Las caras de un Camino recorrido al revés

c. pEREIRO PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

CARLOS PEREIRO

Los peregrinos cruzan la comarca entre viñedos y la sensación de tener enfrente un marco incomparable

24 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Si uno hace el Camino Portugués al revés simula ir a contracorriente, como si tuviera la sensación constante de perderse. Al rato desaparece, justo en ese momento en el que uno ha dicho una decena de veces «buen camino», y sabe que siempre tendrá compañía, aunque sea diferente a cada paso.

Cuando se avanza de vuelta a Pontevedra, desde Caldas, los peregrinos, incansables caminantes, se suceden más que a cuentagotas, a fuertes chorros de agua. Todos saludan, todos se paran a hablar, y cada uno tiene su propia historia. En el trecho de 10 kilómetros que hay entre la villa termal y San Amaro, en Barro, caben tantas anécdotas que resulta difícil de imaginar. Añadamos a eso un paraje de sombras y en contacto con el rural, y el paseo se convierte en una pequeña -o grande- aventura de desconexión y anonimidad.

El Camino Portugués está en auge. Las cifras oficiales hablan de 45.000 peregrinos al año. Ayer, se contaban al menos más de cien peregrinos a la hora, unos cuatrocientos en el tramo anteriormente mentado. La mayoría lo hace acompañado, sea en pareja o en grupo. La calma es el ingrediente más habitual en su trayecto. La prisa no apremia y los madrugones vienen más dados por el calor que pueda haber ese día que por cualquier otro motivo.

Sorprende la cantidad de extranjeros. Italianos, germanos, franceses, japoneses... No es descabellado apuntar que al menos un 50 % de los caminantes que ayer por la mañana avanzaban hacia Santiago eran de nacionalidad extranjera. Su acento los delata.

En Briallos, las vistas de los viñedos recrean un paisaje fantástico en el que no pocos se paran. Tres jóvenes checos preguntan si es «albariño». Es difícil la traducción de «viño do país» pero parecen -o disimulan- entenderlo. Van ligeros, y dicen que las vistas les enamoran, que tenemos suerte de poder tener una vía de escape así. No se le puede negar.

«Somos de Andalucía. Empezamos en Tui y poco a poco vamos llegando a Santiago. Nos ha sorprendido gratamente este camino, la verdad. Es normal que cada vez se comente más por ahí adelante que merece tanto la pena como el francés», comenta Jaime, haciendo de representante de su grupo de seis personas. Son jóvenes y tenían ganas de un viaje barato y tranquilo. Habían hecho con anterioridad el francés, aunque eso parece una constante en todos los que realizan este trayecto. La gran mayoría ya recorrieran el mentado, o en algún caso el bautizado como Camino Primitivo. Antonio y los suyos son peregrinos experimentados, aunque el ocio y el compañerismo los mueven más que la fe, confiesan.

El camino de vuelta a Pontevedra discurre entre parras y asfalto. Abundan los tramos rurales que llevan a uno a olvidar que está a apenas unos kilómetros de las grandes urbes. La señalización es escasa, pero cumple su función. Serpenteando entre Portas y Barro, los peregrinos huían ayer del sofocante calor y no pocos se surtían de suministros en los bares de carretera que han encontrado un filón en este perfil de visitante.

Manuel y Ana viajan juntos. Son pareja desde hace varios años y ven en el Camino una oportunidad de conocer otro tipo de Galicia, la que se vive en los caminos y que permite observarla de primera mano, a través de los pies y no de los coches o los trenes de turismo.

A la sombra de una nave abandonada descansan varios caminantes. Mochilas a un lado y espaldas contra la pared. Salieron de Pontevedra hace unas horas y aún les queda un buen trecho hasta llegar a Caldas, pero tienen las ganas intactas. «Somos de Extremadura. ¡Bebemos un agua y ya nos ponemos de nuevo que hay que llegar para comer!».

Los grupos que realizan el Camino en bici discurren veloces pero siguen parándose a saludar o preguntar por la distancia hasta su destino. Es un trayecto muy llano, y el pedaleo se convierte en algo muy sencillo y de poco esfuerzo.

A contracorriente, pasado San Amaro ya se atisba Pontevedra. Las caras que uno se va cruzando siempre esbozan una sonrisa. Las gorras o los sombreros son una obligación, casi tanto como la mochila con la concha de vieira correspondiente. Paso ligero, conversación y crema solar. Una vuelta de tuerca al camino.