«¡No entierren los cadáveres en las playas!»

Alfredo López Penide
López penide POIO / LA VOZ

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LÓPEZ PENIDE

Una muestra revela toda clase de datos y anécdotas vinculadas con el naufragio del buque Santa Isabel en la isla de Sálvora

22 abr 2019 . Actualizado a las 09:52 h.

En la madrugada del 2 de enero de 1921, el Santa Isabel con entre 260 y 300 personas a bordo, en su mayoría emigrantes camino de Buenos Aires, buscó abrigo de un temporal en el interior de la ría de Arousa. La desgracia provocó que colisionase contra una roca frente a Sálvora y se hundiese. En la isla solo quedaban mujeres, niños y ancianos, dado que el resto se había desplazado a tierra firme para celebrar el Año Nuevo en Aguiño y Carreira. Cuatro vecinas, no tres como se dijo en un primer momento, Cipriana Crujeiras, Josefa Parada, Cipriana Oujo Maneiro y María Fernández Oujo lideraron el rescate de los más de medio centenar de supervivientes. Nació la leyenda del Titanic gallego.

Una exposición que recrea este hundimiento y que recoge toda clase de datos y anécdotas relacionadas con este suceso hace escala estos días en el claustro del monasterio de Poio. El visitante puede descubrir que el Santa Isabel era un buque marcado por el infortunio desde el mismo momento en que fue entregado a la Compañía Trasatlántica. No tardó ni siete días en tener una avería que obligó a hacer transbordo de todo el pasaje. Dos años exactos antes de naufragar, el buque estuvo a punto de chocar contra una mina flotante en el litoral lisboeta, mientras que el 22 de febrero de 1918 una ola rompió en la proa matando a tres personas: un marinero, un pasajero y un niño de 3 años.

Las desgracias que rodearon a este vapor persistieron, incluso, después del naufragio. En algún caso, se trató de incidentes con final feliz y que la exposición recupera, como el accidente de tráfico sufrido por los marqueses de Riestra, consignatarios de la nave, pero otros acabaron en muerte, como la que sobrevino a un camarero del Santa Isabel que se suicidó ingiriendo una disolución de cocaína.

Saqueadores de muertos

El hundimiento, igualmente, sacó a la luz no solo lo mejor de la condición humana -ahí están las cuatro heroínas de Salvora-, sino también lo peor. La muestra se hace eco de los raqueros o saqueadores de naufragios, quienes no dudaban en amputar dedos para robar sortijas a los muertos y del llamamiento del gobernador interino de A Coruña instando a que «¡no entierren los cadáveres en las playas!». Y es que muchos raqueros, al parecer, enterraban en los arenales los cuerpos de los ahogados para ocultar su fechorías.

El Santa Isabel, como se expone en el monasterio de Poio, también fue escenario de lo que pudo ser una incipiente historia de amor protagonizada por un joven de Laredo de 16 años que sobrevivió al naufragio y permaneció dos días inconsciente al cuidado de una isleña. No fue el único paralelismo con la película Titanic. Al igual que en el filme, un ayudante de marina tuvo que desenfundar su pistola, pero, en su caso, para hacer entrar en razón a la tripulación del pesquero Rosiña que querían auxiliar a unos náufragos exponiendo peligrosamente la integridad de su embarcación.