Un soplo de libertad que se llama Janine

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

RAMON LEIRO

A los 87 años, se baña a diario en el mar; en el mismo océano en el que se hizo amiga de una ballena

08 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Helena Jan Dolores Martínez, Janine para todos menos para su marido, el fallecido arquitecto Ramón Vázquez Molezún, que aseguraba que ese hipocorístico afrancesado no le pegaba a su carácter, y le llamaba Jana, es de esas mujeres capaces de cambiarle la vida a alguien en una sola conversación. Recibe ella en La Roiba. Aunque su presencia requiere atención inmediata, hay que explicar cómo es el sitio donde acoge a uno. Le llama «barco en tierra». Y no es para menos. La casa, un hogar con cero pretensiones pero de belleza infinita, está literalmente encallada en el mar de Bueu. Nos sentamos en la terraza. Con el sol de septiembre apretando, Janine habla. Sin preguntas. Sin que haya que pedirle explicaciones. Su monólogo es el de una mujer de 87 años que asegura estar haciendo ya «acto de contrición» antes de morir. Puede que sea así. Pero basta con observar un detalle para descubrir que sigue más viva que nunca: pasa una moto por la carretera y algo ruge dentro de ella. Fue motera, y lo sigue siendo aunque ya no suba en moto.

A Janine no hay que obligarla a viajar al pasado. Su mente lúcida cose su biografía con palabras rápidamente. Empieza con su niñez, en el Madrid de antes de la Guerra. Pero enseguida habla de la contienda: «Mi padre se fue al frente. Y mi madre y yo le seguimos. Ella estaba tan locamente enamorada de él que ni se lo pensó... Nos cogimos una casa cerca, en Navalcarnero, y él, cuando podía, venía a caballo a darle un beso», dice. Era su padre militar y su madre francesa. Tras la Guerra, se marcharon todos a África, a Marruecos y al Sáhara, donde ella se fue haciendo mujer. Recuerda un amor de juventud con un principito. Sí. Entendieron bien: «Tuve amores con el hijo del Príncipe Azul. Se llamaba Mohamed», dice.

Cómo encontró a Ramón

Su destino, el amor de su vida, no estaba en el desierto, sino en A Coruña. Vino a Galicia de vacaciones. Y, en una cena, apareció Ramón, que ya era todo un arquitecto a mediados de los cincuenta. Le cayó francamente mal. «Venía de Italia y lo veía muy lanzado, muy italiano... Me pareció un pedante», recuerda. Con todo, aceptó su invitación para ir a la playa a Sada a bordo de un Fiat. En medio del camino, él frenó en seco y le plantó un beso de tornillo. La respuesta de Janine fue contundente: «Le abofeteé y le hice llevarme a mi casa», recuerda. Ramón tuvo que cambiar de táctica para entrarle por el ojo. Pero lo hizo. Vaya si lo hizo. Se casaron en Madrid, fueron padres de seis hijos -«uno de ellos negrito, hijo de una amiga de Cabo Verde que se fue allá y me lo dejó aquí, y es nuestro hijo», especifica- y él le contagió la pasión por la arquitectura. Viajaron y vivieron en distintos países. Compartieron pasión por las motos. Aunque ella le ganaba en ese terreno. Por eso, cuando iban de ruta familiar, Ramón iba en un

jeep

con las seis criaturas y ella detrás, a lomos de la moto. A su marido le convenció para traerse un caballo de Marruecos a Madrid. «Lo adoraba. Lo tenía en la Casa de Campo, iba allí le daba unas galopadas y así lograba no echar tanto de menos África», explica Janine.

Mientras él crecía como arquitecto, ella dedicaba su vida a la enfermería militar y a otro de sus desvelos: el piano que ahora no puede tocar por la artrosis. Su campamento base siempre estuvo en Madrid, pero decidieron hacer una casa en Beluso. En este hogar, en el que desde hace dos décadas reside Janine -Ramón murió hace ya 23 años- dice ella que vivió la principal aventura de su vida: «Yo iba a pescar en un velero que teníamos, de unos seis metros de eslora. Iba con un chiquillo, el hijo de un pescador. Y un día sentimos que se levantaba el barco en la zona de Cabo Udra... ¡Era una ballena! Era una cría pequeña, pero del tamaño del barco. Le echamos todo el pescado que llevábamos, que no era poco. Era todo ternura. Vino días y días a nuestro lado. Nunca nos hizo nada», señala.

Lo cuenta y mira al mar. Es mediodía y va a bajar a bañarse. Uno, llegado ese punto, no sabe si su carácter y sus singulares cejas, de las que falta el entrecejo por culpa de una peluquera que depiló sin preguntar -para disgusto de su marido, que le encantaba que fuese cejijunta-, recuerdan a Frida Kahlo o si, amarrada a esa casa que es mar, evoca a aquella mujer del muelle San Blas a la que cantaba Maná. Quizás ni una ni otra. Solo Janine; una mujer libre, un verso suelto.

Es la viuda del conocido arquitecto Ramón Vázquez Molezún; al que abofeteó antes de amarlo

Hija de militar destinado en Marruecos, se crio en África, un continente que siempre echa de menos. Quizá por eso viste con una especie de discretas chilabas y en su cocina se cuelan los sabores árabes