Paco y Pepe, dos hombres y un solo embajador

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

CAPOTILLO

Son voluntarios en el albergue de Pontevedra y se complementan tan bien que parecen una única persona

14 oct 2016 . Actualizado a las 16:47 h.

Salvando las distancias y tirando de humor, con Paco -que en los documentos oficiales se llama Francisco Sánchez-Ulloa- y Pepe -que en realidad es José Vicente Torres- uno se siente un poco como delante de la Santísima Trinidad. En este caso no son tres personas y un solo Dios verdadero, sino dos hombres y un único embajador. Les explico. Resulta que Paco y Pepe son dos de los voluntarios que acuden a trabajar al albergue de peregrinos de Pontevedra. Pero se complementan tan bien tras el mostrador, forman un tándem tan perfecto, que uno llega a creer que son la misma persona dividida en dos cuerpos. Lo que uno no sabe lo responde el otro; si el uno tira de datos culturales para informar al caminante el otro le recomienda sitios para comer; si uno compadece a quien llega los pies llenos de ampollas y mal gesto porque se perdió en el Camino y dio un buen rodeo el otro le saca hierro y le dice al forastero: «Si rodeó tanto y no le dio un infarto está usted de enhorabuena». Son un dúo irresistible.

Se entrevista a Paco y Pepe en plena acción. En esa única tarde del mes en la que les toca ejercer de embajadores en el albergue. A las cuatro y media, treinta minutos después de empezar la faena, ya repartieron unas veinte camas. Es difícil hablar con ellos. Están a tope. Pepe, a sus 83 años, chapurrea inglés con un hombre que le pide una manta. La cosa se complica un poco porque el peregrino insiste en que va a tener frío con manta y todo, y Pepe se lo cede a Paco, que peina los 72 y se maneja bien en la lengua de Shakespeare. Mientras, ambos echan cuentas. Tienen que calcular qué número de lavadoras y secadoras da tiempo a poner antes de que lleguen las diez y ellos se marchen. Mientras, se cuela en la recepción otro peregrino que pregunta por un estanco. Y una mujer más que, también en inglés, quiere que la guíen hasta Decatlón... En Vigo. Todos se marchan con información digna de guía turística.

La historia del reactor

Viendo a Paco echar cuentas con los minutos de la lavadora, uno intuye que es hombre de números. Le cuesta un poco abrir la caja de recuerdos. Pero Pepe, que fue quien un día le lio para hacerse voluntario del albergue, sabe tirarle de la lengua. «Aquí este señor fue un cargo importante, dile que te lo cuente», le pica. Y Paco acaba cediendo. Tiene él más que historia tras su discreta apariencia y acento de Madrid, de donde es natural. Empezamos hablando del amor. De cuando era mozo, se fue a trabajar a un pueblo de Asturias, a una central térmica, y allí conoció a una joven maestra coruñesa, que a día de hoy es su mujer. De la energía térmica dio el salto a la nuclear. Estuvo de jefe en la central de Almaraz, en Cáceres. Y, sin necesidad de usar más que lápiz y papel, le explica a uno cómo funciona un reactor de esos como el que hizo estremecer al mundo en Chernóbil. El caso es que, por cosas de la vida, acabó siendo funcionario. Y viniendo a Pontevedra, donde lleva casi 40 años. Fue inspector y jefe de servicio de Industria. Y ahora disfruta de una ajetreada jubilación. Sí, ajetreada. «Hay quien está parado, yo no. Vengo aquí, pero también pinto cuadros, de hecho hice exposiciones. Y también escribo novelas, pero esas no se las dejo leer a nadie», cuenta él. Insistiéndole, explica que uno de esos escritos tiene nada menos que 400 páginas. Y, por si con esto fuese poco, Paco es, ante todo, un bailarín. «Voy con mi señora a bailar tres veces por semana. Ahora estamos con los latinos», informa. Luego, le devuelve la pelota a Pepe. «Pero pregunta a este señor también, por favor», dice.

Se pregunta a Pepe. Él fue administrativo -«de los primeros que hubo en sacarse el título de mando intermedio», precisa-. Y tiene una pasión enorme. Es bodeguero, hizo sus pinitos en el mundo de la enología y es un auténtico autodidacta a la hora de innovar con los caldos. Este año, con dolor, ha dejado de hacer vino. «A mis 83 años, se me hacía mucho la viña ya», cuenta con sonrisa. Ahora, quiere disfrutar de los viajes. «Me gustan los balnearios», dice. Eso, y acudir al albergue. Él lleva como voluntario unos 15 años. Y no lo deja.

«De momento aquí seguimos», dicen ambos. Y, aprovechando el único instante en el que no hay peregrinos en el mostrador, se ríen juntos al recordar una anécdota: «Vinieron unos señores con un burro, e incluso tenían credencial para el animal. Y les tuvimos que buscar donde dejarlo... Al final se quedó en una finca de ahí enfrente. Teníamos miedo de que lo llevasen, pero a la mañana siguiente ahí estaban». A Pepe se le viene a la cabeza otro episodio: «Una vez me querían entrar aquí con quince caballos, tuve que decir que no». A uno le suena lógico. Pero a Pepe y su bonhomía se nota que les cuesta decir no. Él mismo se confiesa: «Cerramos a las diez, pero si alguien anda por ahí cenando bien, imagínate que una mariscada... Haces un esfuerzo y esperas». Paco le mira y zarandea la cabeza. Son un matrimonio no oficial en toda regla.