Combarro se viste de velas

Marta García Márquez POIO

PONTEVEDRA CIUDAD

REPORTAJE GRÁFICO: JAIME OLMEDO

La localidad pontevedresa acoge las Festas do Mar, con una veintena de embaracaciones tradicionales Las dornas, las pulperas y las traíñas se reúnen para recordar el pasado de las rías

20 ago 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

Combarro. Siete de la tarde. El sol por fin hace acto de presencia en la tierra del mejillón. En el muelle de la villa todo trascurre con normalidad, solo los Celtas Cortos de fondo ponen una nota festiva con sus pruebas de sonido. Mientras, las mariscadoras cosen las redes, a la vez que ponen a raya a parte del pueblo y un paisano con boina receba su caña de pescar. Los horreos, impasibles, vigilan desde sus posiciones que todo permanezca en perfecto orden. Pero una mirada rápida al horizonte y allí están. Sobrias a la par que elegantes. Las dornas. Con paso ligero y firme se avistan en la ría como diminutas joyas de museo. Su vela berlinga, un pequeño vestigio de los antepasados, despunta en el océano como un símbolo de fuerza. Junto a las bateas, caminan en compañía de los galeones, los botes, las traiñas y las gamelas. Una vez más son fieles a su cita con el mar. Poco a poco, avistan puerto y obedecen a las maniobras de sus patrones. La tarde ha estado bien, el mar se ha comportado y el viento suroeste ha provocado el vaivén de las olas. Los grumetes afirman en puerto que en la inmensidad del océano, sin ruidos y sin motor uno se acerca más a la libertad. Os Jalos de Bueu atracan en puerto con ayuda de su pócima mágica, el licor café, y los de un bote de Redondela perciben en su llegada a tierra que en esta punta del Atlántico se cuece algo importante. Unos cuantos pasos más y unas tripulación muy peripuesta, con camiseta azul y visera estilo regata, muestra sus habilidades en el medio acuoso. Entre risas comentan que la jornada ha dado de sí, pero que la noche es joven. Las Festas do Mar de Combarro acaban sólo de empezar. El olor a pulpo invita a participar del banquete. Allí, entre los mástiles y la vela, uno se imagina en plena Edad Media. Los fuerabordas no tienen sitio en esta bella estampa.