La fe mueve montañas hacia Los Milagros de Amil: «Non quería operarme sen vir aquí»
MORAÑA
Miles de personas acudieron a la romería de Moaña por tradición, por devoción y buscando cura para muchos males: «Tuve una crisis personal y venir me ayudó», decía María
16 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Se llaman y son Los Milagros en mayúsculas, la romería que este domingo reunió a miles de personas en Amil (Moraña). Pero lo cierto es que muchas de esas personas que llegan hasta allí van buscando milagros en minúscula; remedios para enfermedades físicas y mentales, ayuda para que los hijos vayan por buen camino o suerte en un examen de oposición. Hay en Amil todos los síntomas de romería y absolutamente todo se cuenta al por mayor, desde los cientos de raciones de pulpo servidas a las rosquilleras o los puestos de chorizos y queso del país. Pero lo que marca la diferencia en este santuario, lo que sobrecoge, es la fe y el fervor descomunal que emanan Los Milagros y que se traducen en miles de exvotos, velas, ramos de flores y lágrimas para la Virgen. Porque hay mucha desesperación en los romeros y porque salta a la vista que, cuando vienen mal dadas, se mira hacia arriba: «Voume operar e non quería facelo sen vir aos Milagros, dáme máis confianza así», decía María Jesús, que todos los años viene de Vigo a Moraña.
A Amil falta que se llegue en helicóptero. Porque ese domingo —y los días anteriores— quedaba demostrado que el resto de medios de transporte ya dejan romeros allí. Hasta el santuario llegaban autobuses, taxis, miles de coches particulares y, sobre todo, cientos y más cientos de peregrinos a pie. Venían andando familias enteras, como una de Meis en la que se iban turnando para empujar el carrito de Gael, de año y poco de edad. Algunos de los caminantes señalaban que peregrinar hacia Amil tiene hasta un triple sentido: «Haces deporte, vives todo este fervor religioso y además tienes tiempo para reflexionar en el camino. Yo pasé por una crisis personal, venir andando me ayudó y ahora lo repito todos los años», decía una joven llamada María que había caminado desde Pontevedra.
La enorme cola para ir al altar
Una vez en el santuario, el primer objetivo es cumplir con la tradición de entrar en el templo y llegar hasta el altar para pasar el pañuelo por la imagen de la Virgen. Las colas son enormes para acceder a la iglesia. Tanto, que hay incluso cintas para guiar las filas. Allí se dejan las flores, los exvotos y se piden tantas y tantas cosas. Dolores, que había venido en autobús desde Ribeira y que le queda poco para los ochenta años, decía frente al altar: «Eu veño todos os anos. Penso que sempre me axudou, tiña seis fillos e fóiseme un... quero que me garde ao resto e aos netiños». Otra mujer, de Candeán, que llevaba el exvoto de una niña, indicaba: «Tengo a una nieta malita, cómo no voy a venir hasta aquí». Hasta ellas se acercaba Benjamín, que llegaba con una figura de cera de una pierna para pedir intercesión divina para el mal que tiene en una de sus extremidades. Él decía: «Se fai ben ou non verémolo. Mal non vai facer, diso estou eu seguro».
Entraban y salían centenares de personas mientras las misas, continuas a lo largo de todo el día, resonaban casi un kilómetro a la redonda gracias a unos potentísimos altavoces capaces de competir, y de ganar, a todo el bullicio de la romería. Tras la devoción del alma, la del cuerpo. A las 11.00 horas ya había quien enviaba al estómago alguna ración de pulpo regada con vino. El churrasco estaba también en la parrilla y había carneiros y porquiños al espeto por doquier. «Eu veño vender todos os domingos do ano porque aquí sempre hai xente, é famoso Amil», decía una rosquillera de Cuntis. Y decía bien.