibieron totalmente hacer deporte. Pero yo empecé a convencerme de que, si quería, podía hacerlo. O al menos intentarlo. Y mis amigos me ayudaron mucho, tenían muchísima paciencia jugando conmigo para que no me lastimase», recuerda Aarón. Llegó un día que puso a prueba la paciencia de sus padres y, en contra de lo que le recomendaban una y otra vez los médicos, montó un equipo de fútbol sala, el Laberinto. Como no podía jugar, empezó a entrenar a sus compañeros. Pero el cuerpo le pedía más. Y, poco a poco, fue empezando a jugar. Al principio, lo hizo incluso con muletas. Luego, logró caminar solo. Correr... Hacer deporte otra vez. «Fue algo increíble, de hecho los médicos no se lo creían cuando se lo contaba», dice. La aventura del fútbol sala le duró hasta bien cumplidos los 17 años. 

«La Justicia fue recuperarme»

Antes, a los 16, encaró otra batalla. Acudió al juicio en el que juzgaron al conductor que lo arrolló. Reconoce que tuvieron que agarrarlo. Uno se imagina que la vista fuese ahora mismo, con Aarón convertido en boxeador... Pero él se adelanta a la pregunta: «En aquel momento me agarraron, ahora mismo yo no le haría nada a esa persona. No me pareció justa la condena, me pareció muy poca cosa, pero en la vida no hay que tomarse la justicia por la mano. La vida ya pondrá a cada uno en su sitio, ya dará premios y castigos... mi justicia me llegó el día que me recuperé, el día que salí hacia adelante. Al final no fue más que un combate que tuve que luchar», señala mientras vuelve a llevar la mente a su adolescencia, a su época en el instituto Illa de Tambo. Porque fue allí donde vio un anuncio de clases de boxeo. Al principio, pensó que su traumatólogo se volvería loco solo con mencionarle la posibilidad de practicar boxeo. Pero luego se lo pensó... y decidió probar suerte. Le enganchó. Le enganchó de tal manera que fundó un club, entrenó y entrena... Y fue campeón de España de boxeo olímpico en 2015.

Paralelamente, como si quisiera demostrarle a la vida que sí puede hacer todo el deporte que se le antoje, estudió Magisterio por Educación Física, primero en A Coruña y luego en Pontevedra. Y lleva varios años dando clases de gimnasia, así como de otras materias, en el colegio Inmaculada de Marín. Ahora mismo es tutor de cuarto. Dice que disfruta enseñando a los niños. Y cuenta que a veces le preguntan por el accidente que le cambió la vida. No le importa contarles lo que le ocurrió. Es más, confía en que a alguno le pueda servir su experiencia: «Les insisto en que hay que luchar siempre, que si uno está convencido de que puede tiene que ir a por todas, que por muchos atrancos que haya nunca se puede perder la fuerza de voluntad ni las ganas de luchar», explica.

Luego, mientras sus compañeros ya sudan la gota gorda y él aún no ha empezado a entrenar, se ríe cuando se le pregunta si la novia a la que conoció entrenando sigue siendo novia y boxeadora. «Sí, las dos cosas, está ahí dentro», indica. Con ella le gusta viajar. O soñar. Y seguir aplicando su máxima: «Pueden los que creen que pueden». Pues eso.