«Mi abuela me contaba como un cuento que había sido guerrillera, y era cierto»

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTE CALDELAS

RAMON LEIRO

Mari Luz Fernández conoció a Placeres cuando tenía siete años. Recuerda su voz dulce. Tardó en saber que tuviera una vida de película

01 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Mari Luz Fernández Fraiz, natural de Ponte Caldelas aunque afincada en Pontevedra, tenía siete años cuando le presentaron a Placeres Castellanos, su abuela materna. La madre de su madre venía de Buenos Aires y traía toda la dulzura del mundo sobre sus hombros. Mari Luz la recuerda como una mujer cariñosísima, educada y también cercana e independiente a partes iguales. Jamás le transmitió una brizna de tristeza aunque a veces, en las largas horas que se pasaba hablando con su madre, las sentía llorar a las dos. Ella no sabía ni de qué hablaban ni por qué lloraban. Han pasado muchos años desde entonces. Y ahora es ella, Mariluz, la que siendo ya abuela, llora de emoción, o a veces también de pena, cuando trata de recomponer su historia familiar.

-Hay historias que merecen ser contadas por el principio y la de su abuela es una de ellas...

-Pues sí. Mi abuela era una jovencita de Ponte Caldelas que conoció a mi abuelo, Víctor Fraiz, que era maestro, orador y una persona cultísima. Se enamoraron. Ella tenía quince años, era su alumna y tuvieron que hacer que se fugaban para casarse, en el año 1911. Llegaron a tener nueve hijos, aunque dos murieron de pequeños. Mi madre, Milagros, era la mayor. Sin embargo, fue la última en morir, duró hasta los 95. Pero lo que vivió de joven la marcó para toda su vida.

-Esa marca empieza en 1936...

-Pues sí. Tanto mi abuelo como mi abuela eran activistas en la República. Ella fue la primera mujer que militó en la agrupación socialista de Vigo. Y cuando fue el levantamiento de Franco ella estaba en Madrid. Había ido a una asamblea. Y, fíjate cómo es la vida. Ella se marchó allí en tren y su hijo Víctor venía en tren. Se cruzaron en el camino pero no llegaron a verse. Y ya nunca más lo harían. Porque a ese hijo suyo lo asesinaron para tratar de que mi abuelo, que se había echado al monte, se entregara. Nadie se lo pudo contar a ella. No había forma de comunicarse. Y ella no se enteró de que mataran a su hijo hasta que alguien, de casualidad, le dio el pésame en la calle, en Madrid.

-Ella se queda en Madrid, su abuelo se entrega y está preso y su madre y el resto de los hermanos tratan de sobrevivir...

-Mi madre tenía unos recuerdos terribles de los registros que les hacían en casa. O de ver a su padre encarcelado y que le pidiese una pistola para no darles a ellos el placer de matarlo. Ella no se la llevó, no fue capaz, no quería que se matase. Luego lo asesinaron.

-¿Y qué fue de Placeres?

-Ella desde Madrid, donde trabajó como enfermera en los frentes de combate, se fue a Valencia y de ahí al sur de Francia. Allí estuvo en campos de internamiento y entró en contacto con la Resistencia. Se hizo guerrillera. Tal y como se dice en un libro que escribió Elsa Quintas contando su historia, fue la guerrillera número 35.35. Luchó contra los nazis, conoció a Alberti, a Neruda... Era comprometida y valiente y su vida daría para una película.

-Después de Francia se marchó a Argentina. Y entretanto tuvo que enterarse también de que habían muerto dos hijos más, uno de ellos en la guerra.

-Pues sí. Le llegaron a morir tres hijos de mayores y dos de pequeños. Cuando salió de Francia hacia Argentina pudo llevarse con ella al hijo pequeño, que se había quedado al cargo de las hermanas mayores con solo siete años. Volvió de Argentina a Galicia en 1955. Vino y se reencontró con la familia. Alquiló una casa en Gondomar, porque era muy independiente, pero venía mucho a Ponte Caldelas, que era donde vivíamos nosotros. A veces se quedaba varias semanas y me contaba como un cuento que había sido guerrillera, y era cierto.

-Cuando volvió llevaba casi veinte años sin ver a sus hijas, ¿logró recuperar la relación?

-Pues sí. Con mi madre hablaba horas y horas. A veces discutían, a veces reían y en alguna ocasión lloraban. A mi abuela la recuerdo como una mujer muy, muy culta, que siempre estaba leyendo y que le encantaba estar con nosotros, con los nietos. No tenía nada de materialista, vivía de una pensión militar que le dieron por el hijo que muriera en la guerra. Y falleció en 1971, cuando tenía 75 años. Sus hijas se turnaban para ir al hospital y cuidarla en los últimos días de su vida.

«Me ilusiona que la homenajeen. Es como arrancar un pedacito de tanto sufrimiento»

El Concello de Ponte Caldelas llamó a Mari Luz Fernández Fraiz hace unos días para informarle de que va a homenajear a su abuela, Placeres Castellanos, con motivo del 8 de marzo y que va a ponerle su nombre a una calle.

-¿Le ilusiona que homenajeen a Placeres Castellanos?

-¡Cómo no ve va a ilusionar!. Es como arrancar un pedacito de tanto sufrimiento que vivió toda la familia. Me gustaría que mi madre y el resto de los hijos lo pudiesen ver. Afortunadamente, todavía quedamos varios nietos.

-Habla continuamente de su madre, ¿ella tenía ese mismo gen valiente que Placeres?

-Yo creo que eran distintas. Mi madre no era tan decidida, aunque lo cierto es que me contaba que cuando encarcelaron a su padre fue a intentar entrevistarse con Franco para pedir que no le matasen. No le dejaron llegar hasta él, pero ella estaba dispuesta a hacerlo. Mi madre fue una persona que sufrió muchísimo y que quedó muy marcada por toda su historia familiar. Ella se refugió mucho en la religión. Tenía muchísima fe y decía que eso le ayudaba.

-Mientras habla, hojea usted el libro sobre la vida de Placeres Castellanos escrito por Elsa Quintas, ¿pudo aportar testimonios su madre a esa publicación?

-Me dio mucha pena porque cuando fue el tema del libro mi madre ya tenía una demencia importante y apenas recordaba. Antes de eso nunca seguramente podría haber contado muchas cosas. Leer el libro fue muy emotivo. Con cada página te vas dando cuenta de que tu abuela, esa a ti te contaba cuentos e historias, fue una mujer de película. Nosotros conocíamos a Chano Piñeiro, que murió demasiado joven. Siempre pensé que era una pena que falleciese sin haber hecho cine con la historia de mi abuela. Ojalá alguien lo haga.