Cruzar el charco para triunfar antes de los 40

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

cedida

Cambió Pontevedra por el Caribe; dirige un complejo hotelero y tiene a su cargo a 1.800 trabajadores

17 nov 2016 . Actualizado a las 08:10 h.

A Antonio Parrado Rodríguez, se le escucha, vía telefónica, como si en vez de en la playa del Carmen mexicana estuviese ahí al lado, no más lejos de San Benitiño de Lérez. Sin embargo, por mucho que la conversación sea nítida y él bien elocuente, uno no logra identificar su acento. A veces parece que tiene un deje gallego. Otras, da la sensación de que su pronunciación es latinoamericana. Hasta, en algún momento, uno llega a pensar si hay algo de andaluz en su habla. Así que empezamos tratando este asunto. Se ríe al preguntarle por su procedencia. «¿De dónde soy? Pues un poco ciudadano del mundo, de todos lados y de ningún sitio. Mi historia es un poco compleja. Pregúntame mejor de qué sitio me siento». Y se le pregunta, en efecto, de qué sitio siente su corazón que es: «Me siento bastante pontevedrés, porque estudié ahí, viví ahí bastantes años y ahí tengo muchos amigos y a mi hermano». A partir de ahí, el trotamundos que es Antonio repasa todos los escenarios por los que fue discurriendo una vida todavía muy joven, ya que tiene solamente 35 años de edad.

Antonio es hijo de un militar de Ferrol y una mujer de Ceuta. Fue en esta última ciudad donde él nació y vivió la niñez. Dice que apenas le quedan recuerdos de esta etapa. Llegó a Pontevedra cuando todavía era un adolescente. Fue alumno del Sánchez Cantón y jugador de balonmano del Sagrado Corazón. No cuenta si era muy de salir de fiesta o no, pero le delatan sus recuerdos: «Íbamos a Carabás, a la Madrila y por supuesto a comer las patatas bravas del Lepanto.... Claro. Ahora cuando vuelvo es mi hermano el que dirige todo, que es el que sabe de los sitios que van abriendo». Cuando terminó el instituto, se le puso delante esa interrogación enorme sobre la vida futura que invade a muchos estudiantes. Pensó en seguir los pasos de su padre en el Ejército, pero acabó descartándolo y, casi por causalidad, acabó en el Centro Superior de Hostelería de Galicia. Dice que le encantó. «Desde el primer momento vi que era lo mío. Está todo muy bien enfocado, de forma muy seria», señala.

Con los estudios terminados, se fue a Inglaterra a perfeccionar el inglés y empezar a hacer pinitos en lo suyo. Estuvo en Mánchester. Acabó siendo segundo encargado en un bar de tapas españolas. Pero no le convencía el trabajo: «Yo quería tirar hacia la rama de los hoteles». Inquieto como es, vino de vuelta y se marchó a trabajar a Menorca. Ahí sí pudo hacer incursión en el mundo hotelero. Pero eso no fue, ni de lejos, lo más importante que le pasó en las Baleares.

En Menorca, su mundo cambió para siempre. Porque en él se coló Carolina. ¿Quién es ella? Pues una mujer colombiana que se vino a España a prosperar y que, casualidades de la vida, vivía en Galicia, concretamente en A Estrada, pero que se había ido a Menorca a trabajar los meses de verano. Y allí se conocieron. «Ya es casualidad que coincidiéramos», señala con emoción Antonio.

Hace once años

El suyo podría haber sido un clásico amor de verano. Tenía papeletas para que así fuese. Pero no. Era de esos que tienen pilas alcalinas. Y ahí sigue. Eso sí, cambió de escenario. Porque resulta que, tras aquel verano de trabajo en Menorca, a Antonio lo fichó una cadena hotelera llamada Palladium, y le ofreció irse al Caribe a trabajar con ellos. Dice que no se lo pensó: «Cuando empezó la crisis la gente se decidió a cruzar el charco, pero hace once años, cuando yo lo hice, costaba más que alguien quisiese hacerlo. A la gente le sorprendía que me marchara tan lejos», cuenta él. El caso es que, efectivamente, sobrevoló el Atlántico. Y Carolina con él. Se instalaron en la Riviera Maya. Y el ascenso laboral de ambos fue total. Él tiene 35 años y es el director general de un complejo hotelero que incluye cinco alojamientos. Tiene en su cabeza lo que le pasa a unos 4.000 clientes a la vez y de él dependen 1.800 empleados. ¿Es fácil semejante tarea? «Hay días complicados y días maravillosos. Se trabaja mucho pero es gratificante», señala. Le gusta cuando se encuentra a gallegos en las instalaciones, cosa que pasa a menudo. Y sabe reírse, pasado el mal trago, de las anécdotas del día a día: «Recuerdo una boda a la que no vino el cura... Fue tremendo, tuvimos que improvisar hasta las hostias», explica.

Carolina y él se casaron. Y juntos trajeron al mundo a Sara y Antía. La mayor tiene tres años. Y empieza a decir ya que ella, además de mexicana, es española. Su padre no sabe muy bien si empieza a sentirse o no mexicano. Lo que sí tiene claro es que no se plantea volver, al menos por ahora: «Aquí se construyen muchísimos hoteles, se mueve mucho el trabajo... Yo sé que en España no hubiese conseguido esto», indica. A veces le asalta la morriña. Antes más. Ahora menos. Se lo debe al súper en el que al fin encontró Estrella Galicia.

La condición de militar de su padre hizo que fuese un trotamundos desde pequeño. Nació en Ceuta, vino a la ciudad del Lérez de niño y ahora está en México

Estudió Hostelería en Santiago y, al terminar, se marchó a Mánchester. Le fichó la empresa para la que trabaja en la feria madrileña Fitur. Y ni se lo pensó cuando le ofreció irse al otro lado del Atlántico

Se casó con una colombiana y tienen dos niñas. La mayor suele decir que

ella es española

Está convencido de que, de no haberse marchado, no hubiese llegado al puesto que tiene

Dice que el día que encontró Estrella Galicia en un súper pensó que ya podía quedarse en México