La verdulera de ojos de gata y márketing del bueno

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Carmen Castro, que vende a diario en el recinto ferial de Pontevedra y no tiene frío nunca.
Carmen Castro, que vende a diario en el recinto ferial de Pontevedra y no tiene frío nunca. hermida< / span>

Tiene 87 años y vende lo que ella misma cultiva; no guarda su lengua afilada ni siquiera con los clientes

06 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta es la historia de Carmen, una verdulera. Dicho así, podría hasta sonar despectivo. Pero el diccionario indica que, en su primera acepción, verdulera es únicamente una persona que vende verduras. Y a eso se dedica Carmen, a ofrecer los cultivos de su huerta. Se sienta todas las mañanas, con puntualidad británica, en la avenida de Compostela de Pontevedra, en la zona del recinto ferial. Uno se acerca a hablar con ella y no con las otras mujeres atraído por una cuestión muy concreta: sus arrugas, que delatan que tiene bastante más años que el resto de las vendedoras, y sus ojos, realmente extraordinarios. Sí. Tiene ojos de gata. Es como si llevase unas llamativas lentillas de color grisáceo. Ella lo sabe y, en cuanto uno la mira, dice: «Xa me vas dicir si uso iso que se chama lentillas... Non, son os meus ollos. Todo o mundo se fixa neles», indica. Empieza ahí una conversación irreverente.

Carmen Castro es de Lourido y peina los 87 años. La salud la tiene de hierro y la memoria también. Pero no es fácil sacarle recuerdos. Es más, poniendo una bala en cada frase, acaba haciendo ella más preguntas que la entrevistadora. «¿E logo para que queres saber a miña vida?», pregunta con sorna. Y, antes de contestar a nada, deja claras sus intenciones: «Vouche contando se me vas comprando algo... Tes que levar uns repolos, que seguro que tes onde plantalos... Aínda que agora pouco se planta... A xente non quere traballar».

Carmen lleva toda la vida vendiendo los productos que saca de su huerta. Y ha desarrollado un márketing más que eficaz. Basta estar con ella unos minutos para comprobarlo. Se acerca una clienta que regatea el precio de unos cebollines. Y Carmen saca su lengua afilada. «Non chos deixo por catro euros non... Vaite onde queiras que eu non chos dou. Lévoos para a casa de volta e punto», dice en un tono muy seguro, como si le importase lo más mínimo que los cebollines vuelvan sin vender... Pasan los minutos, la clienta ojea otros puestos y... ¡Le acaba comprando a Carmen! Aún así, y como buena vendedora, ella se queja de lo lindo: «Agora non se vende nada, levo aquí toda a mañá e fixen dez euros... Agora que eu chegado maio acabo con isto. Estou cansa, non volvo máis. Acabouse», señala.

Es entonces cuando uno aprovecha para indagar y Carmen algo cuenta. No le queda demasiado para los noventa años, pero todo lo que vende lo cultiva ella misma, según dice. «Sacho isto e moito máis», asevera. Lleva haciéndolo toda la vida. Lo suyo es el mercado, estar detrás de los manojos de repollos, remolachas o lechugas. Pero llegó a vender otras cosas. Cuenta que «hai moitos, moitos anos» se dedicaba a coger berberechos y que en la playa de Lourido «habíaos a montes». También iba a arañar mejillones a las rocas. «Había que facer de todo», insiste. Los llevaba lejos. Dice que acudía a ferias de sitios como Lalín. «Acórdome de chegar alí cos nosos berberechos e poñelos na neve... Era terrible o frío que facía. E tamén me lembro de ir ata alí e que non fora ninguén á feira... Nin unha soa persoa. E ter que volver con todo para a casa». Al hablarle de la contaminación, la toxina o de los vertidos, enseguida corta por lo sano: «Nunca morreu ninguén por comer nada de aquí. É moito peor as cousas que nos dan por aí adiante».

«Nada de frío»

Carmen, en una mañana gélida, se tapa con una especie de bufanda. Pero nadie la oye quejarse del frío. «Eu non teño frío. Se cadra tes ti máis ca min», espeta en cuanto uno le pregunta si una mujer de 87 años no las pasa canutas para vender en la calle. Luego, enseguida dice: «Ademais, a min véñenme buscar as dúas menos cuarto e cando chego teño a comidiña no prato. A ver se pensas que estou soa na vida... Eu teño familia e fanme a comida. Non teño problema».

Carmen, que mientras atiende a las preguntas ya despachó a dos clientes más -uno de ellos, aunque ella le riñe por no comprar más, habla de la mujer como de una persona entrañable -, es viuda desde hace tiempo. Con la salud que tiene, uno le pregunta si no sale a divertirse, a algún baile. Entonces, es cuando más afila su lengua: «Vaite por onde viñeches. ¿Onde vou ir eu divertirme? Saca, saca», termina.