El panadero que se hizo amigo de los peregrinos

Cristina Barral Diéguez
cristina barral PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

RAMÓN LEIRO

Manuel Campos Cruces compagina su labor en el albergue con la presidencia del club de pesca Nordés

07 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Manuel Campos Cruces es un hombre de mundo que acumula proyectos al tiempo que suma inquietudes. Nació en Sabajanes, una pequeña parroquia de Mondariz, en 1953 y con 11 años se trasladó al municipio de Pontevedra para trabajar. «Fui andando e hice noche en un pajar», recuerda. Hoy sería impensable, pero eran otros tiempos. En la parroquia de Salcedo encontró empleo en una panadería. Años después, ya casado, decidió buscarse la vida en la emigración. Su destino, como el de tantos otros valientes de entonces, Alemania.

«No quería depender de mi familia y nos fuimos a Núremberg ya con trabajo. El primer año estuvimos contratados los dos en la cocina de un hotel. Llegué sin saber palabra de alemán y sobrevivimos haciendo señales de humo», comenta entre risas. La estancia en el país teutón fue de nueve años. También trabajó en Siemens. «La empresa me pagaba unas clases de alemán después del trabajo. Más tarde me encargaba del cátering, tenía diez personas a mi servicio y recorrí gran parte del país», subraya. Guarda buenos recuerdos de aquella experiencia, que le hizo «crecer como persona y como todo».

Regresó a España en 1982, con el Mundial, y luego volvió ya él solo a Alemania. La vuelta definitiva fue un año y medio después. En la parroquia de Tomeza montó la panadería San Pedro, que hoy sigue abierta y regenta su hijo mayor. En ese horno de pan está el origen de su pasión por la ruta jacobea. «El Camino pasa justo por allí y soy una persona sensible. Veías pasar gente joven, pero también gente muy mayor y charlaba con ellos», señala. Cuando coincidía con algún alemán o algún peregrino que sabía alemán practicaba con ellos y se sorprendían mucho. Ahí nació una pasión que mantiene hoy, ya como hospitalero, en el albergue de Pontevedra. En 1996 se hizo socio de la Asociación Amigos del Camino Portugués, que en el 2015 premió su aportación voluntaria con la medalla del Camino. «Para mí fue un gran honor», remacha.

Aunque reside en O Grove, todos los jueves acude al albergue. Allí recibe a los peregrinos y se preocupa por las condiciones en las que llegan. «Hay mucho pillo y tenemos que ser exigentes, pedir las credenciales para que puedan dormir aquí, de junio a septiembre casi siempre tenemos lleno y hay que gestionar pernoctas en pabellones y Cáritas», explica. Intenta echar una mano con pequeñas curas para paliar ampollas, rasguños y torceduras. No suelen ser cosas graves. La única experiencia negativa fue la muerte de un peregrino de 71 años el 2 de mayo del 2016. «No se levantó por la mañana, debía de estar enfermo».

Visita a la «joya»

Manuel siempre recomienda a los caminantes que no se vayan de Pontevedra sin visitar su centro histórico. A veces los acompaña e improvisa como guía turístico: «Pontevedra es una joya y no pueden irse sin verla». Tiene mil anécdotas, pero se detiene en una. Cuando tenía la panadería ayudó a un peregrino portugués: «Le di un café y un bocadillo, durmió en el albergue y le perdí la pista». Siete años después, en un viaje a Lisboa con la asociación, se reencontró con él en el Palacio de Belém. «Nos miramos y nos reconocimos».

Entre las aficiones de Manuel también ocupa un lugar destacado la pesca. Ya cuando estaba en la panadería se escapaba al río o a la costa. Desde finales del 2016 preside el Club Pesca Deportiva Nordés, de San Vicente do Mar, en O Grove. Quisieron despedir el año con un concurso de pesca solidario. Los participantes tuvieron que aportar un juguete, nuevo o usado, como inscripción. Entre juguetes y juegos reunieron más de cien, que entregaron a la asociación Boa Vida de Pontevedra. «Hacen una labor muy buena y saben que en los próximos cuatro años pueden contar con nosotros para lo que necesiten», recalca Manuel.

A sus 63 años, se considera feliz y disfruta con nuevos proyectos. Pudo sobrellevar la muerte de su mujer, que falleció muy joven de cáncer, y rehacer su vida. «Mi nieta Antía me ayudó mucho y me sigue ayudando».