Un banquete de bodas

| JOSÉ RAMÓN AMOR PAN |

PONTEVEDRA CIUDAD

19 jul 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

LA ALEGRÍA del reino de Dios se compara con frecuencia en los Evangelios con un banquete de bodas. No es casualidad que en el Evangelio de Juan -un libro cargado de simbolismos- el primero de los milagros que realiza Jesús se produzca precisamente en una fiesta nupcial (las bodas de Caná). Y es que la eucaristía no deja de ser una comida común que reúne a los creyentes en torno a la memoria viva de aquel a quien confiesan como el Señor. A este respecto, no estaría nada mal recordar que en un gesto de tanto valor social como es un banquete, ayer y hoy, en los Evangelios se invierte lo socialmente correcto para dar entrada a una nueva manera de considerar a los invitados: ya no se basa en la posición social de éstos, sino en la llamada inmerecida. La experiencia histórica nos enseña, sin embargo, cuán difícil es aceptar que la fraternidad cristiana no es fruto de un mérito. Es más, en el centro mismo de la celebración eucarística se han introducido distinciones y puestos de honor, y no precisamente para los más pobres y humildes de la sociedad. Es tarea urgente para la Iglesia revisar sus actitudes al respecto. Por eso, uno no puede menos que alegrarse cuando encuentra ejemplos de curas que se toman en serio el Evangelio y no tanto los tradicionalismos que algunos intentan hacer pasar por Tradición. Y eso, y no otra cosa, es lo que intenta hacer en Pontevedra el párroco de Santa María la Mayor. Los cesantes en el ejercicio del privilegio de ocupar sitio de honor en la misa de Corpus y de lucirse llevando el palio han demostrado mentalidad provinciana, clasista y antievangélica y, por ello, como los fariseos de tiempos de Jesús, se han sentido menospreciados y la han armado contra el atrevido párroco, crucificándolo con el dardo de la palabra envenenada de la difamación. ¡Qué pena, en dos mil años poco hemos evolucionado! Vaya pues, querido Jaime, mi más sincera felicitación y solidaridad en semejante empeño. Al menos tú has tenido el apoyo del arzobispo, no como otros menos afortunados. Aun cuando a veces uno tenga la impresión de que su trabajo es sólo la labor de Sísifo o la tela que Penélope tejía para destejer después, lo cierto es que en nuestros oídos resuena, una y otra vez, la voz salvadora y transformadora del Nazareno: «¡Ánimo, yo he vencido al mundo!» (Jn 16, 33). Ésta es la certeza que nos mantiene y anima a los cristianos.