De tocar en la calle a profesor en el conservatorio

Antonio Garrido Viñas
antonio garrido VILAGARCÍA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Eugeniu ha empezado a trabajar como profesor en el conservatorio de Vilagarcía.
Eugeniu ha empezado a trabajar como profesor en el conservatorio de Vilagarcía. óscar vífer< / span>

Llegó desde Moldavia en 1998 y su música ha acompañado a los vilagarcianos durante la última década

04 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

«Soy muy feliz». La vida de Eugeniu ha dado un vuelco. Su música ha acompañado los paseos de los vilagarcianos durante muchos años. Instalado en la calle Rey Daviña con su inseparable clarinete. Así ha estado hasta hace unas semanas. El 28 de enero comenzó una nueva etapa. Ha pasado de tocar en la calle a ejercer como profesor en el conservatorio de Vilagarcía. «Con la música puedes salir de cualquier apuro», insiste una y otra vez.

Eugeniu tomó un autobús en noviembre de 1998 con su hermano y un amigo. Salieron de Moldavia en busca de un futuro mejor y acabaron en Madrid. «Tenía trabajo allí, en un conservatorio, pero eran tiempos revueltos y decidí marchar», recuerda. Fue una aventura en toda regla. Ni sabían hablar castellano ni conocían a nadie en España. Un albergue de Cruz Roja y la comida de Cáritas les sirvió para ir tirando hasta febrero de 1999. Pero llegó un día en el que echaron cuentas y vieron que solo les quedaban 200 pesetas en los bolsillos. Fue cuando decidieron salir a tocar a la calle. Hasta entonces no lo habían hecho por temor a tener algún desencuentro con las autoridades. La necesidad superó a los miedos y el Metro fue su primera sala de actuaciones. Uno tocaba el acordeón, otro el saxo y Eugeniu el clarinete. Los instrumentos habían formado parte de su equipaje cuando salieron de Moldavia «por si acaso».

«Poco a poco empezamos a ganarnos la vida», recuerda Eugeniu. Primero les dio para mandar dinero a su país -habían pedido un préstamo para poder hacer el viaje-, luego para poder vivir en un piso, aunque fuera compartido, y luego, ya en el 2000, para que Eugeniu y su mujer se reencontraran. «Le dije que o venía ella o me iba yo allá y dejaba todo esto. Si estás mucho tiempo fuera te puedes quedar sin familia, y la familia para mí es muy importante», asegura. En Moldavia quedaron, a cargo de los abuelos, los dos pequeños, de 5 y 9 años.

El reencuentro fue en agosto. En otro de los giros que dio el destino, un agosto extremadamente caluroso en Madrid, que trajo a malvivir a la mujer de Eugeniu, acostumbrada a otras temperaturas. Comenzaron a explorar otras posibilidades. Santander fue la primera parada. Eugeniu y sus compañeros de viaje seguían tocando en las calles, aunque a veces tenían suerte y los contrataban en algún restaurante o para amenizar alguna boda. Algún verano vinieron a Santiago, atraídos por los turistas, «Galicia me gustó... y la vida era más barata», recuerda. Pontevedra fue el siguiente destino. Estamos en el 2002 y, por fin, con los papeles arreglados y con la mujer ya también trabajando. Tan pronto como pudieron compraron un coche y fueron a buscar a sus hijos a Moldavia. A quien más le costó adaptarse fue al mayor, pero no demasiado. Cuando comenzó en el instituto -ya residiendo en Vilagarcía- la integración fue absoluta. Y exitosa. Acabó la carrera de medicina y este año completó el MIR. El pequeño es militar profesional. «Tengo suerte y unos hijos muy estudiosos», afirma orgulloso.

Una orquesta ayudaba a Eugeniu a completar el dinero que se ganaba en Rey Daviña. Fueron tiempos duros otra vez. «Estaban los dos en la Universidad, uno en Santiago y otro en A Coruña y había que darles dinero para el alquiler y para vivir», recuerda. Lo salvó la música, claro. «Todo el mundo sabe que me gané la vida tocando en la calle. Y no tengo vergüenza en reconocerlo», asegura. Era su trabajo, así lo consideraba. Un trabajo que compaginaba con unas clases en A Illa. «Con esto he vivido y he podido pagar los gastos. No soy rico, pero hemos salido de todo», proclama.

En todos estos años tocando en la calle, nunca tuvo un problema «porque tampoco los busqué». Se le nota que es su pasión. «Un día sin tocar es un día perdido», afirma. Ahora lo hace en el conservatorio de Vilagarcía, donde sus alumnos pueden aprender mucho más que música. Eugeniu no volverá a las calles porque «no estaba allí para pedir dinero; estaba porque era mi trabajo». Ahora tiene otro. Y es feliz.

«Al principio teníamos miedo de empezar a tocar en la calle porque no teníamos papeles pero poco a poco pudimos empezar a ganarnos la vida».

«Todo el mundo sabe que me gané la vida tocando en la calle y no me da ninguna vergüenza reconocerlo. Con esto hemos podido vivir mi familia y yo. No soy rico pero hemos logrado salir adelante».