El viaje por amor que acabó en victoria laboral

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

MORAÑA

cedida

Elías Conde, de 32 años y vecino de Moraña, fue a Noruega por su chica. Ahora trabaja seleccionando a los mejores alumnos extranjeros en una universidad

08 dic 2016 . Actualizado a las 13:46 h.

A Elías Conde, que peina ahora los 32 años y es natural de Moraña, le pasó lo mismo que a cientos de jóvenes. Llegó la hora de decidir qué estudiar y no sabía qué hacer. En su casa, con una madre médica y un padre dentista, mandaba la rama sanitaria, por la que también tiraron sus hermanos. Pero él tenía claro que eso no era lo suyo. Fue con su padre a ver qué se cocía en la escuela de hostelería de Santiago, y le gustó lo que vio. Decidió quedarse. Y empezó a imaginarse su futuro ligado al sector hotelero. Pero se equivocaba. Sus pasos acabarían dirigiéndose hacia otros derroteros... Podría decirse que fue la suerte, que fue el destino, que fueron esas sorpresas que da la vida... Pero seamos fieles a la realidad. El cambio inicial en todos sus planes lo puso algo esencial en la existencia de cualquiera: el amor. Con un enamoramiento empezó todo.

Resulta que Elías había terminado hostelería y le había gustado sobremanera lo estudiado, sobre todo, por las oportunidades que le daba para viajar y tratar con el público. Cuenta que hizo prácticas en distintos lugares, tales como Holanda, Canarias o Madrid. Luego, logró trabajo en el balneario de Arnoia. Y en esas estaba cuando, en un viaje, en el aeropuerto de Barajas, una noruega se cruzó en su camino. Era ella Katharina, una mujer noruega, que había venido a España a completar sus estudios de Medicina. Él tenía entonces 23 años y unos padres que se quedaron estupefactos cuando, un tiempo después de conocer a Katharina, les dijo que se quería marchar con ella a Noruega. «Me preguntaron si sabía lo que hacía, me insistieron bastante, pero yo tenía claro que no quería arrepentirme toda la vida de no haber ido con ella», señala Elías. Así que viajó al país nórdico. Y empezó a trabajar en lo que pudo: «Hice un montón de cosas distintas. Desde trabajar en la cantina de un hospital a estar de recepcionista de noche en hoteles... Incluso estuve en un hotel flotante de una plataforma petrolífera. Reconozco que yo lo tuve más fácil que otra gente porque la tenía a ella, que controlaba el lugar y el idioma, pero aún así no es fácil abrirte camino en un país extranjero», señala. Cuenta que una de las claves para ir progresando laboralmente fue no dejar nunca de asistir a clases de noruego. «Siempre lo compaginé con el trabajo para tratar de ponerme al día, porque si no era difícil poder mejorar en el trabajo», señala. Se mudó de residencia y se fue a vivir a la ciudad donde todavía reside, Stavanger, capital noruega del petróleo, en el sudoeste del país. Y, una vez ahí, encontró el trabajo que ahora tiene, un puesto que le «apasiona».

 

Resulta que acabó empleándose en la universidad pública de Stavanger. Al principio, trabajaba en contacto con los alumnos que estaban de Erasmus. Pero hace ya un tiempo que es el agente de admisiones internacionales. A saber: «Tenemos quince másteres distintos en nuestra universidad y en cada uno reservamos diez plazas para alumnos extranjeros. Se presentan alrededor de 450 candidatos para cada uno de los cursos, ya que hay que tener en cuenta que aquí todo es gratuito, no se paga por el máster. Yo lo que hago es seleccionar a los mejores», cuenta. Esto le permite estar en contacto con estudiantes de ochenta nacionalidades distintas.

Relativizar las cosas

Podría pensarse que se apartó totalmente del campo de la hostelería. Pero dice él que no tanto: «No trabajo en nada relacionado con el sector hotelero, es cierto, pero lo que estudié me sirve muchísimo para ser bueno en el trato personal y para saber leer a la gente y escucharla... que es lo que hacen muchos hosteleros», indica. Elías dice que haberse ido a Noruega le ayuda a relativizar las cosas, a descubrir que España tiene sus pros y sus contras, al igual que el país en el que ya lleva once años. Lo que más le gusta de Noruega son las condiciones laborales, el clima que se respira en el trabajo: «Aquí le puedes decir al jefe lo que piensas sin que pase nada. Es más, todo te invita a hacerlo, a ser sincero. En mi caso soy funcionario pero no se trata solo del sector público, pasa también en el ámbito privado. Esto es muy distinto a España en este tema», dice.

Luego da una envidia muy sana cuando toca el tema de la conciliación familiar de la que, además, habla con conocimiento de causa. En cuatro años ha tenido dos hijos... Y en mayo llegará el tercero o tercera. «Aquí las madres tienen doce meses o más de baja y la pueden repartir con el padre. En mi caso cogí dos meses y medio. Además hay muchísima comprensión si tu hijo está enfermo o te pasa algo. Hoy mismo tengo a la niña malita, con diarrea, y no puede ir a la guardería. Pues yo puedo quedarme en casa con ella», señala.

Con este panorama, uno imagina que Elías no tiene demasiadas ganas de volver. Él confirma que, realmente, está encantando en Noruega. Pero, a la vez, indica que la morriña no se va. Es citar esa palabra y dejar de hablar castellano. «Eu son galego e síntome galego... E boto de menos Galicia», señala. Dos frases más adelante, queda demostrado que sigue reaccionando como gallego. Uno, a raíz de los datos que va dando vía telefónica, intuye conocerle de algo. Le pregunta si, además de Moraña tiene lazos familiares en otro sitio, y responde: «Claro, tamén son de Rodeiro, son o neto do Pepe do Roto». Gallego hasta la médula, sí señor.

en corto

¿Quiere volver a España?. «Sí. Pero a los 67 años. De momento no», señala él.

¿Qué es lo que más echa de menos?. «La familia y los amigos y la comida, el churrasco y los chipirones de mi madre», dice.

¿Qué es lo que peor lleva de Noruega? Las épocas del año sin apenas luz solar.