El médico que lo atendió tras el infarto se encuentra con él y explica cómo superó 45 minutos de reanimación
24 abr 2016 . Actualizado a las 09:22 h.«¿Por qué es que yo no tengo daño cerebral», le pregunta Modesto Manuel Doval a Camilo Cores, el médico del 061 que le estuvo reanimando durante más de 35 minutos el pasado 21 de octubre tras su infarto, le aplicó seis veces el desfibrilador y llegó a desentubarlo ante la ausencia de respuesta a ningún estímulo. Ni en sus pupilas ni en el corazón ni en la respiración había signos de vida, aunque luego sucedió algo inaudito: un fenómeno de Lázaro, una especie de resurrección de la muerte. «Tú caíste de pie», bromea el médico, antes de ponerse serio y explicar que la conjunción astral que hizo volver a Doval de entre los muertos fue solo la consecuencia de un trabajo bien hecho.
Y no habla por él ni por los médicos que le trataron luego, una vez en el hospital, manteniéndolo a una temperatura corporal de 33 grados durante 72 horas para minimizar el riesgo de lesiones cerebrales por la ausencia de oxígeno que se suponía había sufrido el cerebro. Porque todo empezó antes de que llegase la ambulancia a casa de Modesto Manuel y su mujer, Maricarmen Domínguez, aquella madrugada del pasado 21 de octubre.
Lo raro no es que Modesto Manuel Doval no tenga daño cerebral, sino el hecho insólito de que todo lo que se tenía que conjugar para que eso no sucediese funcionase sin fisuras. Y eso se puede conseguir con formación para la población en general y gracias al trabajo coordinado de los especialistas, explica Camilo Cores.
La cadena de un barco, tan robusta como para mantener a salvo un petrolero de miles de toneladas anclado en plena tormenta, no es más fuerte que el más débil de sus eslabones. Si se sustituye uno de ellos por un simple cabo es como amarrar todo el petrolero con un trozo de cuerda. Se deshilachará a las primeras de cambio y el buque acabará a la deriva, en las piedras, hundido o causando una catástrofe natural. Ese barco es Modesto Manuel, hoy con apenas un rascazo tras la tormenta. Y los eslabones fueron cinco: la llamada de alerta que hizo su hija a emergencias, la reanimación que hizo su mujer, la atención médica con desfibrilación precoz que le hizo el equipo de Camilo Cores, el soporte vital que se le dio en el traslado en la ambulancia y los cuidados intensivos a los que se le sometió una vez en el hospital. Cada una de las argollas, fuerte como el acero. Ni un elemento de cuerda que se deshilachase. A los sanitarios se les presupone, pero, ¿y los instantes anteriores?, cuando solo la familia era testigo de que algo no iba bien con Doval.
«Lo hice un poco por intuición», confiesa Maricarmen sobre el masaje cardíaco al que sometió casi inmediatamente a su marido. Al tiempo, su hija llamó a emergencias, todo muy rápido. Los dos primeros eslabones son aquel 21 de octubre fuertes y Modesto Manuel empieza con ellos un viaje que hoy celebra, sin daño cerebral, por extraño que le parezca. Siete minutos después, mientras la atención telefónica instruía a Maricarmen acerca de cómo hacer la reanimación, la ambulancia llegó.
«La peor de las reanimaciones es mejor que ninguna», dice Camilo Cores. «Muchas veces, la gente tiene miedo y no hace nada hasta que llegamos nosotros. Es un error». Maricarmen no lo cometió. Tenía algunos conocimientos. No muchos. Lo había visto en un par de documentales y no había practicado una reanimación en su vida. No lo aprendió en ningún cursillo de primeros auxilios. Simplemente, lo hizo durante todo el tiempo que no llegaban los sanitarios
A los doce minutos de la llamada que hizo su hija, Modesto Manuel recibió la primera descarga con desfibrilador. Desfibrilación precoz. Van tres eslabones fuertes como el acero. Queda el traslado, la operación y los cuidados intensivos una vez en el hospital.
Fenómeno de Lázaro
Pero antes, lo raro de este caso: el fenómeno de Lázaro, que el corazón de Modesto Manuel Doval volviese a funcionar después de estar parado durante 45 minutos. Camilo Cores aventura una posible explicación basada en la condición de fumador empedernido de Doval, sus niveles de CO2 en los pulmones, la aplicación de oxígeno durante un largo período y la recuperación después de ciertos niveles de CO2. Eso pudo mover el coágulo. El caso es que cuando Doval estaba ya sobre la cama sin soporte vital alguno se recupera, con «un color menos azul y pulso radial importante», recuerda el médico.
Es el momento del cuarto eslabón: soporte vital avanzado también precoz, la ambulancia. Y la cadena sigue con los cuidados posreanimación, ya en el hospital, con la ACTP -la introducción de un catéter y un stent, que permite deshacer el coágulo- inducción de la hipotermia y el suministro de drogas para estabilizarlo. La cadena de supervivencia concluyó ahí, sin eslabones débiles, y Modesto Manuel Doval lo cuenta hoy sin explicarse muy bien por qué no tiene daños cerebrales. Quizá cayó de pie, como dice Camilo Cores, pero le sujetaron con fortaleza de acero. Desde el principio hasta el final.